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El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba. Parte 1. 

Que el amor, la gracia, la paz y el gozo de nuestro Señor Jesucristo sean plenos y rebosantes en ustedes, amados hermanos, amén.

Terminamos el capítulo 18 y comenzamos el 19 con un tema que sigue causando controversia hasta nuestros días. Nos referimos a las potestades de estar casados o ser solteros. Se cree con una tonta ingenuidad que todos estamos predestinados para procrear hijos y la verdad es que es un don que  Dios da a los hombres, conversos e inconversos. También el tener a la pareja ideal es una gracia que Dios otorga a quien lo pida y quien en su corazón se resuelve ser fiel a este compromiso y nace para ello. El pasaje de Mateo 19:1-12 tiene una tercia de temas entrelazados en estos textos gloriosos los cuales por medio del Espíritu hablaremos de ello con el tiempo que el Señor nos da en este momento.

En esta primera parte hablaremos de Mateo 19:1-6, la segunda de Mateo 19:7-9 y la tercera de Mateo 19:10-12. Está escrito:

19 Aconteció que cuando Jesús terminó estas palabras, se alejó de Galilea, y fue a las regiones de Judea al otro lado del Jordán. 2 Y le siguieron grandes multitudes, y los sanó allí. 3 Entonces vinieron a él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? 4 Él, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, 5 y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? 6 Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.

En primera instancia, cuando el Señor Jesús termina de darnos una lección importante en cuanto al perdón entre hermanos, sale de la región de donde está y viaja al otro lado del Jordán, para continuar con su ministerio de predicación y sanación de multitudes. El Señor no vino a perder el tiempo y estuvo ocupado en este menester cuando llegaron fariseos a su encomienda de tentar y hacer caer a Cristo en alguna palabra errónea y tentándole le lanzan una pregunta ciertamente muy dolosa como complicada, en cuanto al divorcio.

La razón era para buscar alguna coyuntura de contradicción contra la palabra de Jehová (De quien decía que era su Padre) por boca de Moisés, el siervo y así acusarlo con el pueblo y el sanedrín de que era un impostor más. La pregunta es así: ¿es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?, la cual ellos, que no le reconocían como Rabí, ni como su Maestro, ni su sacerdote o Señor, no debían haberle preguntado. Pero lo hicieron para justificarse, esperando a que Jesús diese algún juicio o condena, pues el adulterio ya era uno de los muchos pecados que ese pueblo ostentaba como olor a corrupción espiritual y así el pueblo lo apedrease, o bien, mencionar alguna justificación sobre la cual ellos pudieran reclamarle.

Más la mente de Cristo ya sabía la respuesta y sin inmutarse volteó a ellos y mirándolos fijamente les contesta que si ellos no habían leído la escritura respecto al matrimonio como la unión de dos carnes en una, la sinergia de Dios de unir dos voluntades en un solo destino y dos cuerpos en un amor de protección mutua, reproducción y fidelidad. Es decir, dos esencias diferentes: varón y hembra de las cuales al unirse por Dios sale la familia, la siguiente generación, la casa y el hogar.

Pero para lograr esto, demanda la separación de ambos de sus anteriores lazos y familias para crear la combinación única de su propia familia. El Señor Jesús sabe contar y la suma de dos es uno para Dios. La unidad es la clave, la conjunción perfecta de los dos géneros creados, la misma posición en el universo sobre la cual construir el destino de las almas venideras.

No hay hogar o casa de uno, tres, diez, cien o mil. Solo DOS y es de Dios. Si Dios no une, en vano son quienes se unen. Una sola carne porque el varón verá al cuerpo de su mujer como suyo y procurará su propio bien. La esposa verá el cuerpo de su marido como suyo y lo cuidará como si fuera la guarida de su alma. El amor verdadero es el pegamento de esta unión y como Dios es amor, si el amor de Dios está en esta unión nunca serán separados. Ambos se prodigarán el amor, la paciencia, la tolerancia, el deseo mutuo a intimar, el soporte, la fidelidad, la crianza, la compartición de responsabilidades, el crecimiento espiritual en los asuntos de Cristo, la edificación del cuerpo a los hijos y atender la manutención de la casa y solventar las necesidades de los miembros de la familia, entre muchas otras cosas más.

Pero, los judíos nunca vieron este golpe táctico. Ellos fueron a buscar palabras de contienda y recibieron una lección de amor y lealtad.

Así ellos, el mundo ve lo que no es de Dios. ¿Qué es lo que el mundo ve, entonces, que decanta en divorcio? Maldad, perversión, deseo carnal solamente, vanidad, envidia, avaricia, obligatoriedad o interés, odio, resignación, hipocresía, mentira, etcétera. Por eso hay divorcios, porque hay de todo menos amor, y mucho menos el amor de Dios.

Pero pueden preguntarse hermanos ¿qué no se hacen las bodas y se nombra a Dios en ellas? Sí, pero invocan Su nombre en vano porque solo llenan el ojo para lo fastuoso, callar bocas, obtener beneficios, satisfacer deseos carnales, mostrar lo necio de casarse sin meditar y por huir de una peor realidad.

El Señor Jesús, al recordar las palabras del Padre en cuanto a la institución del matrimonio, también les echa en cara el adulterio que ellos como pueblo también tuvieron contra el pacto y la infidelidad ante su Dios. Cómo torcieron la ley para que algo como el casamiento fuera una práctica pecaminosa por su falta de seriedad y prudencia.

Lo que Dios junta no lo separe el hombre.

En el matrimonio los dos se aman tanto que no hay espacio para el pecado en el seno de esta relación. No hay carne, vista o aroma que distraiga el deseo entre esposos, no hay efluvio de seducción externo que distraiga al gusto por agradar al cónyuge.

Pero en el mundo todo es imperfecto porque está mal hecho, solo son emociones efímeras sin sustento espiritual: hierba frágil que se quema al primer calor o se congela a la primera brisa fría. Se seca a la primera prueba dura y se parte en la primera vicisitud ocurrida.

Podemos ver, hermanos, que ser fieles a Dios es una potestad dada del cielo.

Amar a nuestra pareja es también un regalo y poder dado a nosotros solamente.

Gustar de estar juntos es un don de amor que Dios prodiga a la especie humana y más cuando estamos en Cristo.

Y esto destruyó a Israel: no ser hallados fieles a Dios, no guardar compostura en encomendar su unión a la novia a Dios y una vez unidos, buscar repudiarla por cualquier causa.

Gocémonos y alegrémonos, porque en la condición en la que fuimos llamados somos hechos a estar en poder, fe, gracia, gloria y victoria en Cristo Jesús Señor nuestro, amén.

Que el amor, la gracia y paz del Señor Jesús sea en todos ustedes, amados hermanos, amén.


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