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La niñez en el reino de los cielos. 

  • Foto del escritor: Cuerpo Editorial
    Cuerpo Editorial
  • 17 ago 2024
  • 3 Min. de lectura

Que el amor, la gracia, la paz y el gozo de nuestro Señor Jesucristo sean plenos y rebosantes en ustedes, amados hermanos, amén.

El capítulo 19 es vasto en contenido. Hoy tocaremos un tema muy preciso y poco extenso pero muy gratificante de cualquier forma. Justo cuando el Señor dio tremenda cátedra sobre el divorcio en la entrega pasada, en el pasaje hallado en Mateo 19:13-15, vemos cómo ahora el Señor nos dice la verdadera esencia del hombre que el Padre había creado antes de su transgresión y que añora vuelva a esa postura de gracia y gozo.

Leyendo dice:

13 Entonces le fueron presentados unos niños, para que pusiese las manos sobre ellos, y orase; y los discípulos les reprendieron. 14 Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos. 15 Y habiendo puesto sobre ellos las manos, se fue de allí.

Unas personas que estuvieron presentes tuvieron la gana de poner unos niños bajo la vista y gracia del Maestro, con el fin de que orase por ellos para bendecirlos al poner sus manos sobre ellos.

Nosotros siempre como especie procuramos poner a los más pequeños a buen recaudo por la situación de supervivencia y protección. Este instinto es natural y esperable. Siempre buscamos lo mejor para nuestros hijos, sobrinos, nietos, vecinitos, alumnos, primitos menores de edad e infantes pues porque les amamos y nos causan ternura y alegría.

Pero los discípulos consideraron impropio este mover y reprendieron a estas personas, pues no veían con buenos ojos que el Rabí perdiese el tiempo con críos en lugar de seguir hablando palabra de enseñanza.

Más nuestro amado Señor Jesús tomó la ocasión para enseñar cuál debe ser la esencia del creyente en cuanto su fe y actitud.

El versículo 14 es la clave: dejad a los niños venir a mí. Aunque el Señor Jesús a nadie echa fuera que le sea enviado por el Padre, aquí se refiere que hay personas de mentalidad, actitud y corazón, alma de niño que le buscan afanosamente. ¿Qué significa? Que no hay maldad en su corazón, que su búsqueda es genuina y consideran a Dios como Padre, aunque no es revelado a ellos todavía. En el mundo hay muchas almas con esencia de niños, y claro, hay infantes que también a su corta edad buscan fervorosamente a nuestro Señor y le invocan en su inocencia. Conocimos a una amada hermanita, Sonia, quien encaja en esta descripción. Ella nunca negó su fe y siempre, a su corta edad, daba testimonio del sincero lazo de amor entre la Deidad y ella. Partió joven, pues ese fraternal amor entre Dios y ella fue tanto que la tiene ahora en el gozo y consolación del Paraíso en lugar de su prueba que aquí tuvo. Por eso dice a continuación:

Y no se lo impidáis, es decir, nadie tiene el derecho de admisión sobre quién puede acercarse a Cristo y quien no. Tanto infantes como estas personas de alma, conciencia, mente y corazón de niño tienen la puerta más que abierta para hallar la bendición, gracia y amor del Señor Jesús y por ende, del Padre. Estos niños dejan de ser huérfanos, pues el amor de Jesucristo subsana todo, cubre y protege dando salvación, alivio y gozo.

Porque de los tales es el reino de los cielos, es una maravillosa promesa, donde nos lleva a la meditación de que para disfrutar el verdadero poder de los cielos tenemos que tener pureza en nuestra mente, en nuestro corazón y tener sinceridad en el anhelo de Dios y Cristo. Ser como niños: sin malicia, seres dispuestos a dar amor a raudales, ingenuos al mal e hipocresía, entregados y fraternos. Solo así se activa el poder del Espíritu Santo.

Dando la oración y bendición y habiendo dicho esto, se fue de ahí.

¡Aleluya! El Señor busca niños espirituales para darles lo mejor de sí. Seamos como niños, amados lectores y hermanos, porque en la medida que no amemos al mundo, su malicia y su perversión, sino que voluntariamente dejamos pasar esas seducciones debilitantes, tendremos la fuerza de lo Alto para ser agradables a nuestro Padre y heraldos verdaderos del Hijo de Dios, nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Amén

Que el amor, la gracia y paz del Señor Jesús sea en todos ustedes, amados hermanos, amén.

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