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Editorial 494 - Cataclismos y ¿furia natural?

Que la gracia, el amor, la paz y la fe en el Señor Jesucristo sea en todos ustedes, amados creyentes en Cristo Jesús, Señor nuestro en su espíritu, amén.

Recientemente hemos visto situaciones naturales sobre el planeta que podríamos juzgar neciamente como el mundo pregona: “apocalíptico”, “fin del mundo,” “último tiempo”, etc. Estas manifestaciones en la naturaleza no son coincidencias, sino más bien de la aplicación de un fenómeno espiritual en el que se equilibra.

La maldad se reproducirá del mismo modo que el hombre “innova” en mejoras, tecnológicas, leyes, proyectos, usos y costumbres de interacción con la naturaleza en orden de “estudiarla, comprenderla y activar una mejor aparición” para manipularla al gusto (como si Dios necesitase ayuda del hombre pecador y mortal sobre cómo crear leyes naturales.

Al día de hoy se sabe que se manipulan los ciclos de lluvia con los famosos “bombardeos” con AgI (yoduro de plata) para evitar disipación de nubes, mas esto trastoca el devenir natural del diclo del agua. Es imposible que llueva en todos lados (pues el Señor constituyó tal señal después del diluvio) y por tanto el agua ha de moverse según el viento. La sequía es inevitable porque para todo hay tiempo y todo debajo del sol tiene una hora. En esto se basa el equilibrio: dualidad de eventos y el hombre no tiene parte ni suerte en tal Voluntad divina.

Sin embargo, el hombre no entiende y por eso, además, abusa en la transformación de biomas, sobreexplotación de recursos minerales, agropecuarios e hídricos y destrucción de lo impoluto que era el aire con la agresiva industria de transformación que con su química perniciosa contamina y ensucia el planeta. Eso con el tiempo crea situaciones adversas en las manifestaciones climáticas.

Se sabe que la construcción de presas y edificios pesados estresa la corteza terrestre. También la creación de espacios antinaturales como parques, centros zoológicos, golf, sembradíos y tala excesiva minan la hidratación de los suelos sobre los que no están situados.

Amados: nuestro deber es predicar la palabra y anunciar el cielo nuevo y la tierra nueva; por eso algunos eventos como los terremotos, maremotos y tsunamis, tornados, erupciones, sequías, ventiscas, vientos solanos y huracanes no podrán nunca ser alcanzados por la mano del hombre.

Estos poderes son exclusivos del Padre, como tampoco los eventos del universo como lluvias de estrellas, caída de meteoritos, auroras boreales. ¿Cómo y porqué se manifiestan? Para mantener el equilibrio de la Creación. Se manifiestan en el preciso momento en que las condiciones son propicias para su exhibición, ya luego si hay víctimas, bueno, estuvieron en ese preciso lugar.

Las ventiscas son previsibles en la gran mayoría de los casos. Lo mismo de la sequía, tornados, monzones, huracanes y hasta los vientos solanos. Mueren quienes no se prepararon (parábola de las vírgenes sin aceite).

No olvidemos que el Señor nos dio el poder de decidir sobre nuestro cuerpo (ley del libre albedrío en cuanto a su cuidado y manutención) y la ley de la predestinación no la cancela (si estás en el momento y lugar equivocado por la causa que quieras establecer, se da de cualquier forma el inexorable destino).

¿Qué quiero decir? Que si alguien se queja por la poca o gran cantidad de fallecidos te pregunto ¿qué estarían haciendo los deudos? Ocupados en sus cosas. ¿Pensando en Dios? ¿Haciendo el bien? ¿Invocando Su nombre? ¿Rogando por protección? ¿Viendo por los intereses del reino de los cielos? NO, sino que están concentrados en sus actividades lúdicas, económicas, sociales, religiosas, pecaminosas, morales y académicas que les impidió prestar atención a señales dadas por el Espíritu Santo.

La misma palabra señala y critica la enorme desatención del Hombre en los asuntos de Dios, su negativa a creer en el mensaje de nuestro Señor Jesús y la terrible incredulidad que les hace evitar ser dignos depositarios del Espíritu Santo. ¿Y se lamentan luego de tales calamidades que no son tal cosa, sino una trágica coincidencia entre destino y exceso de confianza?

Y si eso sucede con los eventos climatológicos previsibles ¿qué será de los no previsibles, como los terremotos y erupciones? Pues la mala decisión de asentarse donde no era debido. Por eso siempre tenemos que encomendar todo dicho y acto en el nombre de nuestro Señor Jesucristo; empero si los creyentes apenas lo hacen ¿qué esperar de los incrédulos? Sabiendo desde tiempos antiguos que las montañas humeantes no son lugares bonancibles, aun así se asientan porque, por el otro lado, conocen que mejores tierras fértiles en su derredor no hay ¿cuál voluntad persiste: La codicia o la prevención? La apropiación con riesgo prevalece sobre la supervivencia con seguridad. ¿Luego Dios tiene la culpa sobre que los fundadores -de los ahora villas, pueblos, ciudades y puertos- hallan en el nombre de tal rey, nación o civilización cimentado tales asentamientos humanos? No suscribo tal interrogante arrogante.

En cuanto a los terremotos, maremotos y tsunamis, decir que ahora la verdad y conocimientos que se tienen sirven para prevenir. Mas ahora la fe en Cristo nos permite vivir y morir sabiendo que tenemos esperanza y esto no debe ser motivo de terror o miedo, y también hay potestad de que, si así se desea, cambiar de horizontes para seguir procurando la honra, gloria y buen testimonio a nuestro Padre y Señor Salvador. No se pueden prevenir los espasmos corporales, menos los terráqueos. No podemos saber cuándo exactamente tendremos un calambre ¿cuán entonces sabremos de una onda física en el medio sólido de la corteza?

Y mientras confían los expertos en las ciencias de la Tierra para encontrar el “hilo negro” a estos misterios y la población afanosamente escucha sus indicaciones, seguirán muriendo porque ninguno pone sus ojos, mente, corazón, alma y cuerpo a las cosas de arriba sino en las de abajo. Se saben desnudos e indignos, por eso cubren la vergüenza de su cuerpo pecaminoso con los taparrabos de soberbia, incredulidad, contumacia y falso sentido de la seguridad.

Amados, no se dejen llevar por sensacionalismos estultos. No sean como los del mundo, necesitados de saber porque están huecos de todo conocimiento. Tenemos el poder del Dios Vivo que nos llevará siempre a cumplir Su Voluntad en nosotros sobre qué hacer, a dónde ir y qué decir por medio del Espíritu Santo cuyo don es provisto por la gracia redentora de creer que Jesucristo es el Hijo de Dios y que nuestro Señor resucitó de entre los muertos al tercer día. Vivir o partir, sea el nombre de nuestro Señor bendito. Buscar la sabiduría e inteligencia de lo Alto asegura la sabiduría e inteligencia terrenal y no al revés. La mente de Cristo en nosotros desvela cualquier misterio pasado, presente y futuro siempre y cuando no contravenga el propósito eterno de Dios.

Que el amor, la gracia y la esperanza de nuestro Señor Jesucristo esté en ustedes, en su espíritu, amados lectores y hermanos, amén.



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