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Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana.

Amados hermanos en la fe que es por medio de nuestro Señor Jesucristo: gracia, amor y paz del Señor Jesús sobreabunde en su espíritu, amén.

En la segunda carta escrita por el hermano Pedro, apóstol consagrado para el servicio de pescar hombres para nuestro Señor Jesucristo, nos describe lo real y palpable de su ministerio, de la fe, amor, conocimiento y sobre todo poder que le fue conferido para dar testimonio mediante la porción del Espíritu Santo que le fue dada directamente desde lo Alto.

En la porción que hoy me ocupa disertar, el apóstol es muy preciso, muy exacto y por tanto, es un torrente de consolación para nosotros en reafirmar que estamos en el camino hacia la vida eterna y galardón grande. Resulta que él se desmarca de los falsos profetas, apóstoles, los nicolaítas y judaizantes al describirse como testigo de Jesucristo.

¡Sí! ¡Amén! ¡Aleluya! ¡Gloria a Dios en las alturas! Porque a pesar de vivir en este siglo XXI tan plural de ideas tenemos intacta fe y el ministerio de escribir para glorificar el santo nombre de nuestro Señor, Salvador y Maestro Jesucristo, por el puro afecto de la gracia del Padre y porque el amor de Cristo nos cubre.

Pedro inició hablando en primera persona del plural hacia nosotros (los contemporáneos y los futuros) explicando que él no fue un advenedizo, un inventor de fábulas, sino testigo presencial de los hechos y vida de Cristo. Reconoce la majestad de nuestro Salvador, pues con voz de mando y autoridad estableció su iglesia.

Incluso él mismo escuchó (nadie le contó ni lo inventó, pues Juan, Jacobo y él habían visto por un corto periodo de tiempo una parte de la verdadera esencia espiritual del Hijo de Dios charlando con Elías y Moisés, representantes de la ley y los profetas) la voz del Altísimo cuando dijo: Este es mi Hijo Amado en el cual tengo mi complacencia, a él oíd. ¿Cómo podría Pedro usar el nombre de Dios en vano? ¿Quién puede atreverse a negar este testimonio que el Espíritu Santo preservó durante tanto tiempo y preserva?

Y no solo eso, sino que también cuando al escribir esta carta para despedirse de toda la hermandad, dejó estos dichos para recordarnos de todas las profecías cumplidas y aún por cumplirse, para nuestra fortaleza, gozo y consuelo, entre tanto que nuestro Señor venga por nosotros.

Nadie puede reclamar la propiedad de la palabra de Dios, de la sana doctrina de Cristo o del poder del Espíritu Santo, porque todo lo anterior es dádiva de lo Alto; así que la Deidad da a cada quien una porción del fuego del poder del conocimiento y hechos de Dios para que sea de dominio público y no de interpretación privada. Por esto mismo Pablo señaló en sus cartas que hay que dar de gracia lo que es de gracia, puesto que estos tesoros no pueden esconderse sino regalarse para eliminar la pobreza espiritual de la Humanidad.

Y prueba está que el Espíritu Santo no puede ser conocido, medido, limitado o sometido, pues nadie le ha visto jamás y es el mismo poder que estaba en el arca de la alianza, ahora está dentro de nosotros, los creyentes quienes creemos y buscamos más la perfección que es por el amor.

Así mismo, nadie quien se diga de Dios dirá algo diferente u opuesto a lo que quedó escrito en el nuevo pacto. Nadie que se diga de Cristo puede decir: “Yo sé dónde está Dios”, “yo sé cuándo vendrá Jesús”, “yo sé cómo es el Espíritu Santo”, “yo traigo otro evangelio, verdad o revelación”. Nadie por el Espíritu Santo puede exclamar: “yo tengo la profecía del fin de los tiempos”, “yo conozco las sazones de los tiempos”, “yo tengo las revelaciones” sin caer en blasfemia, mentira y apostasía.

El apóstol termina diciendo que por el Espíritu Santo solamente, los hombres que hablan de Dios son santos y son de Dios, amén. O sea, sus colaboradores.

Dejo a su consideración lo redactado en 1ª Pedro 1:16-21. La paz, amor, revelación y gozo del Señor Jesucristo sea en su espíritu, amén.

16 porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. 17 Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; 18 sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, 19 sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, 20 ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, 21 y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios.

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