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Los siete juicios por la ira de Dios. Parte dos.

Saludamos a todos con el cálido amor que Cristo nos da para otorgárnoslo mutuamente en santa paz y comunión espiritual, donde quiera que se encuentren es nuestro firme deseo y petición que sean procurados con la paz, el amor y la gracia del Señor Jesucristo en ustedes en su espíritu, amén.

Continuamos con la lectura pausada y en orden versículo por versículo de Apocalipsis 16, ahora desde los versículos 8 al 21. El motivo sobre el cual se separaron los acontecimientos es para dar mayor enfoque de meditación por el Espíritu Santo y así podamos ser sabios y entendidos en las señales de Dios y no en las manifestaciones terrenales que el hombre quiere ver o tiene el propósito de conceptualizar a su manera limitada.

Continúa el relato de esos pavorosos sucesos en el versículo 8, donde justo cuando el tercer ángel explicó el porqué de estas atrocidades al planeta y sus habitantes, viene el cuarto ángel quien vierte ahora la ira de Dios en forma de combustible extra al Sol, el cual exponencía su poder de dar calor y luz, para provocar una llamarada mortal que los tenga calcinados.

Recapitulemos: en este punto los humanos de esta época tienen una enfermedad tipo lepra incurable, además no tienen agua potable y sus reservas de alimento bastante limitadas porque el mar está muerto. La poca agua que hay es la de las nubes, hielo en icebergs y montañas, humedad del aire y la contenida en la materia viva superviviente. Ahora, se suma esta lluvia ígnea sobre la Tierra y provoca estas quemaduras… Básicamente mucho calor hasta en los casquetes polares que derrite el hielo y el agua queda disuelta en la sangre. Pero estas almas, al igual que el faraón, no cejan y no dejan de culpar a Dios, y le blasfeman, como si eso sobrellevase a mejorar su maltrecha realidad. Si tan solo confesaran Su nombre y clamasen, pero son tan soberbios y obstinados que no hay para ellos redención ni misericordia.

Luego, el quinto ángel vierte el contenido sobre los autores intelectuales de este crimen: la bestia y su séquito de servidores son bañados de tinieblas en los dominios de su reino. Los fotones dejan de existir por mandato del Creador con lo cual la oscuridad y sombra son tales que les provoca tanto dolor que al morder sus lenguas mitiga tal sensación nerviosa. Es tanta la maldad en ellos, el rencor y el odio contra Su Hacedor que ni con todos sus dolores acumulados, inmersos en la más terrorífica tiniebla con su llaga en carne viva tendrán siquiera un segundo de implorar perdón ¡NO! ¿Cómo puede ser eso posible? ¿Humillarse ante el Procurador de Justicia airado? ¡Prefieren el dolor y la muerte a eso! Así de perdidos están y por eso no hay salvación para ellos. Aquí se justifica lo que dijo Jesucristo siglos antes: que la condenación vino al mundo porque los hombres amaron más a las tinieblas que a la luz, la cual aborrecieron. Por eso, aun la luz les es quitada y sus ojos dejan de tener sentido alguno.

El sexto ángel viene y también vierte el contenido de su copa, el cual es la sequía del Éufrates. Los reyes de Oriente, Gog y Magog habrán de pasar por esa tierra para enfrentar al reinado de Cristo en esta Tierra, ubicado en el Israel de Cristo donde él es el Rey de reyes y los otros líderes son como bandoleros en tropel para asaltar la ciudad donde Cristo reina.

El dragón (satanás), la bestia y el falso profeta abrirán su boca para que tres espíritus inmundos en forma de rana salgan a todo el planeta y con estos seres engañen a todos los líderes sufrientes de todas las calamidades para convencerlos de pelear contra el Cordero quien reina con poder.

En toda batalla hay una señal de que las hostilidades inician en tiempo y forma. Esta es la señal, que no habrá más agua del Éufrates y se garantice el acceso a las tropas de Oriente. En este tiempo no hay de momento más calamidades porque Dios, tan formal y perfecto Dios de los Ejércitos, da tiempo a su rival para que se prepare con lo mejor que tenga, antes de exterminarlos.

Luego, el último y séptimo ángel vierte la copa sobre el aire y una voz del templo en el cielo se oye en toda la Tierra y dice: “Hecho está”.

Acto seguido, ocurren en el aire relámpagos, truenos y voces con el tan socorrido mega terremoto que desde hoy los científicos ya se preocupan. El efecto de este terremoto es tan brutal que el apóstol Juan registra:

A) Todas las cordilleras y montes del orbe se desploman sobre sus cimientos a ras de piso

B) Ninguna isla ni sus moradores sobreviven (hablemos de lo que hoy Cuba, Irlanda, Islandia, Gran Bretaña, Japón, Filipinas, todas las islas del Pacífico y Atlántico, entre muchas otras más) al caer al fondo del océano.

C) La gran ciudad es dividida en tres partes (no tengo aún revelación cuál ciudad sería esta)

D) Todo edificio, columna, muro, rascacielos, monumento quedarán destruidos con sus muertos dentro y debajo de ellos de toda villa, ciudad, pueblo o metrópoli, pues la intensidad es tan grande que no hay tecnología que pueda contener esa fuerza de estrujamiento y empuje en todas direcciones.

Por si fuera poco, cae un granizo del cielo que termina la obra de destrucción sobre toda edificación, asolando las multitudes aterrorizadas, pero también llenas de una ira inconmensurable, donde viendo toda la ruina no se humillan y todavía tienen el descaro infame de blasfemar el nombre de Dios. ¡Bendito sea nuestro Padre de que nosotros no seamos parte de este horrendo destino! ¡Gracias Señor Jesucristo por este privilegio!

Esperamos hermanos que al igual que nosotros se gocen de este maravilloso sentir de ser salvados por él. Y que cualquier prueba, vituperio o sufrimiento es nada en comparación a estos testimonios del Espíritu por mandato de nuestro Señor Jesucristo para que adoremos al Padre.

Que el amor, la gracia y la paz del Señor Jesús esté con ustedes en su espíritu, amados, amén.

8 El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, al cual fue dado quemar a los hombres con fuego. 9 Y los hombres se quemaron con el gran calor, y blasfemaron el nombre de Dios, que tiene poder sobre estas plagas, y no se arrepintieron para darle gloria. 10 El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la bestia; y su reino se cubrió de tinieblas, y mordían de dolor sus lenguas, 11 y blasfemaron contra el Dios del cielo por sus dolores y por sus úlceras, y no se arrepintieron de sus obras. 12 El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Éufrates; y el agua de este se secó, para que estuviese preparado el camino a los reyes del oriente. 13 Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas; 14 pues son espíritus de demonios, que hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso. 15 He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza. 16 Y los reunió en el lugar que en hebreo se llama Armagedón. 17 El séptimo ángel derramó su copa por el aire; y salió una gran voz del templo del cielo, del trono, diciendo: Hecho está. 18 Entonces hubo relámpagos y voces y truenos, y un gran temblor de tierra, un terremoto tan grande, cual no lo hubo jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra. 19 Y la gran ciudad fue dividida en tres partes, y las ciudades de las naciones cayeron; y la gran Babilonia vino en memoria delante de Dios, para darle el cáliz del vino del ardor de su ira. 20 Y toda isla huyó, y los montes no fueron hallados. 21 Y cayó del cielo sobre los hombres un enorme granizo como del peso de un talento; y los hombres blasfemaron contra Dios por la plaga del granizo; porque su plaga fue sobremanera grande.



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