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Editorial 532 - ¿Importa el mensajero o el mensaje?

Que la gracia, paz y amor del Señor Jesucristo sea en todos ustedes, amados hermanos, en su espíritu, amén.

Veía en un periodo de solaz esparcimiento en mis dispositivos electrónicos y en la televisión programas diversos como musicales, variedades, noticieros, reportajes, comerciales, videoclips, etcétera. Noté una consistencia en todos estos espectáculos -grabados y en vivo-: el mensajero es parte importante, si no es que lo más importante. El mensaje, cuando mucho, aspira a ser lo complementario, es decir el 50% del foco de prioridad.

El vestuario, la fisonomía, la voz, el lenguaje corporal, el escenario, el tono, la iluminación, etcétera, son elementos imprescindibles para captar la vista y con ello, aspirar a ser atractivos para escuchar la consigna del mensaje dado. Según los cánones del mundo, “de la vista nace el amor” y “una imagen vale más que mil palabras” y artes o técnicas como la mercadotecnia, política, publicidad y comercio hacen uso de estos axiomas humanos para sacar provecho en nombre del prestigio, competitividad, rentabilidad.

            Pareciera que hoy tratamos sobre cómo ser persuasivos y convincentes para que la vanidad, el ego, la autocomplacencia y el capricho sean alimentados como corresponde al modo en que la sociedad se sostiene en este eufemismo cruel de ser abominables.

            Sin embargo, por la meditación en el Espíritu Santo convengamos que lo anterior se observa, analiza y utiliza según la profesión, oficio o empleo, sin dejar de ser independientes, soberanos y autónomos en cuanto a lo espiritual, es decir, que no forma parte de nuestra conducta en nuestra relación personal con la Deidad.

            ¿Pero serlo dentro de la iglesia, los ministerios y la vida espiritual en Cristo? La única excepción es Jesucristo: el Mensajero, Enviado e Hijo de Dios: nacido, muerto y quien resucitó por millones; es el Mensaje hecho carne, Verbo perfecto de Dios. Su evangelio es el mapa en el cual nosotros aprendemos a caminar sobre este mundo para mantenernos puros, sin mancha en este mundo, limpios y de olor agradable.

            Incluso, no hay imagen, presencia, reconstrucción, emblema o figura que pueda iconificarlo y decir “esto (o este) es Cristo”. No se sabe cómo fue (¿importa saber cómo fue?) y el mismo mundo en su vomitivo engaño busca afanosamente descubrir su faz en la carne y con aproximaciones o interpretaciones parciales que se toman como verdad, en franco proceso idolátrico.

            Pero no, no bastó el ejemplo en vida que nuestro Señor Jesús dio: una vez que se levantó de entre los muertos cambió su cara en lo más espiritual que ni sus propios discípulos le reconocían y solo por el poder de su palabra y por el poder del Espíritu Santo es como ya le veían como su Maestro ya glorificado, gozandose.

            Ahora, sobran “luceros” que quieren fulgurar más que el Maestro. Demandan atención, respeto, fama, adulación, dinero (y todo el dinero que puedan conseguir), el mensaje es mero pretexto. El encuadre perfecto; la prueba de sonido impecable; el diseño, formato y resolución envidiables; la pose más seductora es lo que importa, porque como el mundo dice y hace, el mensajero importa antes que el mensaje en el parecer de ellos.

            Ninguno de los doce apóstoles, tampoco Pablo, muchos siervos y colaboradores ni las mujeres de fe que aparecen en el nuevo pacto tenemos algún registro o evidencia visual. Pero tenemos el poder del testimonio de la palabra de Dios. ¿Entonces, importa más el mensajero o el mensaje?

            ¡El mensaje, por supuesto! ¡Siempre lo fue, es y será! Porque los mensajeros van y vienen. Hoy es uno, mañana será otro y finalmente el propio Señor Jesús vendrá en toda su Gloria y Majestad. Es el evangelio de Cristo, su palabra y sus mandamientos. Poco importa QUIÉN lo diga, mientras sea inspirado por el Espíritu Santo, lo que nos comunique requerimos EL OÍDO y NO LA VISTA. La mente no puede adiestrarse de ver para creer, sino oír para creer.

El cómo se vista y hable, de dónde venga o vaya, en dónde nos hable la palabra y sobre todo, el cómo luzca, son poco o nada relevantes. El Espíritu Santo nos dará la certeza para comprender quién es enviado por el Señor Jesús y no es la vista lo principal, sino el oído.

Amados lectores y hermanos: No nos hagamos mundanos en los aspectos de la evangelización. La palabra no necesita de lo material para tener validez; no requiere imagen para ser certificada; no precisa vistosidad o fastuosidad de quien la predique. Nuestros nuevos hermanos habrán de ser hallados por la fe que viene por el oír, no por la vista.

Que el amor, la gracia y paz del Señor Jesucristo sea en su espíritu, queridos lectores, amén.


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