Que la gracia, la sabiduría, la paz y el amor de nuestro Señor Jesucristo sean plenos y rebosantes en ustedes, amados hermanos, amén.
Jesucristo fue natal de Belén y vivió en Nazaret. Su infancia, adolescencia, juventud y adultez las pasó en este segundo lugar y fungió como un miembro más de la familia formada por un carpintero de nombre José y su esposa, mujer llamada María. Jesús fue el mayor de todo el grupo de hijos y realizó conforme a lo conducente a un humano en estas etapas de vida, con la salvedad que él siendo Hijo del Dios Vivo, aprendió a ser Hijo del Hombre primero, estando en obediencia a sus padres, aprendiendo un oficio y apartándose del mundo.
No se comportó como un adolescente caprichoso, como un niño mimado ni como un rebelde joven. Precisamente, con la guía del Espíritu (antes de ser bautizado) aprendió obediencia y sujeción de su carne. Nosotros desde niños ya estamos expuestos -entre la curiosidad y la maldad- a las tentaciones -hacer travesuras, experimentar-.
Pero sus hermanos y hermanas, no.
Ellos tuvieron su propio devenir. Incluso madre y padre tuvieron la dicha del libre albedrío. Todos y cada uno de ellos, aunque con la misericordia del Padre y gracia los tuvo como familia unida, ellos eran libres en su humanidad de manifestarse como deseasen, aunque con la guarda que no fueran diablos. Tan así, que cuando el propio Jesús, ya hecho varón en ministerio, después de dejar todo: familia y trabajo secular para salir a toda la casa de Israel, todavía le buscaban genealogía, origen y antecedentes para saber “quién es y de dónde viene”, acto tradicional en el mundo de las formalidades y presentaciones.
En Mateo 13:53-58 podemos ver cómo en su caso en particular, esta auscultación y examinación de Jesús no fue para bien, sino para mal. Leamos.
53 Aconteció que cuando terminó Jesús estas parábolas, se fue de allí. 54 Y venido a su tierra, les enseñaba en la sinagoga de ellos, de tal manera que se maravillaban, y decían: ¿De dónde tiene este esta sabiduría y estos milagros? 55 ¿No es este el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas? 56 ¿No están todas sus hermanas con nosotros? ¿De dónde, pues, tiene este todas estas cosas? 57 Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les dijo: No hay profeta sin honra, sino en su propia tierra y en su casa. 58 Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos.
Tras leer el pasaje, los judíos tuvieron un perfil socioeconómico de Jesús y para ellos fue uno más sin gloria ni gracia como para ser predicador de algo tan importante. Nombraron a sus hermanos, casados con sus hermanas, su padre un carpintero y su madre un ama de casa. Nada fuera del otro mundo. Y Jesús, vestido en ropajes humildes, caminando junto a su grupo de acompañantes en la misma humildad de ciudad en ciudad, región a región, villa a villa.
Sus contemporáneos, habiendo vivido con él en las mismas circunstancias de política, economía, sociedad, educación y formación en la ley mosaica, no podían entender “que pasó” que lo hizo tan diferente, al punto de tener sabiduría, poder, gracia y milagros que ellos no tenían.
Cuestionaron tanto este misterio que fue la base de su incredulidad, pues escrito está que unos se maravillaban y otros se escandalizaban, pues no daban crédito a esto. No daba lógica, no existía una evidencia -en su gran ignorancia- de cómo él destacó en eso y ellos no.
Por este motivo, Jesús dio la famosa frase que no hay profeta sin honra, sino en su tierra y en su casa, porque los naturales, contemporáneos y consanguíneos “nos conocen tanto” que saben nuestras imperfecciones, en virtud de lo cual es un argumento tal que basta para desacreditar lo que hagamos o digamos, pues muchos sentirían envidia, celos y deseo que nos pase el mal.
El mundo cree conocer todo: piensa que con conocer todo lo material, físico, biológico, psicológico, químico, social, económico, matemático, jurídico, legal, mercantil, conductual y actitudinal de alguien ya puede juzgarlo, etiquetarlo, circunscribirlo en un perfil, atraparlo en una “descripción”, cuando lo que es en realidad es manipular mediante la coacción verbal de atributos negativos que imperan sobre los positivos.
Y Jesús mismo no fue exento de esto, porque su propia gente dudó de él por las razones antes expuestas. En consecuencia, no hizo muchos milagros allí, por cuanto no creían en él como alguien enviado de Dios. Y esto era necesario sucediese, para que el evangelio pudiera salir y porque el mismo Señor Jesús había dicho “si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis?” En otras palabras ¿cómo saldrían los profetas de su tierra si no hubiera necesidad? Si la propia familia nos creyese y entendiese a la primera, el propio pueblo nos oyese y arrodillase ¿cuándo se expandiría la palabra a otras comarcas?
Por tanto, es necesario que salga el profeta a cualquier lugar a donde fuese enviado por el Espíritu, porque no son enviados a los suyos, sino a los extraños que no te conozcan en la carne, sino en el Espíritu. Así sucedió con Adán y Eva, tuvieron que salir del paraíso y ser extraños en el resto del planeta para entender a Dios. Así sucedió con Abram tuvo que salir de entre los suyos para recibir la promesa. Así mismo, Jesús, dejó su gloria y divinidad para entregar el mensaje preparado por su Padre hacia su pueblo. La honra que recibió Jesús la tuvo fuera de los contornos de su primera vida, la secular. En su propia comarca tuvieron que venir otros para extraer a los que pudieran ser salvos tiempo después. Así mismo, la honra no está en casa, sino fuera de ella.
Amados: no tengamos miedo a salir, es necesario entender que no somos enviados a los nuestros, sino a otros. Los nuestros, bajo la misericordia del Padre, tendrán a sus enviados a su tiempo que les testifiquen lo que nosotros estamos impedidos, pero las acciones cuentan y por eso nuestras obras y dichos tienen que ser guiados por el Espíritu para asegurar no haya excusas de incredulidad. Y a su vez, ser nosotros los enviados a quienes no pueden ser enseñados por sus propios familiares que profesan la misma fe que nosotros. Esto es parte del amor de Dios, hermanos.
Que el amor, la gracia y paz del Señor Jesús sea en todos ustedes, amados hermanos, amén.
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