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Editorial 477 - Fuertes toros de Basán me han cercado

  • Foto del escritor: Cuerpo Editorial
    Cuerpo Editorial
  • 24 jun 2023
  • 3 Min. de lectura

Bendiciones de lo Alto sean para ustedes, amados hermanos: amor, gracia, sabiduría y, sobre todo, paz del Señor Jesucristo sea en ustedes, amén.

Cuando el Señor Jesús vino al mundo, vino para ser humano, experimentar la flaqueza, la debilidad y la soledad. Vino a vivir como uno de nosotros. ¿Por qué? Porque era necesario que alguien de la Deidad supiera de primera mano lo que es ser humano -naturaleza caída- y con esto tener el plan perfecto de salvación alcanzable en nuestro nivel de existencia para con Dios.

No olvidemos que el Hombre fue echado fuera por haber tenido un poder que no le era dado de momento ostentar por instigación tramposa del diablo. A partir de este momento la incipiente Humanidad ha experimentado soledad hasta terminar su existencia.

En todos los tiempos antiguos, el ser humano implica tener conocimiento del bien y del mal, lamentablemente se prefiere el mal sobre el bien. No hay época donde no se encuentre que muchos hombres han llevado a millones a la muerte por su maldad manifiesta. Otros crueles, miserables y despiadados dañado a su prójimo. El ser humano es una constante batalla de egos, unilateralidad de criterios y la necedad de tener conciencia de algo que no se puede controlar.

Aun en su máximo esplendor cualquier ser humano experimenta flaqueza, o sea, miedo, inseguridad, terror, pánico y falta de certeza en aspectos de su vida. Insatisfacción hecha desmayo o ganas de querer renunciar. Las personas naturalmente hablando tienen un punto de quiebre, donde toda su vida tendrán esa coyuntura de equilibrio entre ser como Dios y no serlo, pues jamás Dios ha flaqueado y nosotros como seres creados sí. Es una de muchas razones que explican por qué no somos Dios ni jamás lograremos serlo en la realidad terrenal.

La debilidad se manifiesta en la enfermedad, en la falta de fuerza, voluntad, valentía, energía, recursos, metas u objetivos y poder para hacer frente a los enemigos directos y agazapados, a los que vemos y a quienes están en nuestra espalda.

A pesar de lo poco agraciado de nuestra realidad, aun así, vino Jesús a este mundo. Dejó todo lo suyo por derecho detrás: decidió aprender a ser humano para con el apoyo del Espíritu Santo dominar esta naturaleza caída y crear el camino partiendo conforme a nuestras circunstancias para llegar a lo que siempre quiso y esperó de nosotros Dios.

Por eso, la utilidad de leer los Salmos es ver cómo por el Espíritu Santo, el Padre proveyó a Su Hijo en el exilio temporal de toda la información necesaria para hallar consuelo, fortaleza, amor y fe en su misión, imposible de hacer para los Hombres, para Dios posible por Su infinito Poder.

El presente título se da porque el Señor aun en su infancia fue asediado por el mal, por el malo y por los malos para recibir daño. El Hijo, encerrado en su frágil humanidad y desprovisto de todo poder celestial soportar esta lejanía y sin conciencia completa aún por su corta edad percibió el estrés de sus padres. Luego en su ministerio, las asechanzas de sus enemigos fuertes como toros. Esos vasos de deshonra dispuestos a buscar su vida para destruirla -independientemente de que él la daba por amor y obediencia al Padre- fueron constantes en su maldad.

El Señor Jesús meditó en estos salmos, los conocía a la letra y los vivió en carne propia. Hablaron de él desde siglos atrás e incluso desde Moisés quedó sellado sería golpeado por su propio pueblo. Esta frase escritural también aplica para todo creyente en el ministerio, que ve su vida rodeada de enemigos poderosos; sin embargo, ahora tenemos el apoyo adicional de nuestro Señor Jesús y es a quien tenemos que invocar en estos momentos de premura, donde sintamos la soledad, la flaqueza, la debilidad y lo malo de nuestra humanidad.

Ahora entendemos por qué vino el Señor Jesús en carne propia a trazar él el camino. Porque ya no estamos solos como él sí lo estuvo; ya no estamos flacos como él tuvo que llegar a estar para testimonio; ya no somos débiles porque él menguó hasta la muerte como cordero para fortalecernos a nosotros y finalmente dejamos de ser humanos necios para ser hijos e hijas eternos de Dios.

En Jesucristo tenemos a nuestro redentor, por el Espíritu Santo tendremos los cinco sentidos espirituales activados y enfrentar a los fuertes toros en nuestra vida y con la gracia del Padre la victoria estará de nuestro lado.

Cualquier apremio, angustia, dolor o sufrimiento, démoslo a nuestro Salvador Jesucristo, leamos los salmos para ver cómo el Señor derrotó todo eso y nos da vida en su paz, el amor, la fe y la esperanza. Los toros son mera distracción.

Que el amor, la gracia y la sabiduría del Señor Jesucristo sea en todos ustedes amados hermanos, amén.


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