Que el amor, la gracia, la paz y el gozo de nuestro Señor Jesucristo sean plenos y rebosantes en ustedes, amados hermanos, amén.
Nuestro Salvador, Maestro, Señor y Obispo Jesucristo, Hijo de Dios, al poco tiempo de realizar su llamado de advertencia que su sacrificio en el madero estaba cada vez más cerca, recibe una visita muy particular, una petición un tanto osada como imprudente y una lección que no se toma mucho en cuenta, porque el copista de nuevo, tergiversa el sentido narrativo del pasaje a lo terrenal, pues la palabra de nuestro Señor queda relegada al segundo término con esos subtítulos imprecisos.
Para obtener contexto, leamos lo hallado en Mateo 20: 20-28 que escrito está:
20 Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose ante él y pidiéndole algo. 21 Él le dijo: ¿Qué quieres? Ella le dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda. 22 Entonces Jesús respondiendo, dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le dijeron: Podemos. 23 Él les dijo: A la verdad, de mi vaso beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado por mi Padre. 24 Cuando los diez oyeron esto, se enojaron contra los dos hermanos. 25 Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. 26 Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, 27 y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; 28 como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.
El sentido de la narración de este pasaje exhibe que la madre de dos discípulos, hermanos y quien también estaba convencida del poder y estirpe del Señor Jesús se acerca para ser escuchada en una petición importante y fuera favorecida por él.
En el aspecto terrenal en el pueblo muchos decían que Jesús era el rey de Israel, los independentistas y reacios al ser sometidos por el imperio romano soñaban que un David viniese y luchase para echarlos fuera y regresaran aquellas glorias escritas en los rollos diversos a su disposición en las sinagogas, donde reyes y profetas dejaron huella histórica y descriptiva.
Con esto en mente, esta mujer se postra ante el Señor Jesús rogando que cuando el Señor restaurase su reino en el futuro (pensando que por estar él en carne esto sería en cuestión de años) permitiese que tanto Juan como Santiago fuesen dignos de sentarse a la izquierda y derecha de su trono, como las manos de los hombres.
El Señor Jesús no se enoja, pero detecta imprudencia e ignorancia y rápido da respuesta a su imploro, atendido el enojo general y recelo por alguna probable permisión o concesión por parte del mismo Jesús a ellos. Firme, especifica que la petición está fuera de lugar, es mutiladora del cuerpo y además no es su reino una corrupta y humana forma de regir voluntades.
Pero convengamos que lo hizo por amor y procurando que tuviese su estirpe parte y suerte en la familia de Dios. Por eso, a manera de enseñanza hace la pregunta a los dos hermanos sobre si se consideran dignos de caminar el camino que él estaba labrando en ese momento. Primero, estar dispuestos al vituperio en forma de vaso. Tras esto, recibir el poder del Espíritu Santo al renunciarse y ser crucificados en la cruz (santidad). Ellos sin dudar dijeron: podemos. Tuvieron más fe y un poco más de conocimiento que su madre, aunque igual y visualizaban un reino próximo a ser instaurado.
Acto seguido, el Señor los profetiza que sí serán parte de su ministerio, confirmándolos, mas no de la manera que la madre pensaba puesto que él, en ese momento era el Hijo del Hombre, el Cordero próximo a ser sacrificado y no tenía más potestad que predicar. Esto cambiaría más adelante después de resucitar, ascender y sentarse a la diestra del Padre. Sin embargo, al oír esto, de que no se negó, pero tampoco confirmó, molestó a los discípulos, pues pareciera que de alguna manera ellos tendrían alguna satrapía en ese reino, algún puesto importante y ellos no sabrían en cuál tipo de actividad, rol o puesto tendrían.
Luego les da esta enseñanza que no hemos escuchado se predique en las iglesias: la humildad como sello de estirpe espiritual en la iglesia.
Nuestro amado Señor les refiere que en la política mundial presente y futura, los agraciados ocupan los puestos primordiales y los demás van rellenando los espacios remanentes según su linaje, apoyo, amistad o lealtad. Con esto, da cuenta que sí entendió el sentido de la petición de la mujer ansiosa y también hace partícipe a sus discípulos de que la intención de él no es premiarlos en cosas de la carne, sino en los talentos y valores espirituales que son los cuales valen la pena practicarlos por convicción.
En virtud de lo anterior, a ellos y solo a ellos, les comenta que quien quiera tener ese derecho de estar sentado a su izquierda o derecha debe ser el servidor de todos y quien añore tener un puesto importante en el reino de los cielos y ser grande implica ser siervo de todos en la carne, en lo terrenal.
Rompe de tajo los favoritismos propios de cada gobernante y son los méritos y visión de cada quien quienes promulgan a los que espiritualmente son poderosos e importantes para el Señor. Ahora bien, nunca negó que no se sentarían sobre un trono porque todos ellos fueron destinados a beber del mismo vaso, fueron bautizados con el mismo bautismo del Señor y ofrendaron su vida por amor a su nombre; en concordancia con la humildad que todos lograron y son ahora amados por nosotros los postreros, de esta manera juzgarán a las doce tribus de Israel, es decir, la petición de la mujer sobre sus hijos sí fue escuchada, mas no cumplida en modo terrenal.
Que el amor, la gracia y paz del Señor Jesús sea en todos ustedes, amados hermanos, amén.
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