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El propósito espiritual de Juan el Bautista.

Que el amor, la paz y gracia del Señor Jesucristo sea en ustedes, amados hermanos, amén. Desde México lo saludamos con mucho gozo, esperamos que sigan cultivándose correctamente en el quehacer espiritual conforme al mandamiento de Cristo para ser agradables a nuestro Padre celestial.

Iniciamos con Mateo 3:1-11; pero antes retomo el último versículo del capítulo anterior (Mateo 2:23): y vino y habitó en la ciudad que se llama Nazaret, para que se cumpliese lo que fue dicho por los profetas, que habría de ser llamado nazareno.

Entre este suceso de Mateo 2 y 3 pasan básicamente 30 años tras los cuales la vida de nuestro amado Señor transcurrió en calma y sin mayores eventos. El Espíritu Santo omite esta parte de su vida porque el Señor Jesús aprendió como niño a todo lo que cualquier ser humano debe saber: conocer su cuerpo atendiendo sus necesidades humanas básicas, deberes diversos, aprender a hablar y escribir, comunicarse, etcétera.

Y en Mateo 3:1 Juan ya está en su ministerio (también se omite la primera parte de su vida y su llamamiento). Él fue profeta y evangelista. Promulgó la ley de Dios en cuanto al arrepentimiento del mal camino (cosa que no a todos toca). No olvidemos que anunció a sus congéneres la frase: “arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” lo dijo a la nación judía. NO lo dijo a griegos, egipcios, romanos, partos, medos o a otra nación gentil de la época. Esta arenga es exclusivamente a todo judío, punto.

Acto seguido, refiere Juan en su predicación en el desierto de Judea que de quien hablaba -el portador de las llaves del reino de los cielos- era Jesús, predicho por Isaías y cita los versos en Isaías 40:3. El Espíritu Santo cambia la referencia de Jehová a el Señor porque al tiempo que Mateo redactó por el Espíritu este evangelio, es para hacer al Creador más cercano con el Hombre y no tan alejado como lo implica la forma sustantiva Jehová, tan imponente como atemorizante. Dicho sea de paso, el enemigo ha obrado en hacer creer a muchos neófitos y denominacionales que son indignos de recibir el amor de Dios y se refieren a Él diciendo religiosamente “Jehová es el Señor” y no “Dios es mi Padre por gracia de Cristo”.

En el cuarto versículo refiere que el ministerio de Juan era bautizar, es decir, hundir bajo las aguas la conciencia pecadora del pueblo, aquellos que en verdad, a pesar de su ignorancia, esperaban el cumplimiento de todas las cosas. Cabe destacar que Jerusalén representa al poder mundano, religioso, cultural y económico que atrapa a las masas y hay que salir de ellas al desierto (que espiritualmente representa el vacío de toda alma y es ahí cuando se da cuenta de su gran necesidad de Dios como Satisfactor de toda necesidad de esta).

Confesaban sus pecados a Juan porque el sacerdocio era ya un clero impenitente, soberbio, vano y alejado de Dios. Y toda carne, sin excepción en algún momento necesita de Dios. Supieron que él era enviado de Dios. Tan pronto como el clero notó su presencia fueron a indagar qué tipo de rival tendrían enfrente ¿o pensaban que iban en son de paz o piedad? ¡Jamás! Para ellos, un palabrero más, crítico de su deleznable forma de manipular la ley y ajeno a su control dogmático.

Para esto el profeta evangelista les dijo lo que eran: generación de víboras -en otras palabras, agentes de satanás. Los compara con el Adán infractor del mandamiento de Dios: “¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?” Su destino ya estaba pactado pero ellos pretendían crear atajos, escondites y artimañas para de alguna manera burlarlo. Viene la reprensión dura: hagan frutos dignos de arrepentimiento: como árboles de frutos incomestibles los trata, sabiendo que por ellos mismos no cambiarían su esencia malévola y perversa jamás. Tan cercana y lejana su redención.

Con la sabiduría que emana de lo Alto les cierra la puerta en sus pretextos: “a Abraham tenemos por padre” como más adelante al mismo Jesús le espetaron tal osadía e imprudente declaración. Les canceló tal argumento pues aunque en la genealogía y ADN fueran simientes del patriarca, en lo espiritual eran impostores y malhechores. Tan así el desprecio por parte del Altísimo hacia ellos que Juan profetizó que de las mismas piedras alzaría hijos para Sí y lo cumplió (las piedras vivientes que somos nosotros para crear y edificar la iglesia de Jesucristo Su Hijo amado). Dios los desechó y en su lugar le procuró piedras a Su Hijo que sustituyeran a estos blasfemos torcedores de Su palabra. De hecho, ya tenía Dios un plan para ellos, derribarlos con el hacha de la palabra de Cristo, imposible de resistir para ellos y que serán usados para ser quemados en el fuego.

Juan ya tenía revelaciones por medio del Espíritu y por eso profetizó que Jesús era el sujeto sobre quien recaían todas las profecías. Juan explica el porqué bautizaba con agua y cómo Jesús habría de hacerlo con el Espíritu Santo y fuego. Él haría la labor de sembrar la nueva dispensación de Dios para su pueblo, tendrá la actividad de cuidar el sembradío, recoger el trigo y quemar la paja en el fuego. Israel entraría pues, en una etapa de definición, ahora sí, ante su Dios. Demostrar lealtad o ser echados fuera para siempre. Así como instituyó la circuncisión como medio de unión, así implementaría la fe como modo de fidelidad, no solamente unión y esta vez de manera espiritual y no solamente carnal.

Ser judío en esa época era tener el destino del alma de toda una nación y la propia en vilo. Tres años de poder innegable, testimonio que se esparcirá en todo el planeta y milagros imposibles de enterrar en la zona del olvido y el tiempo se gestarán ya prontamente.

Que el amor, la gracia y la sabiduría del Señor Jesucristo sea en todos ustedes amados hermanos y creyentes, amén.


3 En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, 2 y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. 3 Pues este es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo:

Voz del que clama en el desierto:

Preparad el camino del Señor,

Enderezad sus sendas.

4 Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre. 5 Y salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán, 6 y eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados. 7 Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? 8 Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, 9 y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. 10 Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego. 11 Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.

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