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Los siete juicios por la ira de Dios. Parte uno.

Preciosos de Dios, amados de Cristo y depositarios del Espíritu Santo a quienes llamamos hermanos por la gracia de nuestro Señor Jesucristo: paz, gracia y salud a ustedes, amén.

Apocalipsis 16 es un capítulo muy poderoso, porque aquí tanto la Humanidad como los enemigos de Dios y Cristo verán y sufrirán el sabor amargo de las copas de la ira, porque no habrá escapatoria. No habrá dilación y no habrá consideración alguna, puesto que ya por muchos milenios el Todopoderoso Dios habrá gastado todos los recursos y salvoconductos que Él mismo dispuso para que las almas presas en la carne fueran liberadas por la sangre de nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios y Cordero Inmolado.

El apóstol Juan ve con ojos espirituales cómo se desarrollan estos eventos. No da temporalidad porque en realidad es irrelevante. Cualquier calamidad, plaga, situación adversa o condición improbable de vida padecidos antes por el género humano serán tan solo pequeños pellizcos ante lo que se viene. Para efectos de lo que se expone pondré este contenido en dos partes, para de esta manera cubrir por revelación del Espíritu Santo lo que el Señor me muestra al respecto.

Salidos los ángeles, el Dios vivo y airado da la orden: “Id y derramar sobre la Tierra las siete copas de la ira de Dios”.

El primer ángel comisionado hace lo conducente y vierte el contenido sobre la Tierra: una infección en la carne, manifestada como úlcera maligna y pestilente que afecta a todo ser humano sobre cuya carne haya sido puesta la marca de la bestia y que decidieron adorarla. ¿Por qué? Porque aquí se rompe la profecía del profeta donde decía que el Hijo del Hombre cargaría con nuestras dolencias y que él soportaría nuestro dolor como especie caída y en desventura. Al haber pasado la siega quedó la cizaña dispersa y menester removerla de sus cimientos (el mundo), cortar de tajo todo sustento (su paz y salud). Recordemos que el Hijo del Hombre ya había sido ordenado de venir a recoger el trigo y ponerlo en los graneros de Dios Padre, así que, como ya no hay iglesia ni santos ni corderos u ovejas ¿para qué mantener la palabra dada a Isaías? Pierde vigencia y ahora toda carne está sometida a sufrir su propio dolor, pues ¡ya no hay Salvador de los hombres! Ya se fue y regresará como Rey Vencedor más adelante. De modo que esta pandemia vendrá no de la naturaleza sino de los cielos. Este patógeno, al ser creación especial de Dios no tendrá cura (aunque los científicos se esfuercen por hallar alguna solución farmacológica, no tendrán tiempo pues las otras plagas mermarán su vida, tecnología y momentos de investigación). Digamos que es un exponenciado evento de la peste bubónica de la Edad Media.

El segundo ángel viene después del primero y al verter su copa sobre el mar, provoca que éste se convierta en una especie de sangre de muerto, es decir, rojiza oscura y sin vida de diferente propiedad química y física que el agua, tras lo cual todo ser vivo del mar perecerá. El mar es fuente del ciclo del agua, y al convertir la estructura química del agua para hacerla como sangre de muerto (espesa, imposible de beber y opaca) provocará un horrendo desequilibrio biológico. Ahora los científicos tendrán que investigar cómo revertir este cambio estructural del mar además de la cura de la úlcera, la cual permanece. La sangre de muerto significa el destino de ellos pues, así como toda agua siempre llega el mar -el destino- así ellos beberán su propia sangre muerta, carente de gracia y vida: Dios decreta su final mientras ellos todavía respiran. ¿Qué lugar habrá en ese planeta dañado en sus cimientos que los proteja? ¿Cuál deidad les guardará?

En seguida, el tercer ángel va sobre los ríos (que todavía son agua potable) y vierte la plaga (el poder de Dios de transformar la materia líquida del agua en ¡sangre!, es decir, la hemoglobina. Esta sangre no es rojiza oscura, sino roja brillante, como la que sale de una herida de arteria. ¿Qué significa? Que, así como nosotros bebimos la sangre de Cristo en forma de vino para comunión espiritual con él, a estos se les dará la sangre de todos los muertos por causa del evangelio que sus antecesores vieron brotar fuera de sus cuerpos cuando eran aserrados, mutilados, degollados, disparados, crucificados y cuanta obra perversa de acallar a los siervos de Dios y Cristo a través de los tiempos. La sangre viva cuando pasa el tiempo se oxida y se hace oscura, por eso los ríos son sangre roja y decantan en el océano de sangre derruida por la oxidación fuera del cuerpo. Ellos tendrán que contentarse con esta calamidad global, pues el agua, fuente de vida, se les niega. Equivale a la ausencia del Espíritu Santo y el espíritu de vida inmerso en el oxidano (nombre químico formal del agua), con lo cual es otra señal más de que su muerte es lenta y dolorosa, como la de Cristo clavado en la cruz.

Este mismo ángel clama autorizado por Dios diciendo: “Justo eres tú, oh Señor, el que eres y que eras, el Santo, porque has juzgado estas cosas. Por cuanto derramaron la sangre de los santos y de los profetas, también tú les has dado a beber sangre; pues lo merecen”. Dios siempre da testimonio de Sus acciones y las justifica, no porque tenga por qué hacerlo, sino porque es Su Autoridad no moral, sino de Deidad. Y lo hace por amor a los suyos y para que los otros no tengan excusa de recibir algo injustamente, como sí lo padeció Jesús de Nazaret (haber muerto por ellos y que ellos lo hayan negado).

Y como en la escritura el mismo Espíritu Santo por boca de Pablo nos dijo que cuando tuviéramos un asunto importante que dirimir, un hermano que amonestar fuertemente lo hiciéramos con dos testigos, así también son dos ángeles quienes dan testimonio de que lo que Dios hace contra ellos es justo, pues ellos son eternos como Él y han visto cómo esta pervertida creación segó todo lazo con su Hacedor a través de los tiempos.

Hasta aquí dejo lo que el Espíritu me revela en estos tres decretos de venganza y justicia del Verdadero Dios, ahora Vengador de los inocentes y próximamente, Juez Justo ya con sentencia en mano.

¡Bendito sea nuestro Dios! que seremos testigos de esto como hijos suyos, en virtud de haber creído en Jesucristo como el Hijo de Dios y haber dado testimonio de él en el transcurso de nuestra vida en esta Tierra.

Anexamos lo redactado en Apocalipsis 16:1-7.

16 Oí una gran voz que decía desde el templo a los siete ángeles: Id y derramad sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios. 2 Fue el primero, y derramó su copa sobre la tierra, y vino una úlcera maligna y pestilente sobre los hombres que tenían la marca de la bestia, y que adoraban su imagen. 3 El segundo ángel derramó su copa sobre el mar, y este se convirtió en sangre como de muerto; y murió todo ser vivo que había en el mar. 4 El tercer ángel derramó su copa sobre los ríos, y sobre las fuentes de las aguas, y se convirtieron en sangre. 5 Y oí al ángel de las aguas, que decía: Justo eres tú, oh Señor, el que eres y que eras, el Santo, porque has juzgado estas cosas. 6 Por cuanto derramaron la sangre de los santos y de los profetas, también tú les has dado a beber sangre; pues lo merecen. 7 También oí a otro, que desde el altar decía: Ciertamente, Señor Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos.


La paz, el amor y la gracia del Señor Jesucristo es con ustedes apreciables hermanos y ovejas dispersas de Cristo, en donde quiera que se encuentren, amén.

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