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La promesa de la fe a los gentiles.

Que el amor, la gracia, la paz y el gozo de nuestro Señor Jesucristo sean plenos y rebosantes en ustedes, amados hermanos, amén.

El siguiente pasaje es un masaje al corazón de todo creyente que no tenga lazo de linaje con Israel, es decir, a todo gentil fuera de la primera gracia. Sabemos que Jesús es la profecía hecha carne dada desde los primeros tiempos hacia la Humanidad para hallar total reconciliación con el Padre, el Único y sabio Dios Creador de los cielos y la tierra. Pero esta profecía fue hecha por principio de cuentas al pueblo de Dios, aquél que fue creado por el mismo Altísimo de entre todas las naciones. Eligió pues, a un caldeo y de ahí lo fue transformando hasta forjar en este hombre a un amigo que le prometió la tierra de descendientes suyos.

Con el tiempo el pueblo se forjó al nacer descendientes de estos varones hasta competir por recursos en el imperio egipcio, pero aquí mismo este pueblo olvidó su promesa de guardar el nombre de su Creador y se apegaron a ser egipcios, siendo pueblo de Dios.

Los sacó Dios y solamente al cruzar el mar volvieron a prevaricar. Es en el último tramo de eliminar a la perversa generación donde Dios envía una promesa de alcance global, eterno y universal cuando anuncia que todavía enviará a uno que hable en su nombre. Este hombre sería quien diga en verdad las palabras del mismísimo Altísimo y no era Moisés quien en su propia presencia veterana enunció tal profecía ni los antiguos padres. Era el Enviado de Dios. Bajo esta promesa una condición eterna: quien del pueblo no oyese a este Enviado o Profeta, será desarraigado y echado con los malditos. Es decir, la condición de pueblo ya no era con la circuncisión, con el resguardo de la ley recién dada, con los votos, ofrendas y promesas mediante sacrificio de animales, sino más bien con el mensaje dado a este Ser enviado por Dios a que hable en Su nombre.

Pasaron muchos siglos y este pueblo siguió en su vaivén de emociones, reconciliaciones y caídas, jueces, reyes y profetas y cada vez más la lejanía y aversión a su Dios eran más patentes.

Llega este Ser en la forma humana de Jesús de Nazaret y comienza en su adultez a dar el mensaje y testimonio de las palabras que su Padre, nuestro Padre por gracia salvadora, había que enunciar. 

Había Jesús salido de Genesaret y llegó a la región de Tiro y Sidón, ciudades netamente fenicias y, además, gentiles y pecadoras, pero porque hasta ese momento así le placía al Señor. Aquí es donde toma lugar la meditación de Mateo 15:21-28. Leamos para entrar en contexto.

21 Saliendo Jesús de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón. 22 Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio. 23 Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros. 24 Él respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. 25 Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme! 26 Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. 27 Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. 28 Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora.

Jesús fue enviado como promesa cumplida al pueblo, solo para el pueblo él tendría las primeras palabras; mas al ver el desprecio de sus hermanos y congéneres decidió crear un punto de contacto en esta región que antes fue habitada por los filisteos. La fama del Jesús sanador y restaurador se propagó fuera de las fronteras judías y muchos gentiles quisieron conocer más de esto. 

Una mujer nativa de Canaán creyó en el poder milagroso de Jesús. Ella no tenía conocimiento de la ley, de la promesa hecha a los judíos y tenía cero relaciones con la religión de aquel entonces. Pero tuvo fe. 

Ella cumplió con el mandato hecho a Abram sin saber. Salió de su tierra, de sus costumbres, religión y ciencia y buscó con total certeza a Jesús. Su razón: su hija atormentada por un demonio. Ella no tuvo ningún reparo de buscarlo y ponerse bajo sus pies. Ella, en su ignorancia atinó a decir “Señor, Hijo de David” porque así lo declaraba la conseja popular. Ella expuso sin reservas el motivo de su búsqueda. El Señor naturalmente no tenía que atenderle, pues no era del pueblo y tenía que guardar su obediencia a su ministerio, pero la gracia de Dios pone a los discípulos como modo de que esta mujer sea escuchada, a lo cual el Señor vuelve a confirmar que ella es otro linaje a que él en ese momento no tiene la gracia de acudir. Ella escucha y se postra en tierra, en clara señal que sabe y reconoce que nadie más hay quien la pueda auxiliar.

- No soy enviado sino a las ovejas perdidas de Israel.

- ¡Señor, socórreme!

- No está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos.

- Sí Señor, pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.

Esta frase es lapidaria para quienes entre los del pueblo no creían. Una mujer que no tenía lazo directo de nación, creencia, lealtad o promesa con el Hijo de Dios nunca dudó de su poder sanador al mismo punto de rogarle por un poco de misericordia de entre toda la gracia de obras que él tenía para dar. Nunca le pidió que transgrediera su mandato (ir a Israel) para ir a los suyos, Tiro y Sidón. No, solo le pidió para ella en favor de su hija. Al ver la fe, eso lo que realmente nuestro Padre quiere en Sus adoradores, el Señor Jesús le concede la petición, siendo en ese momento muy preciso: “Oh mujer, grande es tu fe. hágase contigo como quieres” siendo ella motor de inicio para la futura iglesia en aquella región, al ser ella la enviada a su lugar de origen de hablar de Jesús quien la auxilió.

El Señor Jesús sabía que Tiro y Sidón, al no ser parte de la primera promesa, tendrían la total disposición de oír y creer. Pero esto era para los próximos apóstoles, no para él. Así luego los comparó con las ciudades judías quienes a pesar de los milagros y señales hechos en ellas se negaron a arrepentirse.

Amados. La Palabra es específica. El Señor Jesús cumplió con su mandato y aun así fue testimonio a los gentiles, quienes mostraron la fe auténtica que Dios buscó en su nación Israel y no fue hallada. Por eso, tras la muerte y resurrección de nuestro amado Salvador y Maestro, fue ahora sí, dada la instrucción de ir a toda nación, lengua, pueblo y linaje a hablar de él, no de la ley.

Por eso vino el profeta, el Mesías: a cubrir a toda la Tierra con la gracia del Padre, a través de su pueblo convertido, pero éste no quiso y Jesucristo formó su iglesia fuera de todo lazo con lo antiguo. Gentiles y judíos unidos por la promesa, donde nada físico impide que creamos en él como el Hijo de Dios. La clave es la fe que mostró esta mujer, así como todos los mencionados en el nuevo pacto que es la fe que Dios pide del género humano. Nunca pues, sea el caso que esta fe se apague en nosotros, sino que arda fervientemente hasta el último de los días que habremos de estar aquí. Amén.

Que el amor, la gracia y paz del Señor Jesús sea en todos ustedes, amados hermanos, amén.



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