Que el amor, la gracia, la paz y el gozo de nuestro Señor Jesucristo sean plenos y rebosantes en ustedes, amados hermanos, amén.
Continuamos en la estancia en Genesaret, pero iniciamos el capítulo 15 de Mateo, donde sucede un hecho poderoso de convencimiento de la verdad y demostración del poder de la palabra de nuestro Señor Jesucristo. El pasaje Mateo 15: 1-20 será dividido en dos partes: Mateo 15:1-9 y Mateo 15:10-20 pues, aunque es el mismo tema, por el Espíritu veremos un par de revelaciones alternas e importantes sobre este suceso. Comienzo sin más preámbulos la primera parte:
15 Entonces se acercaron a Jesús ciertos escribas y fariseos de Jerusalén, diciendo: 2 ¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando comen pan. 3 Respondiendo él, les dijo: ¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición? 4 Porque Dios mandó diciendo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente. 5 Pero vosotros decís: Cualquiera que diga a su padre o a su madre: Es mi ofrenda a Dios todo aquello con que pudiera ayudarte, 6 ya no ha de honrar a su padre o a su madre. Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición. 7 Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo:
8 Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí.
9 Pues en vano me honran, Enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres.
Cuando todo en Genesaret parecía transcurrir en amor, misericordia, fe y gozo, llegan ciertos escribas venidos de Jerusalén para discutir con Jesús acciones específicas que los discípulos, en la libertad hacían: no lavarse las manos. La excusa: quebrantar una tradición, según ellos de los ancianos, pero eran ritos humanos disfrazados de acciones de santidad y pureza.
Tras leer el pasaje el Señor Jesús aún no salía de esta región y ya le habían abordado para confrontarlo. Para ellos era muy importante porque el pueblo veía que el Hijo del Hombre, el Profeta, el Mesías, el Maestro o Rabí no señalaba tal “falta”, por tanto, si él callaba era porque carecía de relevancia. Y eso no lo podrían permitir puesto que de estas ataduras morales dependían para tener sometido al pueblo.
Por eso fueron envalentonados a cuestionar abiertamente al Señor, buscando quizá avergonzarle.
Pero con lo que no contaban fue con la firme respuesta del Señor, quien al instante les replica haciéndoles otra pregunta, cuestionando por qué daban más jerarquía a una tradición que al mandamiento dado por Dios.
Según ellos, lavarse las manos era evitar comer cosas inmundas a través de las manos sucias, pues esto enfermaba y contamina al hombre. Reglamentaron esto para agradarse entre ellos de una pureza visual, pero por dentro eran cuerpos llenos de pecado y maldad, cosas aborrecibles al Dios Vivo.
Y primero Jesús menciona el mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre y: el que maldiga a su padre y a su madre, muera irremisiblemente”. Es decir, los padres son figura de autoridad y respeto impuestos por Dios ante los hijos, así aprendiendo sujeción en la carne habrá más chances de ser sujetos en lo espiritual. Pero, si a quienes ven no respetan y se rebelan ¿cómo serán sujetos a Quién no ven? Por esto la muerte era el pago, porque una vez conociendo este pecado de rebeldía -al igual que satanás antes de los tiempos del Hombre- esta plaga iba a expandirse como lepra entre el pueblo y lastimosamente, así fue. El pueblo se contaminó de desobediencia y rebeldía.
¿Cuál fue el embuste que crearon estos “ancianos”? Eliminar la pena capital y en su lugar mantener a los padres, ayudando como carga y no como acto de amor, además de que no hay compromiso de sujeción y obediencia a ellos. Es decir, tergiversaron el dicho divino por su convenenciera afirmación.
Además, les nombró como hipócritas, pues llegaron ufanos creyendo que cumplían con la ley cuando en realidad estaban soberbios por servir al pecado. También les comparó con la profecía -escrita precisamente para ellos varios siglos antes- en boca de Isaías inspirado por Dios.
El Señor Jesús no toleró tal afrenta y con el poder del Espíritu dio este argumento irrefutable. Los escribas quedaron avergonzados y exhibidos, heridos profusamente en su orgullo y regresaron por donde vinieron poco tiempo después (pues falta la segunda parte de exponer) airados y frustrados porque no pudieron hallar excusa de contraargumentación. Sabían la verdad, conocían que Jesús no mintió y, por tanto, no podían contradecir tanto que la lavada de manos era una simple atadura como que la omisión de la pena de muerte por desacato al mandamiento de Dios fue abolida por tales ancianos.
Amados, no temamos cuando vengan a querer dictarnos las palabras de Dios como reglas de hombres de aclarar y dar testimonio. Justamente al redactar estas letras recibí la inesperada llegada de mormones los cuales fueron lanzados por no poder resistir a la fuerza de la verdad que es Jesucristo. Vinieron según ellos a ilustrarme conceptos vagos de iglesia, Jesucristo vino y está aquí, están los apóstoles, la revelación de su profeta mentiroso y tras decirles: “Busquen la Verdad” y contraponer sus falsos postulados no soportaron y se despidieron.
Es imperioso destacar que es el Espíritu Santo quien debe dejar que los guíe, pues no es charla amistosa de café, sino una argumentación de lucha espiritual fuerte y de tintes eternos, pues es cuando hay que dar testimonio ante Dios y los hombres. Oremos y velemos para siempre estar listos y sea un privilegio servir a nuestro Señor en la defensa de nuestra fe.
Que el amor, la gracia y paz del Señor Jesús sea en todos ustedes, amados hermanos, amén.
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