top of page
  • Foto del escritorCuerpo Editorial

El evento de la eternidad: el Juez Justo Quien dicta sentencia

Que el amor, la fe, la bondad, la esperanza en nuestro Señor Jesucristo sea en ustedes, amados creyentes, amén.

En verdad, de corazón deseo que ustedes amados lectores quienes nos han leído a través de estos años tan bendecidos en muchas formas puedan entender la profundidad, anchura y altura del evangelio. Las tres dimensiones espirituales iniciales en las cuales comprendemos por qué es necesario creer en Jesucristo, por qué es necesario anunciar la salvación a todos, para qué se necesita tener fortaleza de soportar la prueba y sufrir con dignidad el oprobio, descrédito y persecución.

Si Jesucristo no hubiese sido enviado, no habría vivido y no podría ser nuestro Maestro para enseñarnos el camino a Dios.

Tampoco podría ser muerto para ser nuestro Salvador, pues él escapó de la muerte, derrotó al pecado y cumplió la ley mosaica cabalmente tras lo cual excluirnos de su observación religiosa.

Finalmente, sin las anteriores victorias, no podría ser coronado Rey de reyes, reconocido como el Unigénito Hijo de Dios, ser el Cordero del Altísimo y poseer en herencia el Señorío de toda la Creación.

Y a pesar de todo lo anterior, muchos todavía denuestan, se burlan, se oponen, no creen, niegan, persiguen y matan a quienes creemos en tales verdades espirituales y por tanto eternas.

A pesar de su mal actuar, nuestro Padre sigue teniendo paciencia, sigue esperando a que todos los que puedan y quieran procedan a confesar a Jesucristo como Su Hijo, si es que tienen el valor de tener fe del tamaño de una semilla de mostaza y no la dejan perecer.

Pero como todo en esta vida tiene un principio y un fin, también esta gracia y paciencia tendrá término. Este punto final ocurre justo cuando nuestro Señor venga a la Tierra por segunda vez. Ahí se acaba toda comunicación y lazo con Dios, la edad de la iglesia concluye e inicia la edad de los santos, en un número menor al de la recién terminada época. ¿Por qué? Debido a que aquellas generaciones ya no tendrán amor natural y en cambio pondrán toda su confianza en sus líderes humanos y las manifestaciones del enemigo y sus secuaces.

Ahí se da la pugna frontal entre creados y Creador. Ahí ya Dios no es Padre, sino Justiciero en defensa de Su Hijo amado, airado Vengador de Sus santos muertos y Dador de Justicia y sentencia a todos los impuros, malditos, perros, cerdos, incrédulos, perversos, malos, herejes, falsos obreros quienes se obstinaron en luchar contra Quien nunca podrán vencer y han estado siendo derrotados humillantemente y muertos por la Ira de Dios.

Todos estos tendrán atención personalizada, como se escribió en el final del anterior número: uno a uno de todos estos individuos ya atormentados en el Hades serán extraídos de ahí para enfrentarse ante Su Majestad: el Único y Sabio Dios, el Creador quien tendrá evidencia de todo el pecado, toda maldad de ellos mientras estuvieron con vida. Solo hay que comentar una cosa: ya han sido condenados por no haber creído en Jesucristo -tan solo eso es su crimen capital- y este juicio es para dictar sentencia de muerte con el añadido de las evidencias antes mencionadas.

Tras esta introducción algo extensa es como damos entrada a lo hallado en Apocalipsis 20: 11-15, que textual dice:

11 Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos.

12 Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras.

13 Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras.

14 Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda.

15 Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.

Tan imponente la presencia de Dios que hasta el cielo y la Tierra huyen para siempre, pues al ser materia creada y viva (solo que nosotros no tenemos ese poder de ver, entender y saber esto) el gran trono blanco es sinónimo de Justicia Divina.

Habrá todo tipo de condenados a muerte, grandes y pequeños, porque a cierta edad también los pequeños son revelados de lo que no agrada a Dios, apercibidos al pecado y hacedores de maldad. Su conciencia fácilmente compra lo podrido de seguir el camino del mal y les causa placer. Aquí se destruye el falso dogma de: “¡pero son niños y criaturas inocentes!” pues la premisa “cree en el Señor Jesucristo y serás salvo tú y tu casa” no está limitada a edad, etnia, género o época, sino a todo corazón que tenga fe y la tome como verdad; o bien la rechace con consecuencias funestas.

Haciendo un pequeño paréntesis daré testimonio de una amada hermanita quien tuvo una niñez muy sufrida y en su adolescencia no le fue mejor. Padeció mucho, sufrió una enfermedad por medio de la cual partió muy joven con el Señor, y a pesar de lo anterior nunca negó su fe. Para lo que nació, lo hizo a la perfección y queda como instrucción mía cómo debo imitar el testimonio de esta hermanita a quien conocí cuando yo era un niño. Y no lo olvido porque esto es lo que demuestra que, desde niños, tenemos también la potestad de confesar y creer a Jesucristo para testimonio, si bien no para ejercer ministerios. Cierro paréntesis.

Entonces, se abren los libros en donde están los hechos mientras estaban en vida y ahí estarán escritas todas y cada una de las manifestaciones hechas con el libre albedrío que Dios les dio y ellos despilfarraron.

Tenemos por el Espíritu detectados algunos de estos libros, los cuales son:

a) Pensamientos ocultos

b) Obras

c) Palabras ociosas

d) Actos secretos

e) Si hay más, no hemos tenido revelación hasta el momento en que redactamos este tema

f) Libro de la vida


Cabe aclarar que estos libros son exclusivamente para los sentenciados a muerte espiritual por haber negado el santo nombre del Señor y no haber creído en él como el Hijo de Dios como testimonio incriminatorio de que eligieron las tinieblas en lugar de la luz. Por cuestiones de la extensión, la explicación de los libros se dará de manera alterna, porque así juzga correcto el Espíritu en mí pues no debemos desviarnos del acto principal que es el Juicio. Se relatarán en este mismo número, pero en diferente documento para cubrirlos por completo para sabiduría y enseñanza.

Continuando, pues con la descripción del Juicio de Dios a estas almas infieles, cada libro contiene diferentes actos y obras hechos por éstas cuando tuvieron carne.

Así mismo el mar (un ente vivo creado por Dios) entregará a los muertos atrapados en su poder y esencia; la muerte y el Hades por igual, dice esto porque recordemos que algunos seres no estarían precisamente en el mismo lugar del Hades a donde irán quienes mueran sin confesar a Cristo al término de sus días, sino que estarán en lugares reservados como Caín, Coré, Judas Iscariote, entre algunos otros más. En realidad, no importa de dónde vengan sino a dónde irán a parar: a enfrentar cara a cara la ira de Su Creador.

Después de la entrega de almas por estos entes, el mar ya no es más (pues toda la creación será deshecha por fuego de Dios consumidor) y la Muerte (vaso de deshonra creado para privar a la carne de eternidad) como el Hades (reservorio de almas incrédulas, malas, adúlteras y sobre todo, asesinas del Hijo de Dios al haberlo negado como Salvador y por tanto, victimarios confesos de aprobar su muerte injustamente) son lanzados al lago de fuego al no ser requeridos más sus servicios, como análogamente cualquier objeto inmundo que desechamos y tiramos a donde pertenece: la basura, el oprobio y el olvido permanentemente.

¿Recuerdan ustedes cualquier producto alimentario con envoltura abierta por ustedes mismos que resultó estar en mal estado y por tanto, con enojo y frustración arrojan al cesto? ¿Verdad que no? Si acaso algún vago recuerdo, pues rememorarlo reinicia la ira y no tiene caso sufrirla de nuevo: por eso se deshace del elemento indeseable, se olvida la penosa experiencia y no se tiene el menor de cuidado de lo que fue de ese alimento pútrido.

El desprecio, olvido y desatención es la muerte segunda. ¡Imagínese que alguien para Dios deja de ser! ¡Que Dios se olvide de alguien por completo y eternamente! ¿Que el Creador no tenga más sentimiento por alguien que no sea desprecio, asco, ira y total descontento y que sea irremediable?

Así sentirán todos los lanzados al lago de fuego y azufre. Como Dios y la Muerte son incompatibles, entonces Dios, como lo que creó no lo destruirá o privará de existencia para siempre, determinó que la muerte segunda es el eterno olvido de Su Majestad a cualquier clamor, pedido, grito o reclamo de esos millones quienes lo desecharon, lo olvidaron, lo despreciaron y le mataron a Su Unigénito ante Su presencia. Pasará el tiempo indefinidamente y ese padecer, ese dolor, esa angustia de sentirse solos y dejados para siempre en el ostracismo justo de Quien vive, del Heredero y de Su familia, en otro cielo y otra tierra ajenos a ellos. Nunca tendrán seña de su lugar o existencia. Tan solo un instante de amor, misericordia y perdón querrán sentir, pero ya es demasiado tarde. Un solo segundo que Dios se acuerde de ellos pero ni eso. En cuanto al diablo, frustrado, porque nunca pudo ser como Dios y ahora está encerrado y siendo castigado por haber provocado todo esto. De nada le servirá todo el conocimiento, toda la astucia para engañar. Nunca jamás saldrá y toda maldad, odio, mal pensamiento será la hiel que lo hiera, pues de él surgió la maldad.

Creer en Jesucristo como el Hijo de Dios es lo único que permite ser inscrito en el libro de la vida y por tanto evitar este destino ominoso, pero como nadie de estos lo hizo -creer- serán acreedores a ser lanzados en el lago de fuego, una sola vez y para siempre.

Ahora entendemos porqué tenemos que ser santos, para ser revelados y mostrar con el poder del Espíritu Santo de la imperiosa necesidad de que crean en Jesucristo los todavía inconversos -NO predicar el infierno, el lago de fuego o la condenación, sino la reconciliación, salvación y perdón de los pecados-.

De esta manera concluimos con este número, sabiendo que quienes al final de sus días refrenden su aversión a creer en nuestro Señor Jesús como su Señor, Salvador y Maestro tienen ya asegurado su destino fatal. Nuestra tarea es anunciar la vida y poder de reconciliación, acceso a la vida y perdón de nuestros pecados por amor del Padre al nombre de Su Hijo nuestro Rey.

Que el amor, la paz, consuelo y gracia del Señor Jesucristo sea con ustedes, amados lectores, amén.

Comments


bottom of page