En el Espíritu deseamos que el amor la paz, la gracia, el amor y la fe en el Señor Jesucristo sea en su espíritu, hermanos lectores nuestros, amén.
Iniciamos este número con lo escrito en Mateo 8:1-4 que dice así:
8 Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente. 2 Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. 3 Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció. 4 Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie; sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos.
Justo después de su mensaje en el monte, Jesús descendió para revelarse a sí mismo como el Enviado de Dios en la forma de predicador, profeta y Maestro. Menciona la escritura que mucha gente le seguía, porque como vimos por el Espíritu Santo, la palabra que habló fue de esperanza, instrucción y reconciliación.
Viene un leproso, quien representa al remanente de Israel, y se postra ante él para confesarle su fe, además de solicitarle su misericordia. No le habló con soberbia ni siquiera le miró a los ojos, pues se sentía inmundo conforme a la costumbre. Pero su fe le salvó al creer que Jesús podía salvarlo, pues estando aislado apenas si oía lo que acontecía en la ciudad y saliendo de su campamento fue a su encuentro con Cristo.
Nada más que su fe y humildad fueron necesarios para tener un milagro de parte de nuestro amado Señor Jesucristo. La frase: “Señor: si quieres, puedes limpiarme” refleja confianza en él, reconocimiento de su ministerio y entrega de tales valores espirituales.
Menciona luego la escritura: “Quiero, sé limpio” siendo estas palabras es el poder que tiene el Hijo de Dios para someter todo lo que está debajo del sol. Tan es así que ocurrió de manera instantánea y la lepra le dejó.
Pero he aquí el misterio: ¿por qué le dice que a nadie le diga, sino que vaya y se presente ante el sacerdote conforme a la ley?
Porque vino a cumplir la ley, no a abrogarla. Además, al principio tenía que mostrarse compasivo y respetando la ley todavía vigente tenía que mostrar al pueblo el verdadero cumplimiento de la voluntad de su Dios.
Menciona el Señor Jesucristo que lo enviaba para dar testimonio a ellos. ¿Cuál testimonio? El de la sanidad inmediata. Conforme su ahora extinto rito, un enfermo de lepra para ser declarado limpio debía esperar al menos dos plazos de tiempo antes de ser liberado de esa carga. Además, la carga financiera de sufragar el costo de las víctimas requeridas más el tiempo del sacerdote de validar el ropaje, las instalaciones del enfermo, así como el examen médico del individuo.
Pero el leproso fue limpio expeditamente en cuestión de segundos, gratuitamente y de modo completo: este es el testimonio conforme a lo dicho por Jesús respecto a la ley de Moisés. El sacerdote, que representa la ley, la religión, nada más tiene qué hacer, tan solo aceptar que el Mesías había llegado y de esta forma tan piadosa anunció su llegada: dando amor al pueblo mediante la salud.
Amados de Cristo, no nos dejemos engañar por falsos vientos de doctrina. El judaísmo nada tiene que ver con la iglesia y el Señor Jesús no quebrantó ley mosaica alguna. Por tanto, confiados en él somos más que vencedores, libres y sanos. Creyendo en él tenemos más y mejores promesas que aquellos antiguos guardadores de la ley, porque seguimos los pasos del primero que la cumplió y somos agradables al Padre.
Que el amor, la gracia y sabiduría de Cristo Jesús, Señor nuestro sea en ustedes amados, en su espíritu, amén.
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