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Editorial 540 - Carta a la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo establecida en los Estados Unidos de América

Que la gracia, paz y amor del Señor Jesucristo sea en todos ustedes, amados hermanos, en su espíritu, amén.

Amados creyentes y coherederos de la gracia: los amamos y pedimos hagamos rogativas de amor y fe los unos por los otros y viceversa. Al ser ambas iglesias vecinas, es nuestro deber que el amor que nos profesamos como creyentes también lo sea entre nuestros pueblos y soberanías.

Cada iglesia fundada en ambos lados de la frontera debe estar apostada a que la paz de Jesucristo, nuestro Señor, Salvador y Maestro se propague a su alrededor para que las almas sean salvas, de quienes están ordenados y también por quienes arrebatan el reino y sufren violencia.

Todos los que entre los hombres respiran son considerados para ser salvos, pero no es de todos la salvación, porque algunos son indignos por haber amado al mal, otros porque son vasos de deshonra y algunos más son lobos y no ovejas. Sin embargo, suplicamos al Padre por salvación más que todo por amor y a eso apelamos, a que en su Soberanía el Altísimo sea grandioso en misericordia y salve a muchos.

Otro deber, amados hermanos del norte es cuidar el testimonio de la nación que nos toca vivir, porque nuestros gobiernos, sin nosotros involucrarnos en la política, deben coexistir en paz por cuanto son y continuarán siendo vecinos y el evangelio no puede ni debe ser estorbado por mandatos de hombres corruptos, mentirosos y entregados a la ambición de poder.

Es por eso que los exhortamos con amor que no dejen de pedir por seres investidos por el Padre para que ejerzan el poder de gobierno y que estén orientados a poner orden interno y busquen el cuidado en su jurisdicción sobre los huérfanos, viudas, pobres, perseguidos, migrantes, enfermos y los sedientos y hambrientos de justicia. También que problemas graves como crimen, narcotráfico, ateísmo, desviaciones mentales y corrientes ideológicas o religiosas no cundan en el interior de las familias de creyentes.

Por eso es que no podemos dejar de orar y velar -guardar testimonio y vivir en sobriedad, humildad, amor, obediencia a Cristo, fe y santidad-, para que nuestra oración no tenga estorbo y los días que queden a nuestra existencia en esta generación reciba la bendición y restauración del Padre entretanto que nuestro Señor Jesucristo venga.

Nuestras naciones deben estar en buenos términos con sus vecinos respectivos y de esta manera el enemigo tiene menos chances de romper con nuestro propósito espiritual: ver por la salvación de nuestros conciudadanos y que nuestros países lleguen a los tiempos de Cristo y se sometan a él. Las naciones de paz tienen expectativas de ser restauradas por el reinado de Cristo, no así las bélicas, las cuales si no corrigen su mal actuar serán raídas de la Tierra con todo y su linaje quedando en el olvido en el proceso.

Por tanto, concluimos que, sin intervenir en asuntos que no nos competen de otras soberanías, roguemos que los gobiernos actúen en consecuencia en prudencia, buena vecindad y respeto mutuo y que los intereses del reino se establezcan firmes en la circunscripción donde tenemos injerencia espiritual para el libre tránsito de los colaboradores de Dios y enviados de Jesucristo con la convicción de predicar, evangelizar y fundar nuevas congregaciones de nuestro Señor Jesucristo en esta generación que nos toca vivir.

Que el amor, la gracia y paz del Señor Jesucristo sea en su espíritu, queridos lectores, amén.

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