Que el amor, la paz y sabiduría de nuestro Señor Jesucristo sea en ustedes, amados hermanos, amén.
Dice la tradición religiosa vaticana que los humanos y hasta los animalitos cuando mueren van al cielo. No importa cuánta maldad o pecado hayan hecho, siempre, en un acto de errónea conmiseración o empatía, se declara que los fallecidos eran tan buenos y que Dios los llamó a Su presencia a que sigan siendo lo que eran y haciendo lo que hacían,
La verdad sea dicha: son mentiras crueles que tuercen la realidad y el mundo y el hombre, con tal de ser ajenos y opuestos a Dios, dirán cuanta falsedad sea necesaria con tal de negar el evangelio, a Cristo y al Padre.
La respuesta a esta pregunta se halla en Mateo, cuando el Señor Jesús, estando en la cruz junto con dos ladrones, es alabado y reconocido por uno de los ladrones. Este le pregunta (pues siendo hebreo, creyó que él era el Mesías pues le confesó) del reino que había de tomar.
El Señor con una de sus últimas fuerzas le contesta que estaría con él en el Paraíso. Entonces ¿dónde está el paraíso? ¿En el cielo? ¡No! Es lo que era conocido como el seno de Abraham, en la región de los muertos (en algún lugar espiritual dentro del centro de la Tierra).
¿Dónde estaban Lázaro y otros muertos que fueron resucitados? ¿En el cielo? Si así fuera, ¿para qué regresarlos a la Tierra si ya habrían llegado a su destino? Jesús mismo, si al morir fue al cielo, ¿Para qué regresar por otros días a la Tierra después del tercero si ya estaba en la gloria con su amado Padre? ¡No tiene sentido!
Por tanto, amados, debemos leer bien la escritura para que el Señor vea que somos diligentes con sus tesoros de conocimiento espiritual y no los derrochemos con falsedades religiosas. La verdad de Cristo no puede revolverse con leuda y no necesita justificantes humanos, sino el poder de la palabra misma, inspirada por el Espíritu Santo de Dios.
Que el amor, la gracia y la sabiduría de nuestro Señor Jesús está en ustedes, en su espíritu, amén.
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