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El postrer estado de la generación adúltera

Que la paz, la gracia y la sabiduría de nuestro amado Señor y Salvador Jesucristo, Hijo de Dios, sea en todos ustedes amados lectores y creyentes, en su espíritu, amén.

Deseamos en el Señor sean restaurados, amados hermanos y bendecidos por la gracia de nuestro Señor Jesucristo.

En esta ocasión, en Mateo 12:43-45, el Señor Jesús, con el poder del Espíritu Santo, predijo el destino de la generación que atentó contra su vida, la cual, sigue vigente por cuanto al día de hoy le niegan y no le reconocen como el auténtico. Único Ungido de Dios como Rey de Israel clamado por este mismo pueblo siglos atrás. Leamos:

43 Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla. 44 Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla desocupada, barrida y adornada. 45 Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala generación.

Dios ya los había limpiado, separado para Su alabanza y gloria, los distinguió del resto de las facciones y etnias con el sello físico de la circuncisión, les proveyó de Su ley para ser observada y ser Su testimonio en la Tierra por varios siglos y, por si fuera poco, les bendijo con la promesa que mandaría a Su Ungido a su tiempo para que hablase en Su nombre para, ahora sí, restaurar las cosas.

Pidió pues, el Dios Vivo, paciencia, dedicación y santidad, además de obediencia a Su pueblo, pero no. Murió Moisés y luego Josué y se entregaron a las costumbres mundanas de la región. Con los jueces hubo altibajos, castigos, rebeliones y hambrunas. Su época oscura se acentuó cuando un ya viejo Samuel recibió la afrentosa exigencia de tener un rey, cuando ciertamente ya lo tenían en la figura majestuosa de Jehová, Rey de todo el Universo.

El Señor enojado aceptó y les impuso condiciones pesadas y ellos, en su franca necedad y contumacia accedieron sin reparos y murió Samuel para dar lugar a un incipiente rey que murió con más pena que gloria por cuanto, al igual que el pueblo que gobernó, desobedeció a Dios e hizo su voluntad.

Naturalmente el Señor le quitó el reino y lo dio a otro siervo suyo, el cual también con el agobio del poder tuvo sus desaciertos, pero el Señor no le imputó pecados y lo disciplinó y en su generación posterior le concedió que naciese el Profeta que habría de hablar en su nombre. David fue y con el don dado por el propio Dios compuso melodías y mensajes de amor para Su Hijo que habría de venir.

Después de Salomón, el sabio rey quien al final también decayó en su gracia, pues es un espíritu que azota a este pueblo, su doble ánimo para no ser fieles a su Dios, llegó el primer juicio que fue la ruptura de la casa de Israel y el reino. Unos se dedicaron a mundanizarse más y los otros a retener de manera inconstante su testimonio. En este tiempo los profetas altercaron con los reyes para recordarles que estaban por gracia y no meritocracia. Tanto así fue su torpeza, que el mismo Señor los echó fuera de su propia tierra dos veces.

Ni así entendieron y después de un largo periodo de silencio (alrededor de 400 años) resultó que nació el Hijo de Dios, la Promesa hecha carne y Mesías. El verdadero rey, de modo humilde en un pesebre quien creció y fue bautizado. Este mismo hombre fue quien habló esta parábola a sus contemporáneos, peores en maldad que sus antecesores y profirió estas palabras porque ellos eran este hombre que habiendo sido limpiado una vez, no cuidó su pulcritud y fue lleno de demonios. Así esta nación y pueblo, se infestó de esta plaga y así se quedará hasta que el Señor venga de nuevo y restaure a este pueblo por medio del remanente.

El Señor Jesús es sabio y no lo hizo por ira, sino porque desde el tiempo del astuto Jacob que se ganó la primogenitura por la indolencia de Esaú este pueblo tuvo y tiene ese espíritu de indomabilidad, pero fue contaminado de soberbia, avaricia y rebeldía. Esta generación incluye a los contemporáneos nuestros, porque solo quienes están ordenados para salvación de esta etnia hebrea lo hacen con dificultad y los demás se entregan a sus propios planes, placeres y maquinaciones.

Toda esta generación se niega a reconocer el señorío de Jesucristo en ellos y si no me creen, vayan a esa supuesta tierra santa y cuántos no han de blasfemar, tener en poco o incluso desconocer el nombre y acción de quien murió por los pecados de toda la Humanidad al preguntarles por él. Ellos se sienten tan ufanos en su condición que ya sea religiosos o seculares, ninguno confiesa a Jesucristo.

Por eso, está de más ahondar. Justamente el Espíritu nos lleva a suscribir, porque mientras no se renuncien y se arrepientan ellos, esos demonios seguirán estando en esa casa, continuando en el estado peor del cual estaban por cuanto despreciaron el mejor acto de misericordia del Padre: reconocer a Jesucristo como el Hijo de Dios que resucitó de entre los muertos.

 Que el amor, el poder y la fortaleza espiritual sea en ustedes, amados hermanos nuestros, en su espíritu, amén.


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