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Editorial 516 - Aprender a vivir en contentamiento, fe y paz

Que el amor, la gracia y la paz del Señor Jesús sobreabunde en su espíritu hermanos, amén.

Cuando caminamos en el glorioso trayecto hacia la Eternidad por medio de Jesucristo, Señor, Maestro y Salvador nuestro, leyendo la Biblia encontramos muchos tesoros espirituales tocantes en cómo debemos aprender a vivir para ser agradables a Dios y testimonio a los hombres.

Al vivir en obediencia, renunciación y santidad es como nuestro proceso de aprendizaje de ser hijos espirituales de Dios se nota más.

Empero lo anterior es el primer paso. En segunda instancia ejecutar el amor en nuestro ser y acciones es otra asignatura por aprobar, teniendo la esperanza siempre de ser como nuestro Señor Jesús en cuanto a poder, gracia, sabiduría y obras.

Faltan algunas cosas más: contentamiento, fe y paz.

Conforme vamos creciendo en el evangelio, poderosos en la palabra y en la doctrina, vemos y entendemos muchas cosas. Mas no siempre es aconsejable intentar corregir todo, enmendar o señalar, puesto que no todo gira alrededor de nosotros y la visión y pensamiento es para analizar y meditar sobre los hechos, no las personas.

En la carne, nunca estaremos contentos con nada. Todo es insuficiente y puede estar mejor, en nuestra opinión. Pero olvidamos que no somos llamados a ser jueces, arquitectos o señores, más bien a ser embajadores (conciliadores), sacerdotes (ministradores)) y reyes (con autoridad de los cielos).

En Espíritu, somos llamados a estar contentos con quienes somos, lo que tenemos, lo que nos rodea y lo que carecemos. No estoy diciendo que seamos conformistas, ¡jamás! O acomodaticios ¡menos! Lo que digo, es que nos quitemos la costumbre de crear perfiles, establecer estándares o comparar como si fuéramos prodigiosas deidades. No podemos rebasar lo que ya está escrito en el nuevo pacto. No podemos agregar nuestro criterio a lo que el Señor dejó establecido como estándar de jerarquización de hermanos, como si de clases hubiera.

El contentamiento es, tener amor y aceptar lo que el Señor nos manda, lo que hasta el día de hoy concede seamos o tengamos, no mostrar inconformidad, apatía o crítica por lo que según nuestro pensamiento está mal. En todo caso, meditar y aprender en silencio y solo hablar si el Espíritu manda señal expresa para hacerlo con las palabras que el Espíritu ponga. Soportar y orar, para que ese momento, actitud o persona no nos afecten negativamente más de la cuenta.

La fe se aplica cuando creemos fervientemente que el Señor y no nosotros, puede corregir eso que no nos da paz, eso que nos molesta o aturde, lo que nos distrae o amarga. Sea persona, momento, situación, lugar o estancia, es necesario estar convencidos que la fe obra más y mejor que dichos y hechos nuestros correctivos con el impulso de la desesperación o frustración. La fe tiene que obrar con paciencia y la esperanza. Según su medida y el propósito de Dios se hará con prontitud.

Y la paz es tan importante como los otros dos valores. El tiempo que nos toma experimentar situaciones, personas, lugares o costumbres es parte de nuestra forja como poderosos atalayas vivos de nuestro Señor Jesús. Antorchas dispuestas para iluminar la tiniebla de los hombres y mostrarles el acceso a la puerta confesando el Santo nombre del Señor, hay que darlo. No podemos apresurar la duración, no es correcto apuntar y fustigar, no aprovecha intentar corregir y no da testimonio rechazar esto.

Nuestro Padre es sabio, nuestro Padre es multiforme en gracia y sabiduría y lo anterior reviste el por qué no es juicioso señalar “errores”. Los errores son parte de la naturaleza caída de esta dimensión física y por tanto, ajena es a la perfección. Solo el Señor Jesucristo tiene el poder de restaurar todas las cosas y en su nombre orar, tener fe y esperar y tener el decoro de reconocer la realidad tal cual es y aprender a sobrellevarla.

Es parte del yugo fácil y para aprender vituperio, prueba y renunciación que es lo que verdaderamente nos hace ser algo para Dios, nuestro Padre y desde luego nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, el Maestro.

 Gocémonos y vivamos mejor la vida en Cristo y no según nuestras percepciones, gustos y expectativas.

Que el amor, la gracia, el gozo y la paz del Señor Jesús estén con ustedes, amén.


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