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Editorial 561 - La buena vecindad

  • Foto del escritor: Cuerpo Editorial
    Cuerpo Editorial
  • 1 feb
  • 3 Min. de lectura

Que la gracia, paz y amor del Señor Jesucristo sea en todos ustedes, amados hermanos, en su espíritu, amén.

 La buena vecindad entre individuos es una extensión del amor de Dios que estos tienen a bien conservar. Aunque la escritura menciona que el mundo ama lo suyo, más bien es una conjunción de intereses entre instituciones y sujetos que se confabulan para perseguir objetivos fuera de la voluntad de Dios y que son agradables a otros de su misma condición espiritual.

No se procura corregir el texto bíblico, sino asegurar que el mundo imita la obra de Dios mediante simulación de las obras de Dios e incluso siguiendo al pie de la letra ciertas leyes espirituales para que tenga “sentido” su impostura ante el Padre, nuestro Creador.

Y así entre individuos, las naciones son extensiones (como ya se ha postulado antes) del comportamiento y esencia humanos. Incluso algunos expertos humanos señalan que tienen personalidad, incluso género. Esto no se someterá a discusión, porque Dios trata a las naciones como personas, como entes vivos con mente, alma, corazón y cuerpo y desde los tiempos antiguos les llama por su nombre redarguyéndolas de pecado.

Lo que interesa meditar en el Espíritu es que, de alguna manera la ciudadanía es el alma de esta nación y la iglesia de Jesucristo, implantada en su territorio, su conciencia. En consecuencia, una nación alejada de Dios y del testimonio de Cristo entre sus habitantes es señal de que su iglesia está dormida, corrompida o ausente, perdida en sus propias religiosidades.

En estos días impetuosos de vaivén de mensajes que países se dicen o se mandan decir es señal que algo se está dejando de hacer, algo no está trabajando como debiera y el mundo y el diablo están a sus anchas.

Cada iglesia no puede omitirse de su único trabajo: velar, orar, atar y desatar, porque es señal que se está en el espíritu y testimonio de la débil Filadelfia, en la opaca Laodicea o en la religiosa Tiatira.

Seamos sabios, entendidos y prudentes, porque por el Espíritu ya se trató esto en números anteriores y muchas de las calamidades que ocurren en las naciones es porque la iglesia no hace su parte. La omisión también es pecado, no pequeño, por cierto.

Luego se quejan ciertas congregaciones que Dios “no oye”, “se olvida”, “tarda”, “no actúa” pero no ven que luego no oran. La queja no es oración, el lamento no es rogativa y el pérfido comentario crítico no es invocación con fe, mucho menos con amor.

Una cosa es que sea el fin de los tiempos y otra muy diferente la inacción de ciertas iglesias en ciertas naciones. Sabemos que hay naciones donde el testimonio es muy poco porque al día de hoy resisten activamente el evangelio; pero hay otras donde el evangelio, una vez establecido, se torció y se tergiversó. Nuestro Señor Jesucristo sigue en la encomienda de que su evangelio llegue a todo ser humano nacido y consciente y hasta que esa premisa no se cumpla, no vendrá.

Pero, vendrá cuando ya nadie le espera. Solo las iglesias que procuran la buena vecindad en el amor, la evangelización son las que disfrutarán las promesas de los victoriosos y las omisas se quedarán a padecer su pecado, aunque salvas tendrán que seguir el testimonio de los santos en aquellos postreros días.

En tiempos de paz es como el evangelio cunde más rápido y se extiende más eficazmente. Este es el verdadero propósito de que entre las naciones no haya conflictos, pues en tiempos de estrés social y guerra de cualquier tipo el evangelio se ralentiza. No es que el mundo esté en paz para que peque a gusto, sino para que los siervos del Señor Jesucristo tengan el menor disturbio posible en su misión evangelizadora.

Preparemos a las siguientes generaciones a ser fieles en la rogativa por los líderes de las naciones que les representan en la Tierra para que, a pesar de que la gracia se acabe, se complete el número de los redimidos en tiempo y forma para la honra y gloria de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, Todopoderoso Hijo de Dios.

Que el amor, la gracia y paz del Señor Jesucristo sea en su espíritu, queridos lectores, amén.

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