Editorial 562 - Migración
- Cuerpo Editorial
- 8 feb
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Que la gracia, paz y amor del Señor Jesucristo sea en todos ustedes, amados hermanos, en su espíritu, amén.
Apreciables y entrañables hermanos lectores: todo lo que pasa en el mundo tiene un propósito, una razón de ser, nada es de a gratis o de la mera suerte o casualidad. Nada escapa a la autoridad de Dios ni a Su supervisión. Pero también están la predestinación y el libre albedrío presentes, para aquellos quienes buscan culpar de todo a Dios y eximir al diablo y al propio hombre de su responsabilidad.
Uno de los tantos sucesos que ocurren con frecuencia constituye la migración. Este fenómeno es importantísimo, porque preserva las especias vivas. Sin la migración, no podría una especie sobrevivir pues estaría expuesta a los cambios de clima, a la disminución de espacios habitacionales y alimentarios, a que un ataque continuado de sus cazadores o enfermedades diezmen a sus miembros, etcétera.
No es posible que una población humana esté quieta o estática para siempre: entre que hay aventureros, personas en extrema pobreza, perseguidos, maltratados en guerras o disputas, toda nación, etnia, grupo humano o sociedad es pura o única. En toda nación hay migrantes, personas que no corresponden al fenotipo local y que se establecen por hallar una mejor oportunidad de supervivencia.
Cuando el Señor Jesucristo declaró: “A los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero no siempre me tendréis” se refería a la hipocresía de querer lucrar o sacar ventaja de la pobreza para deshonrar a Dios. Por eso existen los falsos pobres: quienes se disfrazan de mendigos, enfermos y desahuciados y obtienen ganancias deshonestas; quienes explotan menores de edad al exponerlos a peligros en la calle para causar lástima; las hordas de criminales que extorsionan a los que menos tienen obligándolos a salir de sus lugares de origen prácticamente con lo que tienen puesto y cualquier lugar lejano es mejor a donde están; quienes son holgazanes y no ven por sí mismos y quieren que el gobierno los atienda y son enemigos de trabajar, antes prefieren robar; criminales diversos que son buscados y éstos, por evitar la justicia huyen como cobardes, etcétera.
Pero también están los pobres verdaderos: aquellos que son obligados a salir, como se comentó anteriormente, no tenían intención de salir, pero el hambre, la miseria, la enfermedad o el peligro de muerte los desplaza y viajan para hallar una mejor tierra de oportunidad.
Entonces Dios conoce y sabe esto, pero el mismo hombre lo ha olvidado o se fuerza a no reconocerlo. La hipocresía pulula y los “locales” señalan a los “outsiders”, “extranjeros”, “aliens”, “fuereños”, etc. La premisa es: Todo ser humano es extranjero en su propio planeta.
Dos puntos de vista rápidos y simples se ofrecen para su meditación.
Primero: el hombre fue echado del huerto de Edén, su lugar verdadero, por no haber obedecido la ley local: no comer del fruto del árbol de la ciencia, ni tampoco del fruto del árbol de la vida. Por causa del pecado, se convirtieron en errantes eternos sin su Dios y no importa dónde se asienten o reclamen como suyo, todo le pertenece a Dios y ellos tan sólo habitarán por cierto tiempo ese lugar y luego se marcharán o desaparecerán.
Segundo: las naciones actuales son mezclas entre etnias, la locura de ser étnicamente puro es imposible, para que haya una ventaja genómica de la perpetuación de la especie debe prevalecer el hecho de que toda la materia está en movimiento, la energía se transforma y las nuevas generaciones adquieren material genético que promueven esto al estar mezclados continuamente.
El punto central es esto: la iglesia del Señor Jesucristo es extranjera, fuereña, alien, peregrina en este mundo. Así lo decretó nuestro Salvador y Maestro Jesucristo, porque el mundo lo rechazó, lo echó fuera, su pueblo no lo aceptó ni lo recibió. Por tanto, el mundo es enemigo de Jesucristo y busca desaparecer todo rastro o vestigio de él.
Entonces, nuestro Señor actuó en consecuencia y nos declara la verdad: nadie que crea en él se constituye como parte de este mundo malvado. Somos también enemigos, por eso somos diferentes a ellos en el decir, en el pensar y en el hacer. Porque los nacidos por el Espíritu buscan agradar y seguir la voluntad del Salvador y del Creador y los nacidos en la carne buscan agradarse a sí mismos, a su entorno y a seguir su propia voluntad.
Todos somos extranjeros: los del mundo por cuanto habitan una tierra que no es la suya y sin embargo, Dios en su profunda misericordia les concede tengan el cinismo de decir: “esto es mío y lo tuyo es mío”; y los de Cristo, porque tenemos que peregrinar, es decir, evitar los peligros tentadores de querer ser parte de los mundanos, la renunciación implica un movimiento, es decir, un alejamiento de las fuentes de pecado; ser santo es caminar y no estar estáticos en los placeres momentáneos. “Salid de ella, pueblo mío”, nos declara el propio Padre, es no ver algo de aquí como nuestro o propio, sino en entender que es una concesión de lo Alto, una bendición de arriba, un refrigerio celestial, un regalo de la Deidad y que tiene una función específica y que debe usarse, no mantenerse. Sea dinero, terreno, fe, amor, esperanza, habilidad, destreza, fuerza, potencia, don, ministerios, inteligencias, frutos, etcétera, todo debe darse, nada es para retenerse.
La religión es una falsa promesa de hallar tierra prometida. La única y verdadera tierra prometida es la vida eterna en la Patria Celestial. Por eso nada en la tierra debe atar a la Iglesia, porque somos extranjeros y como advenedizos.
Y por esto Dios desde los cielos dictaminó que viéramos por el extranjero y por el advenedizo, porque nos recuerdan nuestra realidad y esencia verdaderas. Acicate supremo que da un golpe de ubicación al soberbio, al mal llamado local y propietario, al momentáneamente fuerte y poderoso, al agresor y acosador que se cree el tipo rudo del pueblo.
Los migrantes son la respuesta a la hipocresía de haber rechazado a Cristo por no amar la verdad y los extranjeros una promesa de bienestar a quienes los procuran, o bien, muchas ascuas sobre la cabeza de quienes los matan, persiguen y vuelven a desterrar.
Como migrantes espirituales, como extranjeros por amor a Cristo, como advenedizos en tierra extraña, tenemos la cobertura de nuestro amado Padre, tenemos el amor y la fortaleza de nuestro Señor Jesucristo, tenemos la sagacidad y poder del Espíritu Santo quien nos muestra qué hacer a dónde ir y qué decir. Sigamos caminando con mucho honor: ninguna tierra nos pertenece porque no nos merece, puesto nuestro lugar jamás podrá ser saqueado, robado, disputado, comprado, vendido, rentado, destruido, sino que Dios lo tiene ya listo para que lo ocupemos.
Sigamos caminando con gozo, sigamos dando testimonio mientras estemos aquí, porque nuestra muerte es nuestro proceso de repatriación: nuestro Señor y Dios ha dispuesto que descansemos un poco para poseer lo que Él tiene para nosotros, un lugar que ya será nuestro y nadie podrá arrebatárnoslo ¡Aleluya!
Que el amor, la gracia y paz del Señor Jesucristo sea en su espíritu, queridos lectores, amén.
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