Bendiciones sean dadas al Padre celestial, quien por gracia Suya hemos sido dispensados para ser parte de su familia, a través de nuestro Señor Jesucristo, Salvador y Maestro. También deseamos que la paz del Señor Jesucristo esté en su espíritu, para que reciban estos mensajes con gozo para su edificación.
El apóstol Juan, el amado por nuestro Señor Jesús, escribió estas cartas para mostrarnos el amor del Padre. El amor, como ya sabemos, es tener el privilegio de preferencia sobre otros seres o entes por voluntad expresa de quien ama. Así pues, en este tenor, nos refiere que existe un mandamiento entre nosotros los creyentes de Jesucristo e hijos de Dios por gracia del Señor Jesús. Uno antiguo que ha sido renovado por su excelsitud, por su perfección y porque es muestra que, de hecho, podemos ser como la Deidad. Este es el mandamiento del amor. Renovado por nuestro amado Señor Jesucristo al morir en la cruz, y ser resucitado por amor, ser recibido en los cielos por amor y la promesa hecha a nosotros los postreros de venir por nosotros.
Este mandamiento es la luz que nos distingue de las tinieblas que pululan en el mundo. No puede el amor ser tinieblas ni el odio fulgurar luz. Si se anda en amor, se proyecta luz hacia afuera. Si se anda en tinieblas, es porque el odio y rencor provocan la oscuridad adentro y por tanto, afuera.
Es el amor, amados hermanos, lo que hace que no tropecemos en las piedras que puedan existir en el camino, puestas por el malo y por el mundo para hacernos caer y dañarnos. Entre hermanos en Cristo, debemos amarnos sin importar nada. No podemos condicionar, cobrar, elegir, limitar a quienes amamos. Pues si Cristo vive en mí y vive en el otro ¿cómo puedo odiar a otra propiedad de Jesucristo? El amor nos da claridad, el amor nos da la pauta a seguir el camino hacia la perfección. Si a los dos nos salvó Cristo ¿por qué matarnos entre nosotros odiándonos?
No olvidemos amados hermanos, que si andamos en amor nuestros ojos son abiertos por Jesucristo y es como vemos; pero si el odio hace morada en el corazón, los ojos quedan cegados por las tinieblas y de nada sirve tenerlos pues no puede verse hacia dónde se va.
Luego el apóstol por el Espíritu Santo escribe a tres destinatarios: los hijitos, los padres y los jóvenes.
De los hijitos dice:
a) Vuestros pecados han sido perdonados por su nombre (Jesucristo, el Hijo de Dios)
b) Habéis conocido al Padre (el primer amor)
De los padres dice:
a) Conocéis al que es desde el principio (Al Padre por medio del Hijo; y al Hijo por gracia del Padre). Duplica el mensaje porque primero se conoce al Padre al creer en Jesucristo y luego el Señor Jesucristo es todavía más revelado porque el Padre da el crecimiento en el evangelio de Cristo a quienes practicamos el amor fraternal.
De los jóvenes dice:
a) Habéis vencido al maligno
b) Sois fuertes, la palabra de Dios permanece en vosotros habéis vencido al maligno
¿Quiénes son los hijitos, padres y jóvenes?
Los hijitos son los primeros conversos y los niños espirituales. Los padres los primeros apóstoles y todos los veteranos en el Señor en los ministerios de la iglesia; los jóvenes son la fuerza espiritual evangelizadora a través de los tiempos. Todos los que son llamados al servicio de Jesucristo.
Para los tres tipos de criaturas espirituales es el mismo consejo: NO AMÉIS AL MUNDO NI LAS COSAS QUE ESTÁN EN EL MUNDO.
¿Por qué no amar al mundo? Porque el mundo aborreció al Enviado de Dios, matándolo. Si uno ama al mundo, entonces consciente en esa muerte. Pero quien ama a Dios, es aquel quien cree en las palabras del Enviado, las practica y las promueve.
¿Por qué no amar al mundo? Porque amando al mundo implica estar sujetos a esclavitud de los deseos de la carne, los ojos y la vanidad de esta vida (fama, poder, riqueza) y nada de esto es dádiva del Padre.
¿Por qué no amar al mundo? Porque amar al mundo es desechar el amor del Padre.
¿Por qué no amar al mundo? Porque amar al mundo es consentir en la extinción física y espiritual de esa misma alma. El mundo pasará y dejará de ser; y así quienes amen al mundo dejarán de ser… Y estar.
Amando al Padre es lograr la eternidad, la existencia para siempre. Quien ame al Padre, ama su vida, por eso la entrega bajo Su cuidado porque, aunque en este mundo pasemos -y dejemos de ser y estar- en la eternidad seremos y estaremos vivos por la sangre y promesa del Señor Jesucristo.
De modo que, amados hermanos, no erremos al dar todo nuestro amor. Elijamos siempre al Señor Jesucristo. Dejamos como evidencia escritural el contenido en 1ª Juan 2:7-17. La paz, sabiduría y gracia del Señor Jesucristo es en ustedes amados hermanos, amén.
7 Hermanos, no os escribo mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que habéis tenido desde el principio; este mandamiento antiguo es la palabra que habéis oído desde el principio. 8 Sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en él y en vosotros, porque las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra. 9 El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. 10 El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. 11 Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos. 12 Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre. 13 Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno. Os escribo a vosotros, hijitos, porque habéis conocido al Padre. 14 Os he escrito a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno. 15 No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. 16 Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. 17 Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
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