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¿Por qué dudaste, hombre de poca fe? 

  • Foto del escritor: Cuerpo Editorial
    Cuerpo Editorial
  • 16 mar 2024
  • 6 Min. de lectura

Que el amor, la gracia, la paz y el gozo de nuestro Señor Jesucristo sean plenos y rebosantes en ustedes, amados hermanos, amén.

Aprender del Señor Jesucristo durante su obra misionera en esta Tierra es un acto que constituye un gozo, una responsabilidad y un quehacer informativo que en este blog nos inspira continuamente a laborar sin empacho alguno para nuestro Salvador, Señor, Maestro, Pastor y Obispo nuestro.

El Señor Jesucristo, aun pasando ya prácticamente dos mil años sigue mostrando en tiempo presente simple la vigencia de su palabra y su poder, ahora en Mateo 14:22-33, nos da otra gran enseñanza. Empero, antes de platicar y meditar en el Espíritu al respecto, es mejor que nos llenemos de contexto, que escrito está:

22 En seguida Jesús hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a la otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud. 23 Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo. 24 Y ya la barca estaba en medio del mar, azotada por las olas; porque el viento era contrario. 25 Mas a la cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a ellos andando sobre el mar. 26 Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de miedo. 27 Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!

28 Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. 29 Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. 30 Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! 31 Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? 32 Y cuando ellos subieron en la barca, se calmó el viento. 33 Entonces los que estaban en la barca vinieron y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios.

 

El Señor Jesús mostró su rostro y lado conciliador, lleno de amor y misericordia ante el pueblo, cuando leímos el anterior pasaje en el número 514. Ahora, en lo íntimo y privado de la comunión con sus amados, incluidos nosotros, nos muestra sus verdaderos poder y capacidad de lo que significa ser Hijo de Dios. No nos trata como a ingenuos o ciegos, sino como a entes capaces de comprender lo maravilloso y amplio de su estirpe espiritual, verdadera y vívida.

El Señor despide a la gente. Luego, él ora -como nosotros en nuestro diario actuar en las oraciones y meditaciones en el Padre-, pues es necesario para tener la comunión vigente y soportar la estancia en este mundo de manera espiritual y no humana.

Entretanto, los discípulos tienen la instrucción de navegar por el mar hacia el otro lado de la orilla. Significa que nosotros no podemos estar físicamente con el Señor Jesús de nuestro lado, sino que en lo espiritual él está presente viviendo dentro de nosotros. Ellos obedecieron sin pensar en el detalle de cómo le haría el Señor Jesús para llegar a ellos, además de que el viento soplaba con fuerza y los tenía ocupados, así como el mundo nos tiene ocupados en mil cosas. Jesús en la noche se encontró solo. Es decir, ningún ser humano estaba con él.

Aquí nos enseña que antes de hacer una obra de Dios es necesario orar y prepararse, precisa que nos apartemos y estemos a solas con él, para encontrar y recibir fortaleza, Entonces, él camina de nuevo para unirse a sus discípulos, mostrar su trascendencia de este plano. Caminando -ojo aquí, pudo volar o flotar, ser llevado por los ángeles, desaparecer y aparecer al ser su Padre el creador de la materia-, es decir, en lo habitual y ordinario en la Humanidad es cómo la obra de Dios y Jesucristo se hará.

Aquí se echa por la borda a esos pensamientos de que Dios obra con magia, en las locuras y anhelos de seres perversos que opinan malévolamente que Dios, en caprichos y soberbia contravendría Sus propias leyes naturales de la Física, Química, Biología y Matemáticas.

No, sino que Jesús sin trastocar tales leyes, pero cumpliendo con el propósito de mostrar su poder, caminó sobre el agua sin ser hundido y sin perder su estructura y corporeidad. Este es el portento: adquirió la misma propiedad de los mosquitos de flotación y posarse sobre el agua sin romper la franja que divide el aire de la materia líquida.

Los discípulos vieron una figura humana acercándose: nótese que no tenían linternas u otro modo de iluminación más que la luz de la luna y se espantaron. Nadie nunca jamás habría hecho esto. Les sobrecogió el temor y gritaron y el Señor prontamente les dio señales de que él es y nadie más. Esto significa que, en ocasiones, cuando el Señor se muestra o nos revela cosas que nos puedan llenar de miedo o intranquilidad (pues ciertos conocimientos no son fáciles en primera instancia de asimilar) provoca ese temor de alarido, pues nos impacta el poder de la revelación o conocimiento.

Pero Pedro, en su humanidad, pide confirmación de la señal, solicitando él emular este portento físico como su Maestro. El Señor concede. Esto quiere decir que nuestro amado Señor Jesús no se niega a nosotros cuando pedimos confirmación de algo que nos pareciera un sinsentido, algo ilógico, contra natural, descabellado y sin precedente que nuestra mente se queda perpleja y absorta, incapaz de decidir en ese momento de qué hacer, a dónde ir y qué decir. Aquí es donde la prudencia debe actuar en nosotros.

Que pidamos confirmación no significa libertar para ser impetuosos o irrespetuosos.

Pedro obedece sin pensar y sale de la barca (aun azotada por los vientos) creyendo en la palabra de Cristo. Este acto es la fe que el Padre y el Hijo buscan se forje en nosotros. Que consideremos ser iguales a ellos en poder de testimonio, sin pensar como mundanos y hacer con la convicción de que actuamos para el Señor y no nosotros.

Sin embargo, Pedro comete el error de apartar su mirada de Cristo mientras se acercan y voltea al mundo físico nuevamente: recuerda su esencia limitada y ve lo imposible, ve la impetuosidad del viento y olvida que obedecía al Hijo del Hombre. Entonces el terror sustituye a la fe y cae, hundiéndose.

Esto no es más que el recordatorio que, cuando estamos en una batalla espiritual, en un vituperio, en una demostración de testimonio o fe no podemos voltear a ver qué opina o dice el mundo, la sociedad, o las personas.

“¡Sálvame Señor!” grita el aterrorizado Pedro, pues ahora estaba fuera de la barca, con aguas agitadas y consideró una probabilidad de muerte por ahogamiento -olvidando que hace unos momentos obedecía al Señor Jesús- porque su mente cayó y solo captaba lo físico, mas no lo verdadero.

Jesús lo asió con fuerza amorosa, lo saca y vuelve a recuperar esa propiedad temporal de no hundirse. Pero le dice en ese momento: “¡Hombre de poca fe! ¿por qué dudaste?” Lo mismo nosotros, cuando no logramos superar el reto, la prueba o el testimonio. ¿Por qué dudamos? ¿Qué nos llevó o inspiró a confiar más en lo físico que en lo espiritual? ¿por qué no pudimos completar la obra encomendada? ¿Quién nos distrajo o qué desvió nuestra mirada en Aquel quien dio su vida por nosotros?

Amados, confiar en el Señor Jesús no es difícil, es un acto gradual de olvidarnos de nuestra mundanidad e incapacidades comenzando por la soberbia. Lo difícil es confiar completamente en él porque implica soltar la dependencia a lo físico, a lo explicable y a lo humano. Mientras no aprendamos a soltar esos pesos, seguiremos cayendo y el Señor seguirá preguntándonos.

Luego el relato espiritual concluye en que suben a la barca, los vientos cesan y todos: los que se quedaron como testigos atónitos y el discípulo confuso y dubitativo confiesan que Jesucristo es verdaderamente el Hijo de Dios.

Lo hacen confiados y asombrados. Todavía el Espíritu Santo no posaba en ellos y en inspiración le confiesan como tal. La carne sabe de Dios, conoce el poder del Señor Jesús y se sobrecoge, pero también reconoce tales virtudes divinas de Cristo, aunque lucha totalmente contra el Ungido de Dios.

Leamos, gocémonos y aprendamos esta lección maravillosa.

Que el amor, la gracia y paz del Señor Jesús sea en todos ustedes, amados hermanos, amén.

 


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