Que el amor, la gracia, la paz y el gozo de nuestro Señor Jesucristo sean plenos y rebosantes en ustedes, amados hermanos, amén.
El día de hoy tenemos un tema muy importante que es una de muchas glorificaciones que el Padre amoroso dio a Su Hijo Unigénito, nuestro Señor Jesús, Salvador de los Hombres. En esta ocasión se trata de la transfiguración, hallada en Mateo 17:1-13 que dice:
17 Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; 2 y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. 3 Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él. 4 Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. 5 Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. 6 Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor. 7 Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. 8 Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo.
9 Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos. 10 Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero? 11 Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. 12 Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos. 13 Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista.
Cuando pasaron seis días después del anterior pasaje, Jesús tomó a ciertos discípulos: Pedro, Jacobo y Juan, quienes luego ellos darían sus testimonios aparte y fueron a un monte, el cual Pedro diría es el monte santo, refiriéndose que la gloria de Dios se mostró y el Señor Jesús se transfiguró delante de ellos. Juan luego le volvería a ver así en Apocalipsis. Jesús tuvo el poder de cambiar su apariencia en un ser espiritual, y se aparecieron ciertos atributos de su real existencia: un rostro resplandeciente como el sol y su vestimenta blanca como la luz misma: fulgurante.
Acto seguido descienden Moisés y Elías, dos hombres poderosos en el antiguo pacto charlando con Jesús, apareciendo para ser vistos y fueran dignos heraldos de la Voluntad de Dios. Moisés representa la Ley y Elías a los profetas. Cuando aparecen charlando simboliza que son una primera instancia de lo que había de venir pronto.
Tres pares de ojos vieron esta escena y el impulsivo Pedro comenta sobre hacer tres enramadas como manera de homenaje y rendir tributo de alabanza. Por esto, luego una nube se mostró y los cubrió. No hay más alabado que Jesucristo. No entendió que la ley y los profetas dan testimonio de Cristo y la nube que los cubrió simboliza que es una revelación dada a los dignos de conocerle más profundamente.
Acto seguido el mismo Padre interviene en favor de Su Hijo y testifica: “ESTE ES MI HIJO AMADO, EN QUIEN TENGO COMPLACENCIA, A ÉL OÍD”. Con esto y tras esto, cierra la puerta a cualquier otra manera de buscarle que no sea Jesucristo. Moisés y Elías son alzados de nuevo y solo queda en Tierra Jesús, es decir, el tiempo de aquellos ya pasó y ahora solo el único testimonio de Dios es oír a Jesús, el Profeta prometido en Deuteronomio.
Naturalmente tal estruendo provoca en ellos temor y se postran en sus pies en señal de reverencia y temblor. Cualquiera en sus zapatos haría lo mismo porque la potencia de Dios es irresistible. Tiene que llegar Jesús ya en su forma humana y darles ánimo y paz para que se reincorporen. No es que Dios nos quiera así postrados y humillados, sino que la materia y carne saben Quien es Dios y el Espíritu clama por Él y es por eso que tenemos este acto reflejo, la muestra de respeto ante Alguien superior en presencia y esencia.
En lo que descienden del monte, el Señor Jesucristo manda no revelar esta visión todavía, sino esperar hasta después de que resucite de entre los muertos. ¿Por qué? Porque solo hasta entonces la visión tendrá el poder de convencimiento, en virtud de que ellos tendrán la investidura del Espíritu Santo para meditar y descifrar el contenido espiritual de tal experiencia. Y, de hecho, el mismo Pedro la recordaría poco antes de partir en su primera carta, la cual usa como argumento introductorio en la misma. De ahí se basa para anunciar que tenemos que tener valores y virtudes espirituales para tener ese crecimiento que él llegó a tener por gracia del Padre y por el amor de Jesucristo.
Asienten y le hacen una pregunta más.
Respecto a Elías, inquieren sobre si habría de venir todavía o ya vino, según lo que los escribas decían. Malaquías 4 es la profecía de los tiempos de Cristo y la función de Elías de continuar sirviendo a Dios, así como en tiempos de los reyes. Pero ahora fue enviado como Juan el Bautista, así como Jesús les explicó.
El anuncio fue dado, la señal fue dicha y la profecía y no lo vieron y no lo creyeron. Juan, al igual que Elías, anduvo en el desierto, vivía de la gracia de Dios y se alejó de todo y todos para consagrarse en el servicio al Altísimo y seguir en la crítica a lo derruido y podrido del todavía vigente pacto por la soberbia y rebeldía del pueblo. Y ahora, le tocó gustar la muerte. Con esto, su misión terminó y se goza ahora en la eternidad este poderoso siervo tras servir también a Cristo, por eso charlaba también con él.
Y como dice la escritura Juan vino a restaurar las cosas y preparar el camino al Señor, como se había dicho. Y recordó la ley de Moisés como advertencia que habrá maldición para quien desoiga al profeta enviado. Será juzgado por ella para quien no crea en las palabras del Enviado, sabiendo de antemano que nadie puede cumplirla siendo el pecado mayor no creer en la palabra de Jesucristo.
Hicieron lo que quisieron con Elías, en la persona de Juan el Bautista y así harán lo mismo con Jesucristo. Para que haya una justicia en esta tierra tiene que existir una injusticia primero, por eso debía padecer el Hijo del Hombre y ser muerto para que la maldición dicha en Malaquías se activase sobre el pueblo que habría de ser separado tras rechazar la voluntad de Dios. Y no porque Dios quisiese esto, sino que la misma contumacia y maldad de torcer todo lo venido de Dios del hombre ya más alejado de Él es lo que los lleva a caer en esta condenación.
Amados: nunca dejemos de caminar gozosos y presurosos al encuentro con nuestro Señor Jesús en los aires cuando él venga. Nunca dejemos de creer en todas sus promesas espirituales y también su gracia diaria en esta realidad. El amor no nos falte, la fe no se ponga en otra cosa que no sea Jesucristo y la esperanza brille intensamente como sol de verano que amanece sin nubes en el horizonte. Jesucristo se transfiguró y nos transfigurará tras haber oído y creído por fe: “A Él oíd”.
Que el amor, la gracia y paz del Señor Jesús sea en todos ustedes, amados hermanos, amén.
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