Que el amor, la gracia, la paz y el gozo de nuestro Señor Jesucristo sean plenos y rebosantes en ustedes, amados hermanos, amén.
En la primera parte hablamos de Mateo 19:1-6, en esta segunda parte veremos lo escrito en Mateo 19:7-9 y la tercera de Mateo 19:10-12 la abordaremos en el tercer número.
Entonces el pasaje de esta ocasión dice así:
7 Le dijeron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla? 8 Él les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así. 9 Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera.
Los judíos, al verse ignorantes y avergonzados que el Señor descubrió la desnudez de su majadera maldad de querer tentarlo, ahora le cuestionan de que, si lo que él decía era cierto, por qué Moisés les dio esa permisión de la carta de divorcio. El cuestionamiento tiene mucho tinte de reclamo de “injusticia”, porque ahora no se trata de juntarme con alguien y tan pronto me desagrade la desecho, y ya, ¡next! ¡De ninguna manera! Y querían saber qué tenía Jesús que decir.
Y el Señor nuestro les dice: “por la dureza de vuestro corazón! Porque el amor de Dios nunca estuvo en esa relación y ellos disfrazaron el amor con emoción, encantamiento y gusto visual.
Lo que el hombre une se separa luego. Y menciona: al principio no fue así. El pecado y el diablo se entrometieron y comenzaron todo tipo de relaciones entre humanos no aprobadas por Dios y estos en su caída y necedad, ignorancia e ingenuidad hicieron todo tipo de escenarios malos. Que el hombre se acostumbre, justifique y promueva esto NO SIGNIFICA que esté bien o que a Dios “se le olvida”. No, sino que lo permite porque es parte del libre albedrío y en su mala conciencia ellos pagan el precio de su error con creces.
Entonces, Israel pagó el precio de haber roto la unión, compromiso y fidelidad que tenían con Dios sus antiguos padres. Los judíos y los inconversos pagan el precio del error de no elegir bien a la persona con la que se casan hasta en nuestros días y será peor, porque la maldad aumenta y menos encomendarán en el nombre de Dios la pareja necesaria.
Y entre los hermanos y creyentes nuestro deber es guardar este amor, fidelidad, unión y compromiso para con el Señor Jesús; aunque no dejar atrás el cuidar a la persona que duerme en la cama con nosotros y convive con nosotros, nos conoce y compartimos muchas situaciones. Si amamos a Cristo, amemos a la pareja creyente. Si la pareja es difícil, hay que guardar y esperar con paciencia. Pero sabes tú, pareja creyente que si pones a prueba a tu cónyuge y no te renuncias a ti mismo(a) pecas, el amor de Dios no está en ti y vuélvete de tu maldad. La renunciación aplica y todavía más al matrimonio porque ahora debes ver primero por tu pareja y luego por ti, así como tu pareja debe ver por ti antes que por sí misma. Esto es lo que el Señor Jesús dijo con: “así que ya no son ya más dos, sino una sola carne” y el “yo necesito” pasa a “él (ella) necesita” y luego “ellos necesitan”. Si tú provees en amor y fe, el Padre te proveerá a ti, porque guardas Su amor en ti y te recompensará en esta vida y en la venidera. ¿Por qué? Porque siendo tu pareja creyente y eventualmente tus hijos creyentes, Cristo vive en ellos como en ti y de esta forma sirves a Cristo mismo en ellos. Además, como maestro(a) del bien, enseñas a tus hijos varones a amar a sus esposas con hechos y enseñas a tus hijas a amar a sus maridos como conviene.
Y como no sabes con quienes se desposarán, ahí entra la fe de que encomiendes la vida marital de tus hijos aún desde la cuna, porque si Dios les da potestad se unirán a su carne y alma complementaria a su tiempo y si no, los guardará para algo mejor. Pero lo veremos más adelante.
No cometan el error de Israel, que representa a la religión y al mundo. No caigan en los sesgos perversos del mundo, amados hermanos. Sean fieles y por añadidura el matrimonio lo una Dios. La única situación por la cual se puede dar carta de divorcio es por fornicación, es decir, que teniendo cama, hogar, familia y relación la pareja, en pleno uso de sus facultades mentales y cauterización de conciencia decida tener acto carnal con un(una) tercero(a) y frecuente su realización material.
Esto porque representa una traición, una mentira, una rebeldía y una hipocresía. Dios no comulga con eso y por eso, al no haber guardado la dignidad de seguir y obedecer a Su palabra por medio de la ley, y al haber repudiado al mensajero de paz -al Mesías- que les prodigó amor y esperanza a través de la reconciliación por el evangelio, desechó a los judíos como adúlteros, los echó fuera de la gracia y solo hasta que venga el Señor Jesucristo los que sean de los escogidos serán salvos y el resto se perderá. De igual modo quien se halle entre los hombres realizando tales prácticas debe ser igualmente repudiado y echado fuera, porque contamina la esencia del hogar y si lo hizo una vez, lo volverá a hacer. Y este pecado se castiga en la carne para que el alma tal vez sea salva.
Y todavía una cosa más, si alguien desecha a una persona sin la causa anterior de fornicación, este pecado es peor porque el que repudia adultera, la persona repudiada adultera y los nuevos amantes adulteran, es decir cuatro almas pecan instantáneamente, independientemente si saben o no los motivos de la separación. Ahora entendemos lo laxo de no entender esta palabra y muchas personas caen en esta desgracia espiritual.
Esta potestad de estar casados, si la reciben, ejérzanla con gozo, amor, liberalidad y fe. Nunca tengan miedo y jamás recurran a modelos mundanos o paganos. La clave es que en el corazón el amor de Cristo jamás debe enfriarse, el fervor del Espíritu menguar y el deseo de servir a Cristo cuidando a la pareja no se olvide o se fatigue. La tarea es para ambos y así serán una sola carne cuya fragancia de buen testimonio complacerá al Padre y serán ejemplo de bien al interior de la iglesia de nuestro Señor Jesucristo.
Que el amor, la gracia y paz del Señor Jesús sea en todos ustedes, amados hermanos, amén.
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