Que la gracia, paz y amor del Señor Jesucristo sea en todos ustedes, amados hermanos, en su espíritu, amén.
Como declara el libro de Eclesiastés, en esta realidad todo tiene un momento y nada nuevo hay debajo del sol. Procesos naturales y sociales son cíclicos y lo que supuestamente es novedoso, en realidad hace referencia a algo pasado y que existe, solo que pasó desapercibido.
Uno de estos procesos repetitivos es el favorito de todos: ¡las vacaciones! ¡Oh, sí! ese momento donde tiramos a un lado los deberes, obligaciones y mandatos y nos dedicamos a ser nosotros seres biológicos, satisfacer nuestra libertad, locura y gustos culposos, hacemos planes para pasarla bien. Tiene su efecto mayor en los procesos de enseñanza anuales, donde los estudiantes se olvidan de clases, maestros, proyectos, uniformes, tareas y exposiciones para jugar, trabajar, viajar, etcétera.
Los adultos con sus vacaciones laborales ya tienen en sus manos su destino inmediato: boletos, maletas, reservaciones, agrupación de congéneres o familia, fiestas, paseos, momentos de soledad o encierro en casa son solo algunas opciones para elegir.
¡Maravilloso momento en que inviertes recursos para esbozar sonrisas y satisfacer el alma!
Concordante con esto es nuestro amado Señor Jesucristo. Él es nuestra vacación del mundo Constituye el reposo y paz que tanto ansiamos, puesto que el mundo nos impone roles, obligaciones, deberes, acciones y demanda obediencia absoluta en forma de religión, preferencia política, estatus social y riqueza, tendencias de vanidades, grados de conocimiento, manipulación de la autopercepción, etcétera.
El Señor Jesús nos libera de todas esas molestas etiquetas tras la cuales, si bien por amor y obediencia nos sujetamos en las obligaciones principales para no ofenderlos y agraviarles, en cambio nos abre los sentidos para determinar en cuáles imposiciones decimos “hasta aquí” y tenemos una vacación prolongada. La libertad en Cristo es una vacación completa y la renunciación es la decisión de querer ser libres de yugos y cadenas. Por ejemplo, nos quita de fanatismos enfermizos, obsesiones peligrosas y restaura un punto de equilibrio entre mente, corazón y alma para no desfallecer porque no somos algo o dejamos de ser en un precepto mundano.
Estimado lector: en el amor de Jesucristo medita y piensa si mereces vacaciones eternas de la esclavizante rutina mundana o deseas seguir siendo preso de sus complejos modos de perder el tiempo y tu vida en metas inexistentes. Vivir en Cristo es vivir aprendiendo a ser libre. Ser libres nos concede poder acceder a la Verdad. Sabiendo la Verdad y creyendo en ella, agradamos a Dios.
Que el amor, la gracia y paz del Señor Jesucristo sea en su espíritu, queridos lectores, amén.
Comentarios