Que la paz, la gracia, el amor y la sabiduría de lo Alto del Señor Jesús sea en ustedes, amados hermanos en la fe en Cristo Jesús, Señor nuestro, en su espíritu, amén.
Amados de Dios y de Cristo: en esta ocasión es necesario que exista la meditación sobre lo que el Señor Jesús representa en nuestra vida. El Hijo Todopoderoso de Dios, sentado a la diestra del Padre vino al mundo a cumplir las profecías, a dar por hecha la palabra comprometida a Abraham y a dar a los gentiles la única oportunidad de alcanzar gracia por creer en el Enviado de Dios, nuestro Señor, Salvador y Maestro.
Decimos muchas veces que Jesús nació en Nazaret, y él se presentaba como el Hijo del Hombre, pero ¿qué significa esto?
Sencillo: que él tomó la postura y figura de carne para demostrar cómo podemos vencer el flagelo de esta misma, escapar de su condenación y limitación y atender a la voluntad del Padre sin el estorbo de esta. Olvidamos que él sabe todo lo que sentimos, sabe cómo procede la debilidad porque él la derrotó y comprobó que la santidad y obediencia llevan a la perfección que Dios esperó en Adán y le falló.
Nuestro amado Cristo no está lejano ni ajeno a nosotros. El por eso se constituyó abogado nuestro porque sufrió las tentaciones a mano del diablo, fue muchas veces amenazado y molestado, tal como sucede ahora en nosotros. Los evangelios, pues, además de doctrina nos dan ejemplo vivo de cómo es andar como Jesús anduvo.
No temamos, gocémonos y alegrémonos que por esta causa él es el Camino, porque nos mostró cómo es ser un santo para Dios. No es imposible, y está al alcance de todos los creyentes, así que, amados, ¿qué esperan? ¡Acomídanse a vivir en Cristo, por Cristo y para Cristo!
Que la gracia salvadora, el amor fraternal y la paz poderosa del Señor Jesús esté en su espíritu preciados hermanos lectores, amén.
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