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La ciudad santa: La nueva Jerusalén, Parte 1

Que el amor, la paz y sabiduría del Señor Jesucristo sea en todos ustedes amados hermanos, amén. Deseamos que se gocen con estas letras, porque es lo que debemos recordar que este es el destino que nos espera y no anunciar cosas que no son para nosotros como si lo fueran.

Apocalipsis 21:9-14 es una primera exposición de tres en las cuales veremos cuán grande amor el Padre nos tiene, porque a veces solo recitamos el versículo de 1 Juan 3:1: Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él, mas no profundizamos acerca de que el amor es una acción recibida por parte de quien nos ama. Entonces, si yo amo a alguien pues le demuestro tal sentimiento con actos y dichos mi persona amada sentirá de manera presencial tal sentimiento. De esta forma, también nosotros recibiremos en manera expresa de parte del Padre como hijos, ser parte dentro de la herencia a Su Hijo Jesucristo, Salvador, Señor nuestro.

En consecuencia, estas porciones de escritura son para quienes fueron elegidos por ser dignos de este privilegio. Y tenemos mucha fe, dicho sea de paso, que también seremos parte de estos creyentes santos.

Uno de los siete ángeles quien vertió previamente una de las siete copas de las plagas se acercó a nuestro amado hermano Juan y le dice que le mostrará a la esposa del Cordero. Acto seguido menciona que en el Espíritu fue llevado a un monte alto. Presencia que la ciudad santa de Jerusalén descendía del cielo (salió de Dios como regalo de bodas) y ahora consigo la gloria de Dios como detalle adicional.

Tan fulgurosa que el apóstol nos lo refiere en términos de brillantez de pedrería finísima para que tengamos una idea de cómo será su esplendor. Como piedra de jaspe, llena de color, brillo, dura (o sea de fuerte construcción y cimiento) y diáfana, es decir, llena de luz y que la refleja. Como sale de Dios tiene la propiedad de emitir luz también.

Refiere que tiene un muro grande, alto con doce puertas; y en las puertas doce ángeles, donde tienen doce nombres, los de las tribus de los hijos de Israel. En este punto el Padre ha cumplido Su promesa hecha a Abraham, Isaac y Jacob pues los doce nombres de las doce tribus son la recompensa a quienes, dentro de esas tribus, cumplieron con la voluntad de Dios en su tiempo de vida y adicionalmente, esperaron pacientemente a la venida de su Mesías cuando los visitó en el seno de Abraham y luego los colocó en el paraíso. Por eso, al final de los tiempos aquel remanente de ese pueblo estará junto con nosotros, los gentiles que hayamos creído, como una sola familia. Aquí paga Dios su promesa, poniendo estos nombres en las puertas y también hay orientación: empieza en el Este, luego al Norte, después al Sur y finalmente al Oeste, en ese orden. No importa cuál tribu esté en cual dirección porque lo que importa es que habrán de estar representados en esta promesa y recompensa espiritual. Estos muros tienen por supuesto, cimientos. Son doce y cada uno tiene inscritos los nombres de los doce apóstoles del Cordero, aquellos de quienes se escribió esto en Mateo 19:26-30: 26 Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible. 27 Entonces respondiendo Pedro, le dijo: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos? 28 Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. 29 Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. 30 Pero muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros. No es que Pedro se haya puesto convenenciero, sino que clamó por justicia de compensación por el jornal trabajado. El Señor, sabio y misericordioso le otorga esta promesa (así como en su tiempo Dios a Jacob) la cual se ve cumplida aquí: han juzgado cada quien a su tribu en las obras de la predicación del evangelio, según su fe en Jesucristo.

El ángel luego tiene una caña de oro con la cual medirá la cuadratura de la ciudad, puertas y muro. La ciudad tiene una extensión de 12 mil estadios (aprox, 2,414 km) en longitud, altura y anchura.

El muro reporta el Espíritu que mide 144 codos (aprox. 65.3 metros) donde equipara la medida de hombre, como de ángel. El jaspe es de color rojizo y es el que da sustancia al muro (la sangre del Cordero derramada previamente) y por eso Jesucristo había dicho previamente que él era la puerta para llegar a Dios, pues literalmente él es la puerta, para Israel y para los que fuimos injertados como parte del olivo silvestre. El oro puro semejante al vidrio puro, se refiere a la brillantez y a lo liso de su apariencia: perfección estética como Dios.

Los cimientos del muro, o sea, el testimonio, obra y vida de los apóstoles tienen también su distinción. Jaspe, zafiro, ágata, esmeralda, ónice, cornalina, crisólito, berilo, topacio, crispaso, jaciento y amatista. Cada piedra preciosa tiene una revelación, sin embargo a este momento el Señor no nos ha dado luz al respecto. Si a él le place y el Espíritu nos lo revela, con gusto en obediencia lo habremos de escribir más adelante, para enseñanza a la grey. Así mismo, las doce puertas, es decir, cada tribu, es una perla. Como dice en Mateo 13:45: 45 También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, 46 que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró. Este mercader es cada apóstol quien juzgó bueno encontrar judíos dignos de arrepenimiento y se esforzaron para que estos fueran tales perlas, preciosos tesoros espirituales de Dios para dar testimonio a los hijos de Israel de Jesucristo. Cualquier nacido dentro de la genealogía ancestral de estas tribus debe buscar más perlas entre el bagaje llamado Israel, dejando el resto del mundo a los gentiles. Es decir, al resto del remanente aún escondido por Dios en espera de ser encontrado. Solamente por medio de nuestro Señor Jesucristo es que se encuentran tales perlas. El poder del Espíritu Santo ante los ojos de los poseedores del antiguo pacto para que vengan a formar parte del nuevo.

Finalmente, la calle de la ciudad es oro puro, transparente como vidrio, en semejanza de Dios, es la ciudad también.

Hasta aquí dejamos la primera parte de esta magnífica descripción de la ciudad que desciende del cielo. Nuestra esperanza de vida eterna se encuentra aquí. Esto prediquemos en las iglesias, así como afuera prediquemos a la salvación redentora de nuestro Señor Jesucristo.

Que el amor, la paz y gracia de nuestro Señor Jesucristo sea en todos ustedes amados hermanos lectores, amén.


9 Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. 10 Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, 11 teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal. 12 Tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel; 13 al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas. 14 Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.

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