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Editorial 543 - Todo tiene un principio y un fin aquí

Que la gracia, paz y amor del Señor Jesucristo sea en todos ustedes, amados hermanos, en su espíritu, amén.

La vida es un ciclo temporal de manifestación del pecado en la vida del Hombre. En este tiempo-espacio es donde la realidad tiene el tinte de dar total libertad a cada alma que nace y se desarrolla de elegir su destino. También están quienes nacen ya bajo el sello de la fe y quienes tienen el estigma de hacer el mal.

En este cúmulo de combinaciones el tiempo existe como patrón de medida para dictar el fin de una era, una vida, una generación. Sin el tiempo no habría orden, habría caos y, por tanto, mayor maldad. Pero con el tiempo también se mide el aumento de la rebeldía, la prisa de dar rienda suelta a placeres bajo la premisa de vivir solo una vez.

Por eso es necesario poner un límite a la manifestación humana en este plano, porque se expone a muchos peligros y aquí es un sitio donde se experimenta la convivencia del bien o caer en la tentación de realizar el mal.

Jesucristo mismo es la prueba de ello. Él vino a convencer para salvar y dejó su inmortalidad para padecer el flagelo del tiempo de estar aquí según los de su época. Nuestro Señor, al aprender obediencia, fue a entender que su parte física se sometía a momentos queridos y vivencias amargas. También él sintió la ansiedad de que todo tiene un fin y de hecho, una de sus victorias fue que instauró la promesa de la resurrección.

Sin embargo, él no es de aquí, ni su reino. Al trascender traspasando la muerte hizo que fuéramos capaces de ser eternos como él y ascenderemos como él lo hizo. Sí: aquí todos tenemos un ciclo que cumplir y ser sustituidos por jóvenes. Jubilación, vejez, enfermedad o falta de capacidades son fuertes señales de que el tiempo se acaba. Pero en realidad, la nueva vida que no puede medirse en tiempo es en lo que debería estar trabajando bien y rápido en la obra del Señor a la iglesia.

Así pues amados, alegrémonos que nuestro tiempo aquí está asegurado para nuestro Señor Jesucristo pues el pasaporte de confesarle como el Hijo de Dios con todo su corazón lo vale y nos ha sido dado manifestarlo ¡Amén!

Que el amor, la gracia y paz del Señor Jesucristo sea en su espíritu, queridos lectores, amén.

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