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Padecer por amor y obediencia para resucitar con poder.

Que el amor, la gracia, la paz y el gozo de nuestro Señor Jesucristo sean plenos y rebosantes en ustedes, amados hermanos, amén.

En el anterior número vimos cómo los discípulos fueron revelados sobre la verdadera naturaleza de nuestro Señor Jesús y él pidió a nadie dijesen tal revelación por el Padre, quien de esa manera honró a Su Hijo unigénito.

Ahora Jesús da la primera señal y anuncio de su verdadero propósito de haber sido puesto en carne humana; morir en sacrificio por millones en el pasado, presente y futuro. Todos quienes fueron hallados dignos de ser parte de la familia espiritual de Dios en la antigüedad, desde Abel hasta Abram, y desde Abraham hasta Juan el Bautista; desde Juan el Bautista y todos los contemporáneos de Jesús -la generación de hombres que le vieron físicamente- hasta la caída de Jerusalén en ese presente y el futuro: quienes después de ser echados fuera fueron esparcidos hasta la venida del Señor Jesús (aquí entramos nosotros) también sería por quienes anunció que moriría, en padecimiento.

Leamos el texto en Mateo 16:21, para entrar en contexto:

21 Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día.

El Espíritu destaca tres cosas importantes:

  1. PADECER MUCHO A CAUSA DE LOS ANCIANOS, ESCRIBAS, SACERDOTES. Esto simboliza la rebeldía, el antagonismo y la total negación hacia la voluntad del Padre. Jesús padeció su incredulidad, odio, descrédito, acoso, espionaje, envidia y como cordero para ser inmolado soportó todas esas aflicciones, por amor al Padre y por quienes habrán de ser su madre, hermanos y hermanas espirituales. Específica esto el Espíritu Santo porque se comprueba que quien no quiere algo con Dios es el Hombre. Meditemos también que, si el mismo Señor afrontó esto con gallardía y poder, así también en la medida de que nos toca lo tendremos que hacer.

  2. SER MUERTO. No bastaba con ser odiado, sino ser cortado de entre los vivos. Retirarle el hálito de vida para que no sea una molestia más para sus corruptas formas de manipular a la Humanidad. Según ellos, muerto el alborotador la paz se haría en su mundo, pero en realidad, verter la sangre es para que la Tierra, Creación y Humanidad fueran testigos de que se saciaba el clamor de reconciliación y en este sacrificio puro y perfecto con ella. La sangre de Jesús, el Hijo de Dios, dada para limpiar la impureza del pecado, salvar de la condena de la muerte y otorgar una nueva esencia espiritual, un sello, tatuaje y emblema de lo Alto

  3. RESUCITAR AL TERCER DÍA. Si pensaba el enemigo de Dios, los infames sacerdotes que la muerte habría de retener el alma de Jesús para siempre, se equivocaron. Olvidaron que Jesús al haber renunciado a todo lo mundano comprobó que el poder y privilegios de esta dimensión son efímeros y vanos, ser muerto no significó ser derrotado sino por el contrario, darle el poder y la gloria al haberlo ayudado a obedecer el mandato del Padre (la remisión de pecado a través de un sacrificio) quedaron puestos en evidencia como derrotados y condenados. Jesús sólo permaneció en aquel reino por ese espacio de tiempo porque había que restaurar esas cosas y a los benditos del Padre ponerlos en el Paraíso en su consuelo y a los malditos de Dios, con su parte con los demonios y ángeles rebeldes en el Seol.


Por eso Jesús había que llevar este proceso en este orden, para que la Voluntad del Padre: salvar al Hombre, fuese cumplida. Con esto, el Padre reconoce que el Hombre fue tentado y no se halló en éste maldad, sino que con engaños fue seducido a caer y Le da al género humano la segunda oportunidad en la forma de creer y confesar a Jesucristo como el Hijo de Dios.

Así mismo, sentencia el destino eterno de quienes se oponen a este plan y a esta Voluntad.

Finalmente, por eso el Señor Jesús comenzó a explicarles este devenir para que no cayeran en debilidad extrema, pues sin todavía el Espíritu Santo en ellos serían víctimas de la tristeza y desesperanza pues ¿a quién le alegra y regocija saber que un ser muy amado partirá pronto de manera inexorable y más con lujo de detalle de cómo lo hará?

Que el amor, la gracia y paz del Señor Jesús sea en todos ustedes, amados hermanos, amén.



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