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La Promesa hecha realidad: la Eternidad

Amados hermanos, estimados lectores: que el amor, la gracia y el poder de nuestro Señor Jesucristo sea en todos ustedes, fervientes ovejas del Señor, abundante en su espíritu, amén.

Inicia ya el penúltimo capítulo de este maravilloso libro profético, escrito por el Señor Jesucristo exclusivamente para su iglesia. Hemos leído muchas cosas, mensajes, avisos, advertencias, exhortaciones, realidades venideras y juicios justos sobre la impía Humanidad, castigo y muerte a todos los enemigos de Dios.

Muchos hermanos confunden este contexto y lo revuelven con falsas profecías en detrimento de la fe de salvación, para dar lugar a una condenación casi segura por errores o equivocaciones (tal como las religiones mantienen a sus víctimas cautivas).

Lo cierto y el deber ser al interior de las congregaciones es la lectura continua de este capítulo que iniciamos, Apocalipsis 21, para mostrar a las generaciones de creyentes venideras lo que realmente nos espera y no poner atención en el poco tiempo de prueba, así como el mismo Jesús aleccionara a Marta, a quien le dice en Lucas 10:41-42: “41 Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. 42 Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.” Apocalipsis de esperanza redentora es la buena parte y no nos será quitada, pero hay muchas “Marta” pregonando el desastre, la persecución con la consabida escapatoria de los seguidores del anticristo.

Pero para contradecir tal argumento impropio procedamos -con el poder de revelación que nos da el Espíritu- a leer y gozarnos en la interpretación de Apocalipsis 21:1-8, para la honra y gloria de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Inicia el pasaje con Juan diciendo que el primer cielo, la primera Tierra y el mar ya han pasado, es decir, ya fueron consumidos por el fuego purificador de Dios, creador suyo. Es decir, el universo que ahora conocemos no es más, sino que ahora otra Creación, la cual Dios ya tiene lista (pues ya pasó, solo que nosotros no hemos llegado todavía) se hará notar por el poder restaurador de Dios. En primera persona, nuestro hermano Juan certifica que ha visto la santa ciudad descender del cielo, de Dios, la nueva Jerusalén dispuesta como una novia ataviada para su marido. La ciudad es el regalo de bodas del Padre para Su Hijo. Así como nosotros damos dotes o regalos a los recién casados, según la cultura que nos distinga, pues obvtuvimos tal conducta de Dios: literalmente echa la casa por la ventana. Al hacer descender desde Su gloria esta ciudad adornada impecablemente para el magno evento que se avecina (las bodas del Cordero). La beldad se asemeja a la de una novia, en su mayor esplendor de arreglos que la hace reluciente, prístina.

En el tercer versículo, se encuentra que una voz declara, como si fuese un anunciador o maestro de ceremonias, que se pone ante los ojos de todos el tabernáculo de Dios con los hombres, o sea, ya no es como antes, reservado a una élite sacerdotal, sino al alcance de todos los redimidos: los nuevos hombres. Ya no hay muros, cortinas, restricciones, la misma esencia de Dios y Su Presencia ¡entre nosotros, los salvos! Podremos verlo y sentirlo, pues Él estará entre nosotros como nuestro Dios.

Así mismo, el propio Dios enjugará toda lágrima de sus escogidos y dignos, tras el oscuro pasado y pesar, para dar lugar a la consolación pues en Él solo hay gozo, de manera que no habrá llantos, clamores o dolor por el sufrimiento. ¡Preciosas palabras de esperanza! No olvidemos que el mismo Padre es quien estará ya con Sus criaturas hechas hijos e hijas, en el seno de Su ciudad.

Luego Dios habla y dice que Él hace todas las cosas nuevas. Acto seguido, manda a Juan a escribir lo que Dios habrá de decir a continuación. Primero, establece que lo que habla es verdadero y fiel, es decir, no miente y no es endeble su decreto. Proclama que hecho está toda la primera parte: juicio y consumación de la primera etapa de la vida del hombre, y la puesta en marcha de la operación de la nueva creación.

Después dice: Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. ¿Quién podrá cuestionar esto? Continúa: “Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas y yo seré su Diosy él será mi hijo”. Esta promesa es para nuestro Señor Jesucristo quien ya venció y es eterno y está heredando todo. Así mismo lo hace a todo aquel quien haya vencido en la fe, en el amor y en la fidelidad a nuestro Señor Jesucristo.

Y sentencia nuestro Dios y Padre con: “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”. Describiremos quiénes son estos personajes que ya han sido condenados en el Juicio del trono blanco.

Cobardes e incrédulos: los que por miedo, temor o terror decidieron renunciar y no confesar el santo nombre del Señor Jesucristo, en vista de que su vida, influencias, poder terrenal, convivencia con el mundo, el amor al pecado fue más importante que ser salvos. Los que por falta de “pruebas” rechazaron creer en el nombre del Hijo de Dios, Señor nuestro.

Abominables y homicidas: aquellos quienes nunca tuvieron amor hacia la vida del prójimo, como Caín. Seres que buscaron el desprecio de Su Creador al privar de la vida de manera dolosa a los hombres y quienes pagaron al amor con odio y violencia injusta. Aquellos seres desnaturalizados quienes no tuvieron remordimiento de atar a Cristo, ni a sus escogidos.

Fornicarios y hechiceros: aquellos quienes pervirtieron la pureza del evangelio en su propia concupiscencia generando religiones perversas y con encantamientos sutiles llevaron a muchos al error. Aquellos quienes revolvieron la palabra de Jesucristo con sus teologías malvadas y fuera de la Palabra de Dios. Los que también pecaron contra la naturaleza dispuesta de Dios y quienes consultaron muertos, invocaron demonios y adoraron cosas espirituales fuera de su conocimiento.

Idólatras y mentirosos: esas almas que buscaron adorar a cuanta cosa pudieron en lugar de al Creador de todas las cosas. Los que se adoraron a sí mismos como revelados, enviados, cristos, y los que contradicen la Verdad (la palabra de Dios por Cristo) inventando doctrinas falsas, mandamientos inexistentes, reglas fuera de toda proporción, evangelios falsos, etc.

El castigo para todos estos es la muerte segunda, en el lago que arde con fuego y azufre.

El mismo Dios lo ha dicho y así será.

Bendito sea nuestro Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo por revelarnos este maravilloso desenlace para quienes en efecto, fuimos llamados y elegidos por Él para tener esta heredad, que permanecerá por siempre y para siempre.

Que el amor, la gracia y la consolación de nuestro Señor Jesús sobreabunde en su espíritu, amén.

Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. 2 Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. 3 Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. 4 Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. 5 Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. 6 Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. 7 El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. 8 Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.


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