Que la gracia, paz y amor del Señor Jesucristo sea en todos ustedes, amados hermanos, en su espíritu, amén.
Muchas veces hemos sido informados del famoso texto de 1ª Pedro 4:8 que dice: “y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor: porque el amor cubrirá multitud de pecados”, el cual significa que el amor es factor clave de pureza espiritual. Pero ¿cómo o por qué se manifiesta esto? ¿Por qué el amor es tan importante al punto de cubrir multitud de pecados?
Por principio de cuentas, el perdón es un fruto del amor. Perdonar es la capacidad de saldar cuentas pasadas y subsanar heridas al eliminar rencores y establecer un nuevo punto de inicio de relaciones interpersonales entre dos sujetos que eran antagonistas anteriormente El amor funge como traductor entre dos mensajes distintos, dos idiomas del alma, mente y corazón que converge en hablar una misma cosa.
El segundo aspecto es la paciencia. También es fruto del amor por cuanto nada en este mundo es instantáneo: se requiere mucho o poco tiempo de espera, pero no es ipso facto. Las virtudes tardan en manifestarse y los errores tardan en amoldarse para eliminar aristas peligrosas y la paciencia es la habilidad de ver al reloj para consultar el tiempo y saber esperar sin prisas o ansiedad. La paciencia es una fuente de amor, pues la perfección que el Señor da toma su tiempo y nadie puede decirle: “te estás tardando, Señor”. Enseñorearse del factor tiempo para que no sea un hándicap es virtud a la que todos deberíamos aspirar.
Una tercera característica es la obediencia. Gracias a este poder espiritual, se tiene la habilidad espiritual de separar independencia y ego de la consecución de un plan siguiendo indicaciones precisas. Mucha gente confunde independencia, soberanía, individualidad y autodeterminación con la obediencia. Quien obedece, ama, pues no se está perdiendo la identidad, solo se sigue un consejo de éxito inspirado por alguien superior que le anima a continuar en esa dirección. El Padre no obliga, sino insta, recomienda y ofrece una ruta específica, quien obedece cree en la bondad del Consejero y camina por ese andar, recibiendo el beneficio. De hecho, no hay acto más soberano, individual y lleno de amor que el de decidir por voluntad propia la ruta mostrada por Dios mediante el evangelio de nuestro Señor Jesucristo.
Un cuarto aspecto del amor es la disciplina, que directamente nos lleva a la santidad previa renunciación. Puede entenderse a la disciplina como el estado mental y del alma de establecer un conjunto predefinido de patrones de conducta dirigidos a cuidar un estatus de comportamiento en el ambiente de convivencia humana. La disciplina implica amor porque se tiene una lealtad hacia un estatus de querer hacer para ser y estar. Permite la objetividad de decidir entre lo que es correcto de lo que no y decantarse por lo correcto. Es no tomar en cuenta acciones de terceros porque el estándar de conducta lo marca el Espíritu Santo y no modelos hipócritas y vanos de apariencias.
En quinto lugar, la edificación en el nuevo pacto es otra muestra de amor, puesto que la ignorancia es enemiga de Dios y la sabiduría es tener conocimiento del Altísimo y, por tanto, conocerlo tal como es en Su Esencia, Presencia, Circunstancias y Voluntad mediante la enseñanza de nuestro Señor Jesucristo, quien nos habla del Padre. Quien ama, construye un refugio en su corazón estableciendo un altar donde adorar a Dios en hechos y no palabras. Quien ama, invita al Señor a que cene con él y él cene con el Señor y ya no lo deja irse nunca jamás. La edificación permite que uno se constituya templo viviente de Dios.
Y así podría seguirse, el amor es una materia espiritual viviente que es una representación del mismísimo Dios y por tanto no alcanzaría la vida, ni las letras, ni el espacio virtual u hojas de papel para atisbar este conocimiento supremo. Faltaría mucha más revelación y por eso es que el amor cubrirá multitud de pecados, porque siendo seres de amor de Dios a los hombres tanto a ellos como a quien lo otorga, se benefician mutuamente.
Procuremos practicar el amor siempre, a cada instante, en la medida de lo posible y de buen ánimo porque los pecados que se cubren son los de nosotros precisamente, y también los de los prójimos a quien servimos cuando sientan y reciban el amor de Dios en ellos. Nada nos cuesta y la carne no tiene parte ni suerte en esto.
Que el amor, la gracia y paz del Señor Jesucristo sea en su espíritu, queridos lectores, amén.
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