Que el amor, la gracia, la paz y el gozo de nuestro Señor Jesucristo sean plenos y rebosantes en ustedes, amados hermanos, amén.
Saludamos con mucho amor fraternal a todos los hermanos quienes nos leen desde diferentes partes del mundo hispanohablante. Gracias al Padre en el nombre del Señor Jesús por esta situación, puesto que nos da el consuelo y el valor de seguir adelante en nuestra visión y misión de compartir conocimientos espirituales para el gozo y provecho de nuestros amados lectores.
A pesar del título del copista “entrada triunfal en Jerusalén” que no nos parece correcta porque al triunfo de nuestro Señor no fue entrar a una ciudad entregada al pecado y religiosidad, sino su muerte por crucifixión en las afueras de ésta, nos dedicaremos a meditar en el Espíritu del impacto de esta profecía cumplida de Zacarías cuando los filisteos y Tiro y Sidón en aquellos tiempos asolaban al pueblo.
Pero primero leamos el contexto del evangelio en Mateo 21:1-10, que dice:
21 Cuando se acercaron a Jerusalén, y vinieron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió dos discípulos, 2 diciéndoles: Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego hallaréis una asna atada, y un pollino con ella; desatadla, y traédmelos. 3 Y si alguien os dijere algo, decid: El Señor los necesita; y luego los enviará. 4 Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo:
5 Decid a la hija de Sion:
He aquí, tu Rey viene a ti,
Manso, y sentado sobre una asna,
Sobre un pollino, hijo de animal de carga.
6 Y los discípulos fueron, e hicieron como Jesús les mandó; 7 y trajeron el asna y el pollino, y pusieron sobre ellos sus mantos; y él se sentó encima. 8 Y la multitud, que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino. 9 Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! 10 Cuando entró él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es este? 11 Y la gente decía: Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea.
Saliendo de las aldeas y pueblos y ya en franca dirección a la capital de la provincia romana de Judea, el Señor Jesús vio que era hora de cumplir la profecía predicha por el profeta Zacarías siglos antes de su entrada como Rey en los términos declarados por el Padre en su rol de Jehová de los Ejércitos hacia su pueblo desesperado.
Repostando en Betfagé, envía el Señor por un asna y su pollino para que fueran el modo de transporte para él al entrar a Jerusalén. Lo hace de manera simbólica y en total obediencia al Padre para que el pueblo supiese que él es eterno y que Dios cumple su palabra. Solo los letrados sabrían de esta señal y quienes fueron inspirados de recordar esta señal hicieron lo conducente: preparar el camino del futuro Rey de Sion.
El Señor nos dice que ya todo está escrito y solo falta por cumplirse, puesto que la instrucción de tomar los animales y luego retornarlos es obra que Dios ya tenía predispuesta y Jesús en la carne hizo lo que había de realizarse. Los discípulos enviados obedecen y naturalmente no hubo estorbo, pues como años después dijera nuestro amado hermano y apóstol Pablo por medio del Espíritu Santo de que “las buenas obras las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”, por tanto, el Señor Jesús en su faceta humilde y mansa, pero justa y poderosa, fuese honrado y vitoreado.
La pregunta es: ¿por qué así? Porque habría de enseñar al pueblo a tener humildad, a tener fe y a confiar en Dios y no en el hombre. Israel en su conjunto estaba tan ávido de poder y soberbia (aun después de tantas sendos actos disciplinarios de parte de Dios) que olvidó la sencillez de la oración y el hermoso fruto de la fe y la paciencia que quiso conquistar la tierra en sus términos con los dioses y formas del mundo.
Esto obviamente no agradó a Dios, Quien dispuso que Su propio Hijo y Heredero fuese el indicado a ser la piedra que fuese la cabeza del ángulo y qué mejor manera que demostrando que sin violencia, sin guerra y sin armas o ejércitos se puede congregar multitudes dispuestas a celebrar. Y aparte, sin un corcel fino, caballo adiestrado para la batalla, sino más bien una bestia de carga, apta para el trabajo arduo de renacer en la nueva disposición de Dios para la Humanidad.
El pueblo confió en lo físico y material y Dios cambió todo cuando vino su Enviado: a él le dio la potestad de reformar toda la ley en unos cuantos pasos más sencillos de seguir iniciando por el de creer en él como el Hijo de Dios. Hizo a su Hijo entrar manso y humilde como modo de demostrar que el amor puede más que el odio, la misericordia más que la fuerza y la piedad más que la estrategia.
Y el pueblo entendió que su visitación era cierta y verdadera, pero también dudó que él fuera el señalado por la profecía un poco después porque no concordaba con la descripción de un hombre con la belleza de Saúl, la simpatía de David, la astucia política de Salomón ni los sirvientes, dinero o ejército de otros reyes recordados.
Una cosa importante para señalar es que una cosa es la multitud que estaba predestinada a estar presente en la puerta de la ciudad y fue la que lo vitoreó y extendió ramas de árboles y palmas en señal de tributo y saludándolo como el Hijo de David (es decir, descendientes del famoso rey) y el profeta de Dios (aquel de quien habló Moisés en el desierto) y adorando a Dios por tal cumplimiento tan esperado; y otra cosa muy distinta la indiferente población de la ciudad quien se cuestionó la identidad de ese hombre sentado sobre una asna y su pollino al lado. Los que fueron inspirados a adorar al Rey de Israel contestaron a los sorprendidos y escépticos habitantes de Jerusalén que era Jesús el Profeta, nativo de Nazaret de Galilea.
Esto valió la posterior condena de Jerusalén, al no distinguir la identidad de este Hijo de Hombre que entró por sus puertas y solo un remanente adoró. Veamos con atención: primero, El Profeta, dijeron, no un profeta cualquiera. Aquí debieron haber oído correctamente y ver que el artículo gramatical era definido y no indefinido, y por tanto, entender que era el ser esperado desde hace siglos. Pero no, lo pasaron por alto.
Segundo: su origen de Nazaret y Galilea. Ya estaba predicho que de estas tierras tan históricamente impopulares saldría el Mesías. Dios no permitió que estas tierras destacasen con héroes, próceres o valientes porque era el sitio escogido por Dios para que su Santo Ser naciese y esa fuese la otra señal que ellos debieron haber notado y no lo hicieron.
Tercero: No haber oído los cánticos de recepción. Desde David no se habían hecho entradas de victoria con ese fervor (pues los reyes poco a poco fueron perdiendo su gracia) y ellos debieron haber sentido alegría por ver llegar a alguien como rey cruzando sus puertas.
Pero no. La ciudad no lo recibió, solo los escogidos. De hecho, la ciudad estaba entregada a sus deberes religiosos pues se acercaba la Pascua. Entró el Rey de día y no lo aceptaron. Entró su Rey como estaba profetizado y no lo esperaron ni lo recibieron. Entró el Rey manso y humilde y lo despreciaron.
Este mismo Rey habría de ser muerto por ellos mismos. Este mismo Rey volverá, ya no como un hombre mortal, ni en un asna, sino con la Majestad que le caracteriza y con su corcel de batalla y en un instante conquistará la tierra que lo vio morir injustamente, hará pagar a los que atentan contra Dios con la muerte y reinará con vara de hierro de justicia a los que siglos antes de manera imprudente exigieron a Samuel que les diese rey. Rey pidieron y el Rey tendrán. Deshará la heredad de los impíos y dejará viva la simiente de los elegidos y así restaurará todas las cosas.
Colectará la vida de sus enemigos, los que atentaron contra él y contra el Dios vivo y los echará a su destino: la muerte segunda.
Pero hoy en día, el Rey de Reyes y Señor de Señores, el Verbo de Dios debe ser predicado y creído mientras haya tiempo, entretanto siga paciente, justo y misericordioso para quien crea en él. Su nombre, proezas y milagros sean anunciados como noticia exclusiva todos los días que nos quedan y así que se cumplan las profecías que faltan.
Bendito sea el nombre de nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios Todopoderoso, por los siglos de los siglos, amén.
Que el amor, la gracia y paz del Señor Jesús sea en todos ustedes, amados hermanos, amén.
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