Amados hermanos en Cristo Jesús, Señor nuestro: La Paz, gracia y amor del Señor Jesucristo sobreabunde en ustedes, en su espíritu. En esta ocasión, leerán otro pasaje donde ahora el sexto ángel lanza la correspondiente embestida de batalla debido a que el género humano ha decidido romper todo tipo de lazo y comunión con Dios. Es preciso seguir recordando (para acallar a esos perversos que pregonan que “Dios es malo” y que “por culpa de Dios pasan las calamidades a la existencia humana” que estos juicios son a las generaciones futuras, las cuales no conoceremos y si ahora, en nuestro días -finales del 2021- vemos con estupor y tristeza cómo la Humanidad se entrega en tergiversar el orden de Dios en demasiados sentidos (en búsqueda de una “libertad”) y que hoy todavía hay fe, en las iglesias Laodicea ya comienza a acaparar los reflectores de los tiempos, ¿cómo no estará de pérdida, intoxicada y deleznable aquella población? Así que no dejen que esa abominación que Dios causa estos acontecimientos melle su fe. Lo que continuación leeremos está en Apocalipsis capítulo 9, versículos 13-21:
13 El sexto ángel tocó la trompeta, y oí una voz de entre los cuatro cuernos del altar de oro que estaba delante de Dios,
14 diciendo al sexto ángel que tenía la trompeta: Desata a los cuatro ángeles que están atados junto al gran río Eufrates.
15 Y fueron desatados los cuatro ángeles que estaban preparados para la hora, día, mes y año, a fin de matar a la tercera parte de los hombres.
16 Y el número de los ejércitos de los jinetes era doscientos millones. Yo oí su número.
17 Así vi en visión los caballos y a sus jinetes, los cuales tenían corazas de fuego, de zafiro y de azufre. Y las cabezas de los caballos eran como cabezas de leones; y de su boca salían fuego, humo y azufre.
18 Por estas tres plagas fue muerta la tercera parte de los hombres; por el fuego, el humo y el azufre que salían de su boca.
19 Pues el poder de los caballos estaba en su boca y en sus colas; porque sus colas, semejantes a serpientes, tenían cabezas, y con ellas dañaban.
20 Y los otros hombres que no fueron muertos con estas plagas, ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos, ni dejaron de adorar a los demonios, y a las imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden ver, ni oír, ni andar;
21 y no se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su fornicación, ni de sus hurtos.
Después de leer este asombroso y -por qué no decirlo- terrorífico escenario, el apóstol Juan nos deja una impactante escena sobre los cuales la tercera parte de la población humana morirá, ahora sí, a causa de este juicio. Recuerden amados hermanos: estas personas ya fueron heridas y debilitadas por las langostas y no tienen temor alguno a Dios ni respeto alguno hacia el Cordero inmolado. No favorecen el arrepentimiento ni tampoco sus corazones se reblandecen. Muy por el contrario, repudian el Santo Nombre de Dios y conspiran amenazas contra todo lo que representa a Cristo y Dios en esta Tierra.
La voz que se oye sale del altar de oro enfrente de Dios. ¿Qué significa? Recordemos que la función de un altar es la de ofrendar a Dios plegarias de todo tipo, en especial de ayuda y perdón. No olvidemos que Dios ya había vaciado la copa del cáliz de las oraciones de los santos exterminados en toda la Tierra por no doblarse ante la bestia ni aceptar dejarse sellar con su marca.
Entonces, este altar con vida propia (porque todo lo que viene de Dios implica vida) ahora ordena sea la justicia la que se ejecute y no más plegarias de auxilio y ayuda. En ese tiempo, nadie clamará por piedad, misericordia y perdón. Por eso el altar dará su orden al ángel quien obedece a desatar a cuatro ángeles cuyos ejércitos contados por 200 millones de jinetes y caballos de guerra especiales serán los verdugos de esta desdichada Humanidad. Describe el Espíritu que estos cuatro ángeles están atados sobre el río Eufrates (zona geográfica donde estuvo Babilonia) y significa que desde el origen hasta el fin la Humanidad desde su caída siempre ha preferido el mal. Recordemos que el jardín del Edén estuvo ahí también (la gracia y habitación de Dios) antes de ser cerrada y clausurada la entrada al árbol de la vida, pues el Éufrates era una de las fronteras jardín. Por tanto, el que los ángeles estén atados ahí es porque Dios manifiesta su desagrado por haber sido despreciado por oír la voz de la serpiente antigua. Así como en los primeros días, así ahora en esos días funestos.
Dios, también es el mejor General de Ejércitos, por lo cual adiestra a estos jinetes con sus caballos. La razón por la cual son caballos y no artilugios es porque son creación Suya y para vergüenza de cualquier tecnología creada por el hombre serán deshechos y será inevitable la siega de vidas. Estos caballos están especialmente creados con la misma naturaleza y poder con el que Dios creó todo lo que vemos, pues estos ángeles serán visibles, junto con estos caballos. Sus formas serán nada estéticas porque nadie se embellece para la batalla.
Estos caballos tienen esencia de fuego (plasma que no puede ser manipulado por el hombre a su antojo), tienen coraza de zafiro -elegancia y estirpe real- y azufre -elemento químico muy recurrido por Dios como aspecto de juicio, desagrado y respeto-.
El modo en como matarán a los hombres es que al andar dispersos por toda la Tierra las colas volverán a dañar y debilitar a estos seres llenos de pecado y maldad, en tanto que los más débiles morirán debido al fuego -ser quemados moribundos-, asfixiados (el humo denso de vapores como volcánicos -diversos óxidos de azufre, nitrógeno y carbono- y anti-vida por excelencia) y el azufre, que fuera de su uso en las proteínas, muchos de sus compuestos y en sí el elemento puro es incompatible con la vida. De modo que, el tener el contacto con el fuego, respirar el humo tóxico y ser impregnados de azufre caliente minará la vida humana en la tercera parte.
Y aun así, los sobrevivientes no dejarán de pecar, de hacerse más merecedores de plagas y castigos. Su corazón lo pondrán en sus efigies, en la adoración a los demonios, en sus propias fuerzas, en su odio irracional contra el Creador y contra Su Heredero. En pocas palabras imitarán la actitud necia, soez, estulta y altiva de la antigua nación judía.
Por eso esta historia no termina aquí, amados hermanos. Seguirá desarrollado el juicio a petición expresa de la misma gente soberbia y maliciosa en cada célula de su cuerpo.
Por esto, ahora que leemos y por el Espíritu comprendemos, sabemos que por Cristo viviremos y nunca los hijos de Dios por la fe en Jesucristo padeceremos estos pesares. Vemos que incluso el vituperio con el cual como flagelos parecen tiernas caricias en contraste con la venganza del Dios vivo contra quienes atentaron contra sus pequeñitos y sobre todo, contra Su Hijo amado.
Que el gozo, el amor, la paz y la fortaleza del Señor Jesucristo estén con nosotros y en ustedes amados, en su espíritu, amén. ¡Ven, Señor Jesús!
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