La gracia, la paz y el amor de nuestro Señor Jesucristo sea en todos ustedes, amados hermanos, en Cristo Jesús, Señor nuestro, amén.
El día de hoy estamos de manteles largos debido a que iniciamos uno de nuestros capítulos favoritos. Si bien toda la Escritura en el Nuevo Testamento es maravillosa, edificante y preciosa, en este capítulo y tema lo consideramos de lo más gozoso porque no se enseña en las iglesias y cuando nosotros tuvimos la gracia de entenderlo nos conmovió hasta las lágrimas de júbilo.
Se trata de Mateo 5 1-12; donde el copista pone “las bienaventuranzas”; más en estos días el Espíritu me muestra llamar a este pasaje “los bienaventurados” puesto que es una dicha existan humanos dignos de estas bienaventuranzas y esto es don de Dios, no logro o meta de los hombres, de ahí que el modo de elegir esta escritura sea rendir un tributo al Padre, el Dios de los bienaventurados por Cristo.
Cabe precisar que la mención hecha por Mateo es en un monte, para cuestión de acústica y que la gente pudiese verlo. Sus discípulos le flanquean y se sientan alrededor suyo para que entre multitud y sus escogidos oigan estas palabras de vida, poder y esperanza. Abordaremos varios temas de esta palabra por cuanto reviste de importancia dedicar tiempo para discernir y explicar este contenido espiritual.
También, hemos visto que estas bienaventuranzas en lo particular son una para cada hermano. Se conjuntan con otras bienaventuranzas encontradas a lo largo de las cartas epistolares de nuestros hermanos apóstoles, pero estas ya las hemos visto en los análisis de los temas anteriores.
En primer lugar señala a los pobres de espíritu. Su promesa en esta Tierra para quienes sean dignos de tenerla, creerla y vivirla es tener el reino de los cielos (poder de Dios de muy diversas maneras, la acción de realizar milagros, atar y desatar según los propósitos de testimonio de sus poseedores). Se les llama así por cuanto para el mundo son poca cosa (pobres): sin soberbia, ínfulas de grandeza, petulancia o henchida el alma de egolatría. Espíritu porque son personas sobrias, discretas, humildes, sin aspavientos de exigir honra, loa o adoración, como en el mundo los hipócritas y perversos hacen. Este contraste de una actitud pacífica con una palabra y poder descomunales es como nuestro Señor avergüenza los caminos del hombre, derrota la torpeza de la carne y derrota los modos agresivos del enemigo. Analícense amados, si caen en esta promesa y sean bienaventurados en esta asignatura. Pidan revelación y por medio del Espíritu Santo mediten si es para ustedes esta promesa.
En segundo lugar aparecemos los que lloramos (el hermano en Cristo que escribe cae en esta bienaventuranza, aquí en este quehacer espiritual soy bienaventurado). Se refiere a los creyentes de alma noble y sensible, aquellos que lloran con el corazón, de corazón, de manera coordinada y con razones de peso. Las lágrimas brotan por motivos específicos, se llora invocando al Padre en el nombre del Señor Jesucristo y las lágrimas no son un ejercicio de hipocresía o chantaje. Son lágrimas en secreto. El llorar obedece a una necesidad que sobrepasa las palabras, y que mente, alma y cuerpo se unen con el Espíritu Santo para cumplir los escritos “como el ciervo clama por las aguas así clamo por ti oh Dios”. El mismo Señor Jesús lloró y fue consolado por el Padre (por ejemplo, cuando murió Lázaro) y esa bienaventuranza se aplica a quienes con pundonor, honor, diligencia y prudencia enfocamos nuestras lágrimas a los asuntos más importantes en nuestra época de vivencia. La consolación es un premio inconmensurable porque toda petición con lágrimas es contestada y nuestro corazón, después de la angustia, terror, miedo o desesperación halla la paz, el júbilo y el agradecimiento. Lea y medite, amado lector, si acaso usted está en este quehacer espiritual para la honra y gloria de nuestro Señor Jesucristo.
Hasta aquí dejamos este extenso tema, baste decir, amados, que en la siguiente publicación abordaremos los demás honores que Dios, nuestro Padre por Su misericordia y gracia por el Señor Jesucristo tenemos acceso.
Por lo pronto, deseamos que el amor, la paz y sabiduría para poder elegir la bienaventuranza que mejor les acomode por medio del Señor Jesucristo, esté en su espíritu, amén.
5 Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. 2 Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo:
3 Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
4 Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.
5 Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.
6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
8 Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.
9 Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
10 Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
11 Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. 12 Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.
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