Parte 3: el Cuarto Ay
- Cuerpo Editorial
- 6 ene
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Que el amor, la gracia, la paz y el gozo de nuestro Señor Jesucristo sean plenos y rebosantes en ustedes, amados hermanos, amén.
En las primeras dos partes, así como en el preludio (Blog 554), notamos cómo el Señor pasa de ser tentado, probado y auscultado a ser ahora quien habla, dicta, rige y acusa el proceder de quienes se suponían atendían el rito de la ley.
En la entrega de hoy en Mateo 23: 16-22 no solo describe su esencia, sino que además explica el porqué de su celo en el templo, el fracaso de su sistema y lo que deberían haber hecho. Hace lástima de ellos porque son pesados en la balanza de las obras agradables a Dios y son hallados faltos. Son un fraude y una pesa injusta, algo abominable a Dios.
Dios aborrece a los estafadores, a quienes trafican con pesas mal calibradas para sacar ventaja de quienes comercian y trafican mercancías. Dios ama la justicia y la balanza justa. Jesucristo, pues, es el inspector de pesos y medidas y es por eso que este ay es dedicado para quienes ponen precio a la palabra, para medrar y sacar raja económica y no la ganancia de almas en su lugar.
Leamos, pues:
16 ¡Ay de vosotros, guías ciegos! que decís: Si alguno jura por el templo, no es nada; pero si alguno jura por el oro del templo, es deudor. 17 ¡Insensatos y ciegos! porque ¿cuál es mayor, el oro, o el templo que santifica al oro? 18 También decís: Si alguno jura por el altar, no es nada; pero si alguno jura por la ofrenda que está sobre él, es deudor. 19 ¡Necios y ciegos! porque ¿cuál es mayor, la ofrenda, o el altar que santifica la ofrenda? 20 Pues el que jura por el altar, jura por él, y por todo lo que está sobre él; 21 y el que jura por el templo, jura por él, y por el que lo habita; 22 y el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios, y por aquel que está sentado en él.
Nosotros estamos en contra del falso evangelio de la prosperidad, esa doctrina extraña de la economía de Dios, porque la fe y el amor no pueden pesarse con balanza humana, ni tasarse y mucho menos, exigir pago o compensación por hacer el bien.
Por principio de cuentas, les dice guías ciegos. En otras palabras, son líderes cuya visión no es Jesucristo, ni su palabra o su obediencia. Están al frente de grupos humanos llamados “congregaciones”, “iglesias”, “grupos”, “células” y no reconocer son rebaño del Señor. También les llama ciegos, porque no tiene ojos para poder ver al Señor, incapaces de ver el amor y las obras de Cristo y no tienen la visión del Espíritu Santo para administrar la riqueza de los tesoros espirituales de nuestro Señor Jesús. No ven con ojos espirituales, sino lo material, lo corrupto y lo perecible.
Pone dos ejemplos. En la primera evidencia, señala que ellos al jurar por el templo no hay pecado, sino que al jurar por el oro del templo es lo que acarrea sanción metálica. Y aquí el Señor deshace su trampa. No es el oro lo santo, sino el templo de Dios lo que santifica al oro. Y no tanto el edificio, sino la Presencia dentro del templo. Recordamos que está dicho que no usemos el nombre del Señor en vano y que también está escrito que no nos es permitido dar juramentos o jurar cuando no tenemos tal potestad, pues al hacerlo obligamos a Dios a que cumpla caprichos pues se pretende dejarlo a Él como aval, lo cual es imposible e incorrecto. En el día de hoy, no podemos jurar y dejar en garantía nada relacionado con capitales o valores, porque Dios no se mueve en esos aspectos.
Aquí hay que ser serios a respecto: antes de involucrar valores o transacciones es protegernos encomendándonos antes de hacerlo, pero no pretender obligar al Señor a que firme de aval: eso no es lo correcto. No podemos poner el Santo nombre del Señor como firma ni invocar su nombre para tal efecto.
Esto era lo que hacían. Cuando juraban usaban al templo, al Señor como fiadores. Y regían lo económico de los juramentos. Les llamó insensatos por no usar el cerebro, les dijo ciegos porque los cegaba el brillo de la riqueza.
En segundo lugar, también les recrimina la siguiente acción pérfida: jurar por lo que está en el altar y luego por el altar. En este punto les llama necios y ciegos. Necios, porque son faltos del conocimiento de Dios, indoctos en conocer los caminos del Señor en los mandamientos, fatuos por no aprender obediencia y fidelidad y obstinados de querer seguir sacando provecho. Y ciegos, por las mismas razones anteriores. Solo les importa cómo sacar dinero, lucrar con las multitudes y cómo lograr ganancias impropias. Ahora el altar, que es donde se realizaba la labor de ofrendar a Dios. Aquí interpretamos es la oración, el mal uso de ella. Vender sanidad, favores o promesas a cambio de dinero. Deber lo que está en el Altar es el medio o modo de obtener un beneficio.
Dios apreciaba no la sustancia de la ofrenda, sino el corazón puesto en ella. Sabía Dios el sacrificio y la voluntad de quienes ofrendaban. El corazón es lo que vale en este proceso y ellos ponían precio a esto.
No era el pecado de jurar en vano lo que perseguían, sino el jurar por cosas que ellos bien podrían levantar cargos económicos. Ahora en estos días por todo quieren diezmo, dinero, aportación, donación. Nunca se sacian. Y aquí está el juicio: jurar por jurar es meter a Dios en problemas entre hombres. No podemos jurar de manera alguna. Punto. Pero ellos tergiversaron con tal de lucrar. Lo hace la religión intrusa desde hace siglos y lo hace todo lobo corrupto, todo mal servidor y falso obrero. Por eso el Señor los acusa de ignorantes, obstinados y faltos de visión.
Y ese es el fruto que debemos observar para detectarlos y echarlos fuera. Así como Cristo no tuvo reparo en explicar su modus operandi, tampoco nosotros dejarlos que rompan con la unidad de la iglesia. ¡Ay de ellos! Porque todo lo que hagan fraude es su premio y recompensa, pues después nada más tendrán y en la eternidad su lugar será otro.
Que el amor, la gracia, sabiduría y fe del Señor Jesucristo sea abundante en su espíritu, amados hermanos, amén.
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