Que la paz, la gracia, el amor y la sabiduría de lo Alto del Señor Jesús sea en ustedes, amados hermanos en la fe en Cristo Jesús, Señor nuestro, en su espíritu, amén.
A lo largo de estos casi diez años hablamos de muchos temas, doctrinas, conocimientos y explicaciones, pero es bueno ahora según lo que muestra el Espíritu Santo hablar del estado de victoria en Cristo Jesús.
Poniendo en perspectiva la experiencia en la carne, podremos decir que sentir un estado de victoria es bienestar, euforia, satisfacción, completitud, alegría inconmensurable pues después de cierto esfuerzo se derrota a los demás oponentes y uno ocupa el tan ansiado lugar uno.
Es natural y normal aspirar a ser el número uno en lo natural porque el mismo Dios es el mismísimo número uno en eternidad, poder, amor, misericordia y justicia. Sin embargo, el diablo tergiversa ese deseo al querer ansiar ocupar el lugar de Dios y lo añora que cuando lo alcanza, le injuria soezmente haciéndose acreedor a una disciplina.
Pero en Jesucristo, más que ser el número uno, es ser el mejor, llegar a la cúspide de un reto por primera vez, lo que no es el número uno, sino llegar. Cuando damos un buen testimonio, logramos deshacernos de una tentación, echamos fuera a un enemigo y le derrotamos con el poder del Espíritu por medio de palabra o hecho, o dominamos por primera vez a la carne en algo que solíamos ser débiles, entonces somos vencedores, no por llegar primero, sino por prevalecer.
Este es el verdadero sentido de la victoria: la dominancia, el reino y el ejercicio del poder espiritual sobre el mal; la acción del bien y la bendición de lo Alto y no ostentar un número uno que solo le corresponde a Dios.
Así, pues fortalezcamonos para ser victoriosos y honrar con ello a nuestro Señor Jesucristo pues, así como él fue perfecto, nosotros aspirar a esa perfección.
Que la gracia salvadora, el amor fraternal y la paz poderosa del Señor Jesús esté en su espíritu, amén.
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