Que el amor, la fe, gracia, paz y sabiduría sean rebosantes en su espíritu, por la gracia salvadora de nuestro Padre y por medio de nuestro Señor Jesucristo, amén.
Como se escribió en la entrega anterior, hay propósito del por qué y cómo se hayan escrito los libros que componen el nuevo pacto de Dios hacia los hombres. La revelación es progresiva, según la fe, la lealtad y el amor que uno cultive con el tiempo a la Deidad, a Dios. No se compra, sino se obtiene por gracia; no se compara con otro léxico, sino se cree en su totalidad; se acumula para repartirse a manos llenas y no es sabiduría individualista.
Entonces, comenzamos con Mateo, donde se abre el enlace entre lo viejo y lo nuevo; lo viejo -la ley y profetas- quedó obsoleto para los que creen en Cristo debido a la podredumbre que se inmiscuyó en el seno de Israel, lo que corrompió la forma, manera y esencia de cumplir el mandato de Jehová, a causa de la rebeldía continua y en ascensión del pueblo y la vulgarización de los mandatos divinos por reglas humanos del clero religioso, antes, estirpe sacerdotal.
El resultado: un pueblo pobre, derrotado, enfermo, endemoniado, sin gloria y solo penas, lloroso y mendigando. Sin dignidad, tierra o fe. Solo unos cuantos piadosos en cada una de las generaciones dentro de los 400 años que el Señor los dejó a su suerte por contumaces a Él: amadores del mundo y sus riquezas, avaros de poder y territorios, fieles a las religiosidades y pecaminosas maneras de supuestamente creer en Dios.
En este verdadero marco contextual e histórico es como debemos de ver al mundo cuando se lee el evangelio de Mateo. Los profetas, antes de ser silenciados mediante la muerte, recordaron que el Señor no los olvidaría para siempre, según la promesa hecha a Abraham. Dejaron dicho y escrito en los anales de la Torá que el Mesías vendría, el Príncipe del pueblo habría de llegar para reorganizar todo el desastre hecho por las manos impías de los reyes insensatos y sacerdotes traidores a sus encomiendas, así como por la necedad del pueblo de no oír palabra alguna.
Este Mesías llegaría a través de la genealogía al ser adoptado por José el carpintero. Se dieron señales para que, al tiempo, solo quienes preservaron en la fe a su Dios y a su ley, en obediencia y humildad a creer en este mensaje pudieron verlo y vivirlo. Sin embargo, el corazón y mente de esta nación engañada se proveyó otra imagen del Mesías: un guerrero que derrotaría a Roma y conquistaría al mundo con guerras, mataría millones de infieles, sometería al primo árabe bajo espada inmisericorde y a los gentiles exterminarlos por impuros.
Pero no, el Señor también se acordó de Adán de restablecer a otro Abel, completamente perfecto: Jesús de Nazareth. Entonces, Jehová no pensó más en tener una tierra para Él, llena de sangre y muertos y sangre de animales para expiación. Pensó en la Tierra como Heredad de Su Hijo, quien incluso tomase la Tierra con poder no de espada sino de palabra de vida. No más muertos en batallas, sino almas restauradas y dignificadas. Que Su pueblo siguiera a Su Enviado, mucho mejor que Moisés porque ahora Jesús es el Heredero y no el mayordomo fiel. Un rey de mucho mayor poder y sabiduría (porque al ser Hijo del Yo Soy el Que Soy, nadie puede resistirle ni por un segundo y nadie puede vencerlo en conocimientos o sapiencia de todas las cosas, entonces David y Salomón palidecen y se constituyen como siervos de este rey. Un sacerdote mejor que incluso Melquisedec, aquel que bendijo al patriarca Abraham y por tanto más que Aarón o cualquier otro que se pudiera tener memoria.
En síntesis, Jehová dispuso -de una vez por todas- en la figura de Jesús la ley, los reyes y los profetas. Por esto Mateo habla en lenguaje más judío la historia y testimonio del Hijo de Dios, para que todo nacido bajo el sello de la circuncisión o linaje de alguna de las doce tribus sepa quién es, de dónde viene, a qué vino y hacia dónde los llevará si le creen, dejan todo dogma antiguo atrás y le siguen con fidelidad y obediencia a su palabra reconciliadora que da vida en abundancia.
En cuanto a nosotros los gentiles, leer Mateo es ver cómo el Señor nos alcanza a pesar de no ser parte por principio de cuentas de la promesa a Abraham, pero sí al ser obedientes y fieles como Abram, quien creyó a Dios y salió por fe de la tierra de los caldeos, en aquellos días una civilización prominente para recibir una cosa mejor sin tener certeza o conocimiento expresos, pero sí la confianza total en Quien lo prometió.
Jesús, por tanto, vino en forma humana para que desde Abel cualquier carne pueda ser salva, siempre y cuando crea en él; no obstante, la primicia era para el pueblo escogido de Dios. Por eso también Jesús no vino en primera instancia a los gentiles, pues nuestro tiempo no estaba todavía dado: era primero necesario convencer al pueblo de su pecado, enmendarlo de su error y traerlo de nueva cuenta al redil para que los antiguos fueran saciados en sus promesas, peticiones y su esperanza completada. Simultáneamente, así Jehová tiene a Su pueblo reunido en torno a Él como siempre debió ser y Jesús siendo el guía eterno de este pueblo como el Pastor de Jehová para las ovejas que se consagró para Sí mismo, las que oigan su voz.
¿Por qué Mateo? Podrán inquirir algunos. En primer lugar, porque fue apóstol elegido personalmente por Jesucristo hallándolo recolectando impuestos al pueblo por el gobierno romano. Siendo judío, obedeció el mandato del trabajo (de poca estima a la nación judía) pues se les despreciaba de ser “traidores” por apoyar al gentil romano opresor. El Señor decidió que él escribiera este evangelio para demostrar que Jesucristo tiene el poder de dignificar a quien sea (como un publicano), así como ser capaz de colectar riqueza (almas) del mundo para darla a Su Dios -el Padre-. No olvidemos que todos los creyentes tenemos una valía para el ministerio según el oficio y profesión que el mismo Dios nos da para ponerlo en las manos de nuestro Señor Jesús y servirle.
En resumen, el trabajo de Mateo fue recolectar dinero de quien fuera sin hacer acepción de personas -muy por el contrario, cualquiera era bienvenido- y esto es lo que un apóstol consagrado de Jesucristo debe hacer: llevar la palabra de Dios a toda carne sin hacer acepción de personas y establecerse en un lugar para tal efecto mientras el trabajo deba ser hecho en tiempo y forma. El testimonio de Mateo es servir y seguir a Jesucristo, ganando y recolectando almas para nuestro Señor mediante la obediencia y fidelidad, no importando ser juzgados o criticados por ello. Recordemos, para terminar, que Dios solo ama la obediencia y desecha el dogma discriminatorio.
Tras el contexto anterior, amados, damos inicio al análisis -ahora sí- de cómo se constituyen las genealogías, pero había que dar un banderazo de salida al tiempo espacio del mundo y así todos entendamos y aprendamos correctamente todo lo tocante a ser un informado, sabio, entendido y humilde creyente, parte de la familia de los hijos e hijas de Dios en todo el orbe. Sin embargo, esto es tema del siguiente texto inspirado por Dios a través del Espíritu Santo debido a la extensión de este y del otro tratado por venir.
Mientras, que el amor, la gracia y sabiduría de lo Alto sea en todos los lectores y creyentes de nuestro Señor Jesucristo, en el espíritu de ustedes, amados hermanos, amén.
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