Que la gracia, paz y amor del Señor Jesucristo sea en todos ustedes, amados hermanos, en su espíritu, amén.
Bendiciones de lo Alto para todos quienes creemos en Jesucristo como el Hijo de Dios y Dios lo levantó de entre los muertos, amén. Amados lectores de este blog: la paz del Señor Jesucristo sea con todos ustedes, rebosante en su espíritu, amén. Lo escribimos con profundo amor, deseo y anhelo. No son solo palabras echadas al aire, es realmente el pegamento espiritual que nos une a todos en esta estructura llamada iglesia. Es el cemento que une a todas las piedras vivas para que la Novia tenga cuerpo, además del amor.
Amados nuestros: el mundo es malo y cruel. Hace todo lo posible para romper esta paz que es uno de los muchos tesoros que tenemos aquí en la Tierra. El enemigo de Dios es muy malo y solo busca hurtar, matar y destruir y la carne es débil, rebelde y egoísta y solo busca lo suyo, alentando la labor del Espíritu de perfeccionarnos. Por si fuera poco, la vida es efímera, llena de afanes, dolores y desafíos que, si bien tiene momentos bellos en lo emocional, en lo espiritual sin Cristo es fatuo.
Hoy escribimos con el corazón en la mano, sabiendo que todos tenemos un testimonio que dar, una batalla espiritual que luchar, una santidad que cimentar, una paciencia en momento de construcción y un desapego a lo mundano que ejercer. No es fácil ni placentero. Pero es provechoso y necesario si queremos el resto de nuestra vida disfrutar de beldades y bendiciones cuando ya estemos en el cielo nuevo y tierra nueva.
Preciosos hermanos: desearnos la paz del Señor Jesús en el seno de nuestro corazón con sinceridad y amor es un regalo invaluable, es una bendición excelsa y es un refrigerio más que urgente. No sabemos la situación del hermano a quien saludamos, pero ya con fraternizar espiritualmente con él de esta manera con verdad y buen juicio le libramos de prisiones espirituales, le damos una bocanada de consuelo y de palabra mansa y dulce.
Un corazón amoroso abraza al atribulado, afanado, enfermo, débil y les hace sentir que Dios está enfrente de tal sufriente. No nos neguemos estas salutaciones, ni seamos repetitivos, sino constantes y sinceros. Fraternos, cercanos, amorosos y amables es como debemos conducirnos entre nosotros y esta paz se comporta como bálsamo regenerativo.
La paz del Señor Jesús es lo único que resiste al mundo. Es lo único que evita que la mente se distorsione y el corazón se descomponga, es lo único que no permite la impulsividad peligrosa y previene el destrozo del alma por el flagelo de la desesperación, afán y ansiedad.
Practiquemos esta obra de amor, misericordia y ofrenda de fe y esperanza. Nada nos cuesta y ganamos mucho. Porque cuando la necesitemos y la recibamos sentiremos una mejora interna que hasta puede que lágrimas broten de consuelo. Hagámoslo, considérense dignos de estos frutos que acercan más a nuestro Señor Jesús, andando como él anduvo: dando paz a raudales a los suyos y no al mundo.
Que el amor, la gracia y paz del Señor Jesucristo sea en su espíritu, queridos lectores, amén.
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