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El testimonio del principal de la sinagoga

Que el amor, la gracia y la paz de nuestro Señor Jesús sea en ustedes amados hermanos, en su espíritu, amén.

Cuando se lee la escritura, se ha hecho mención de la poca precisión del copista para titular pasajes del evangelio y es por eso que debemos concentrarnos con el texto escrito. Este pasaje es otro de los mal titulados y debería ser “el testimonio del principal” pues la hija es la depositaria del milagro y, por tanto, lo que importa es quién invocó y convocó al Señor Jesús para que actuase en favor de ella. Tomaremos el pasaje en dos aspectos y luego los conjuntamos pues el otro asunto es una mujer que también tuvo su testimonio de fe y salvación. Ambos están conectados y tienen su mensaje. En este número nos enfocaremos al principal del pueblo, que luego se sabe es un hombre encargado de la sinagoga local de nombre Jairo, pero analizaremos conforme a lo que está escrito en Mateo 9:18-19; 23-26 para su lectura y compresión por el Espíritu.

18 Mientras él les decía estas cosas, vino un hombre principal y se postró ante él, diciendo: Mi hija acaba de morir; mas ven y pon tu mano sobre ella, y vivirá. 19 Y se levantó Jesús, y le siguió con sus discípulos.

23 Al entrar Jesús en la casa del principal, viendo a los que tocaban flautas, y la gente que hacía alboroto, 24 les dijo: Apartaos, porque la niña no está muerta, sino duerme. Y se burlaban de él. 25 Pero cuando la gente había sido echada fuera, entró, y tomó de la mano a la niña, y ella se levantó. 26 Y se difundió la fama de esto por toda aquella tierra.

Este hombre, sabedor de las Escrituras pues las tenía bajo su resguardo, entendió que Jesús no era cualquier persona ni hablador de aquella época. Muchos se levantaban como Cristos o Mesías, pero en realidad eran revoltosos sedientos de venganza contra el poder opresor romano. Tras enterarse de su incipiente fama de sanador y convocador del pueblo para hablar nuevas palabras, debió recordar aquella profecía en Deuteronomio dicha por Moisés por mandato de Dios del nuevo profeta que hablaría en nombre de Dios mismo. Así mismo, debió haber examinado las escrituras en Isaías, Jeremías y Oseas respecto a las pistas, puesto que inició en las tierras de Zabulón y Neftalí, lejano a Jerusalén. También debió leer los salmos proféticos tras los cuales, llegó a la conclusión que quizá podría ser el Mesías, si no ¿cómo es que se postró y rogó fuera a su casa con tanta fe, seguridad y presteza? Su hija recién murió y él necesitó la ayuda urgente de Cristo.

No era ignorante como cualquiera del pueblo, sabía el papel del Cristo y del Mesías, del gran Profeta que habría de venir, pues leyó y creyó que hablaría las palabras de Dios mismo.

Porque leyó, meditó y necesitó, creyó. Y así muchos, aunque cada quien tiene una forma de acercarse y creer en el Señor Jesús para salvación. Y Jesús le siguió por cuanto creyó y para testimonio de los de su casa.

Aquí una revelación: aunque muchos estaban reunidos en la casa y todos serían testigos, no todos estarían ordenados para salvación en ese momento, porque era para quienes creyeran: los padres de la niña. Mateo resume el milagro y no lo amplía como Lucas porque lo importante en esta etapa es creer y le fue contado para salvación de esa casa. Los demás habían sido echados fuera como fue predicho por el propio Moisés tanto del milagro como de la promesa, por no haberlo oído y haberse burlado de su dicho que solamente dormía.

Entonces amados míos, el judío debe escudriñar las escrituras para entender y luego creer y nosotros los gentiles solo oír y creer, pues no tenemos a nuestra guarda ningún rollo de la ley. Este varón, Jairo, fue atendido por su fe y algunos así alcanzarán la salvación, tras ser rescatados de pruebas extremas. No nos queda más que glorificar el santo nombre del Señor Jesús por este acto de misericordia, poder y testimonio.

Que la gracia, el amor, la sabiduría del nuestro amado Señor y Salvador Jesucristo sea en ustedes amados hermanos, amén.

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