Preciosos e invaluables fratelos en Cristo, nuestro Señor y Salvador: que el amor de nuestro amado Jesucristo esté rebosante en su espíritu, alma y corazón, para que todos podamos ser de un mismo sentir y en consecuencia seamos bendecidos todos a una, amén.
En el anterior blog, vimos cómo el amor es la esencia misma de Dios que Él brinda para sentir apego, cercanía y familiaridad a quienes son Suyos.
Ahora, veremos que otra forma en cómo nuestro Padre nos da amor, además de Su esencia, es Su Espíritu, o sea: Su Voluntad y Poder de acción de hacer el bien, buscar lo bueno y hallar la perfección propia de Él.
Por eso mismo el Espíritu habla del Señor Jesucristo solamente, porque Jesucristo nos revela todo lo necesario de Dios en todos sus roles y aspectos, aunque sobre todos ellos, el de Padre.
Juan, hablando en nosotros (él y los demás apóstoles que seguían con vida en el momento en que escribió esta carta) exhibe una afirmación sustentada en la confesión que él y los testigos incluidos fueron oculares y presenciales que en efecto Dios envió a Jesús a la Tierra, constituyéndose en los avales para quienes puedan seguir dudando. Adicionalmente, reafirma el propósito del Señor Jesús de venir al mundo: ser el Salvador.
El Espíritu Santo vuele confirmar una vez más que quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. De nuevo el lazo familiar, la esencia de amor y por ende el poder emanado de Él son las constantes en esta ecuación.
Creyendo a las palabras de Jesucristo, además de vida, nos da el amor (riqueza y presupuesto espiritual) siendo la condición que debemos de permanecer en el amor (es decir, ricos espiritualmente) para que Dios permanezca en nosotros.
Como Dios se ama a Sí mismo, y en nosotros se extiende esta premisa, por eso nos guarda, incluyendo además el hecho que Cristo vive en nosotros forjándose y nuestro Padre no atentaría contra Sí mismo. Por eso nos da de Su vida, Su esencia, Su riqueza, Su poder y el Señor Jesucristo nos da de su salvación, heredad, su lazo familiar y su amor a nosotros, porque de esta manera la Deidad ejerce su ser y estar en nosotros y almas todavía extraviadas reconocerán la voz del Salvador y se acercarán.
Por esto Jesucristo es nuestro Salvador, porque previene que nuestro destino sea la condenación y luego la muerte. Sentado él a la diestra del Padre, no hay manera que tengamos riesgo alguno de daño al final de los tiempos. De hecho, no podemos experimentar el temor, porque en el amor no hay temor. ¿Cómo podemos temer si somos parte de la esencia misma de Dios si andamos en el amor? El temor es para quienes no aman, para quienes saben que conllevan condenación al no creer. Es a quienes matan el alma con el desamor. De tal modo, el perfecto amor echa fuera al temor, porque el temor lleva en sí castigo. El castigo radica en el rechazo previo a ser como Dios, a practicar las cosas de Dios y ser enseñados por el Señor Jesucristo.
La duda es la antítesis de la fe y el temor la antítesis del amor. Todo aquel que ame a Dios no debe tener temor alguno, porque si teme entonces el amor dentro de él es nulo o débil. El amor hacia Dios se expresa cuando se ama a los hermanos. No puede alguien decir: “amo a Dios”, sentado en Su trono de gloria en los cielos y aborrecer al hermano cercano próximo a él, pues miente, y la mentira no proviene de Dios.
El apóstol concluye que para amar a Dios es preciso amar al hermano también. De hecho, amando primero al hermano se ama a Dios, pero obviamente al hermano en Cristo, no al mundo, ni a los religiosos, anticristos o enemigos de Dios.
Dejamos como fundamento lo hallado en 1ª Juan 4:13-21.
La paz, el amor y la sabiduría de lo Alto estén en su espíritu amados hermanos. Guardemonos del mundo y no dejemos de oír la voz de nuestro Pastor, Jesucristo, amén.
13 En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu. 14 Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo. 15 Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. 16 Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. 17 En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. 18 En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. 19 Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. 20 Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? 21 Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano.
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