Amados hermanos en el Señor Jesucristo, la paz, gracia, amor sean en ustedes donde quiera que estén, amén, que el Dios de misericordia, nuestro amado Padre celestial les brinde riquezas espirituales para que sean abastecidos y fulguren como piedras preciosas el amor de Cristo a los hombres.
Iniciamos hoy con una exhortación muy fuerte, pero cálida y amable por parte del apóstol Santiago a los creyentes de Cristo, originarios y alejados de las tradiciones y costumbres de Israel, tan apegados a lo material. Una debilidad del pueblo judío es la necesidad enfermiza de poseer riquezas, el poder, la fama y el buen nombre.
Sin embargo, resulta contradictorio para el evangelio de Cristo esto, pues él mismo, durante su estancia aquí disfrutó de cero placeres, privilegios e influencias humanos, sociales, militares, filosóficos, religiosos y económicos, tan solo con el poder del Espíritu Santo dentro de él.
Este es el mismo camino que todo creyente, judío o gentil, debe seguir. Pero en el caso de los que vienen de la antigua religión de Israel esto constituye otro fuerte reto. La vista en ellos es tan débil que se dejan asombrar por lo lujoso, lo dorado, lo metálico y lo extravagante. Por eso una de las tentaciones que dio el diablo a Jesús en el desierto fue precisamente esto: ofrecerle las riquezas, el poder y la fama que él ostenta al serle concesionado. Siendo carne (todos los humanos) y además judío (la enfermiza urgencia de restaurar los reinos físicos de Samaria y Judá) el adversario consideró que Jesús podría caer, mas no contó con la esencia divina de él y lo confrontó derrotándole mediante lo dicho por Cristo por medio del Espíritu Santo de Dios: “Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo servirás”, según Mateo 4:10 y Lucas 4:8.
Así que hay que controlar los ojos, por decirlo de algún modo, ante el fulgor de la riqueza terrenal y no caer presos de ella. Lo que expone Santiago es la acepción de personas, donde se desprecia al pobre y se atiende al rico. En las congregaciones actuales los hermanos pobres, indígenas, piel oscura, humildes, sin belleza o presencia son echados fuera, discriminados o enviados a otro día u hora por pretextos derivados del ojo y la conciencia pervertidos.
En cambio, a los hermanos ricos, poderosos, influyentes, de buena alcurnia, caucásicos, de hermosa presencia, ataviados lujosamente, perfumados y con mucho porte son tratados casi como deidades ofreciéndoles todo tipo de comodidades y evitando cualquier descontento en ellos. Dice:
4 ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos?
Esta palabra es dura, sin embargo, hasta nuestros días, en todas las congregaciones, gentiles y entre israelíes, se ve y se sufre. Continúa la exhibición de este mal proceder:
5 Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?
6 Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos, y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales?
7 ¿No blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre vosotros?
Dando a entender que los ricos suelen inflarse con tanto halago, los pobres sufren el desprecio y quienes hacen esto caen en pecado. El versículo 5 es clave: los hermanos pobres son el instrumento de Dios para predicar la fe, además que, consciente que son privados de poderes en esta primera vida; empero en la segunda no será así, sino que serán ellos enriquecidos por el mismísimo Dios al darles heredad eterna.
Con esto tampoco estoy diciendo “fuera los ricos” o “los ricos no son de Dios” ¡No! Sino que el rico tiene su propia lucha, lo cual ya se ha hablado en otros blogs y así mismo los pobres su derrotero a seguir.
Regresando al tema principal, el apóstol Santiago en los versículos 8 y 9 cierra la pinza y evita que toda justificación o subjetividad en la interpretación surjan como escapatoria. Confronta a estos malos hacedores con la propia ley mosaica, en la cual sostiene que para ser perfecto en la ley debe cumplirse al cien por ciento. Cualquier fallo derrumba todo logro y hay que volver a empezar. En ese sentido, para este aspecto en lo particular, ni el Padre ni el Hijo toleran la acepción de personas, de modo que, como se dijo anteriormente debido a la religiosidad de muchos, si no cumples con lo que Cristo te pide, transgresor eres a todo, por cuanto tu vista sigue en lo terrenal y no ves lo espiritual.
No se puede profesar amor a uno mismo si no se ama al prójimo, al elegir y definir a quienes sí y a quienes no se ama y sirve. Por el Espíritu elige esta parte de la ley el apóstol para demostrar que la ley de Cristo es superior y más amplia que la mosaica. Y esto es el tropezadero de los religiosos, quienes se guían solo por la letra y no por la fe.
Muchos piensan que “Amarás a tu prójimo, como a ti mismo” es extrapolar mi yo a otro cuerpo. Entonces éste es su pensar: “si dice `tu prójimo´ yo decido quién es mi prójimo, por tanto, cómo me quiero reflejar en lo que yo elijo, por eso escojo lo que a mi ojo le gusta, a mi alma le gustaría ser o estar y mi corazón lo que añora tener. Con esta lógica, lo que a mi juicio parezca indigno, sucio, despreciable, feo, incongruente con mi propia visión no es mi prójimo por lo cual me deshago de eso”. Craso error que llevó al pensamiento judío al fracaso en el cumplimiento de este precepto. Pues Jehová siendo el proveedor, Él te proveyó del prójimo, no solamente la vianda. Entonces “Amarás a tu prójimo, como a ti mismo” significa realmente que amarás a todo ser vivo que tengas cercano a ti, éste es tu prójimo, mayormente ahora a los de la fe, a quien no puedes echar fuera, discriminar o menospreciar por cuanto es una extensión tuya: más aún, ahora es una representación de Cristo cercana a ti. Los hermanos pobres son enviados de Dios para que veas y tú mismo pruebes lo que hay en tu corazón. No que Dios te tiente, sino que tú no te tientes en prevaricar haciéndole a un lado solo porque no es del agrado de tus ojos. ¿Se nota la sutileza, pero la gran diferencia de interpretación? La diferencia entre la transgresión y el cumplimiento es inmensa, pero la diferencia entre hacer y no hacer es muy poca. Tan solo la vista puede hacer caer o no a alguien.
También de modo astuto el apóstol elige otros dos mandamientos mosaicos para que entiendan la profundidad del Espíritu Santo. No cometerás adulterio y No matarás.
Adulterio es mezclarse o envolverte con alguien sexualmente fuera de matrimonio además del matrimonio y matar es privar de la vida deliberadamente a alguien por cualquier razón.
Estos pecados son algo deleznable dentro de la cultura judía. Pero en la fe, al hacer acepción de personas: adorando a unos y desechando a otros, se adultera con los primeros y se mata a los segundos. Como se adora, ama y desea lo que le gusta al ojo, luego se adultera con esa persona, mezclándose con ella (ya no es necesario ayuntar carnalmente, porque el alma, corazón y mente ya cedieron a ese encanto) y como se desprecia, se desecha y discrimina a esta otra persona, al pobre (se le mata, pues el ojo no le considera una persona, se crea un odio hacia su condición y por tanto, la mente corazón y alma le quitan toda consideración humana y de amor) y ya no es necesario tampoco que deje de respirar: se le conoce como matar en vida.
Pero el versículo 12 comenta que, si dices que amas, ama, pero a todos los de la fe sin condición. Porque no es la ley mosaica lo que rige, sino la ley de la libertad, dada por nuestro Señor Jesucristo. Porque el versículo 13, con el cual cerramos este tema define que, si matas en tu conciencia a hermanos en la fe solo por ser pobres, no recibirás tampoco gracia o misericordia cuando alguien te mate por el mismo concepto. Y mira que este desprecio es tan grande que cuando alguien lo experimenta por primera vez se siente como morir. Y cierra con la promesa: La misericordia triunfa sobre el juicio.
Como conclusión, diré que Si tenemos misericordia del pobre y le atendemos como si fuera un rico, sin tampoco dejar en el olvido al rico (es de hecho ser iguales en el trato a unos y a otros) viéramos cómo les salvamos por medio del amor de su condición, confortándoles, animándolos, apoyándoles y fortaleciéndoles para que, en el día de mañana también seamos recompensados aquí en esta tierra si llegásemos a estar en alguna situación de apuro.
A continuación, la evidencia de lo meditado en Santiago 2:1-13. Que la paz, el amor, la misericordia del Señor Jesucristo sea plena en todos ustedes amados hermanos, amén.
2 Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas. 2 Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, 3 y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; 4 ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos? 5 Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman? 6 Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos, y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales? 7 ¿No blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre vosotros? 8 Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; 9 pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores. 10 Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. 11 Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley. 12 Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad. 13 Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio.
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