Editorial 467... No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.
- Cuerpo Editorial
- 15 abr 2023
- 3 Min. de lectura
Damos gracias al Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo por la vida y la salud de todos ustedes, amados lectores. Nuestro deseo y voluntad que en su espíritu sobreabunde la gracia, el amor y la paz de nuestro Señor Jesucristo, amén.
Charlando con un colega docente quien es creyente también, me preguntaba respecto a esta pregunta hecha por el apóstol Pablo inspirado por el Espíritu Santo en Romanos 7:19, pero en general en todo el contexto.
Muchos hermanos se extravían al querer filosofar en la carne este versículo que tampoco es tan sencillo de interpretar, porque se requiere tener una cierta estatura espiritual para dimensionar su expansión en nuestra vida.
El apóstol y hermano nuestro reflexiona sobre el actual natural del Hombre, quien nace sin saber que está impregnado del pecado en sus miembros, en su naturaleza física, biológica, fisiológica y psicológica. Ciertamente la creación de Dios fue buena, pero como el enemigo tomó ocasión por medio de la mujer para engañar al género humano, castigó a esta imagen suya física en retener el pecado en esta dimensión.
Entonces, tan pronto como crecemos nos damos cuenta del sabor de la maldad, de la desobediencia, de la rebeldía. Después, experimentar el placer del exceso de lo natural, social y espiritual. El pecado se centra en que el Hombre da rienda suelta a la continua y excesiva percepción sensorial de los cinco sentidos que tenemos -gusto, tacto, vista, oído y olfato- para que la mente no analice lo que no es físico, es decir, lo espiritual. De esta forma, el alma y corazón se llenan de memorias, experiencias, recuerdos y hechos que se añora repitan más y más, cada vez más intenso y se le dé un lugar preponderante incluso más que Dios, con lo cual se olvidan de tener una comunicación eficaz con el Creador para guiarle a través de nuestro Señor Jesús por un camino de gozo, prudencia, libertad, responsabilidad, santidad y renunciación.
El efecto de este placer fuera de sí es anestesia de la conciencia… Sentir la víscera, el músculo, la sensación, el momento, el entorno actual, el sentido excitado… ¡Oh sí! ¿Se puede tener otra vez esa experiencia? ¿De nuevo? ¡Otra y otra vez!
Esto, queridos hermanos, es el pecado: la inconsciencia de la conciencia, pero cuando se cruza el límite espiritual sin retorno, la conciencia de la inconsciencia.
Jesucristo es quien evita todo esto pues, aunque tengamos en la carne o naturaleza hacer un bien, fuera de él ese bien se transforma el mal en virtud de que no hay cobertura de nuestro actuar de lo Alto.
Por eso escribió el apóstol: no hago el bien que quiero, pues el alma tiene conciencia de Dios, más el corazón y la carne la estafan diciéndole con engaños que es mejor darse placer o causar el mal.
La ley se escribió para describir lo que a Dios no le agrada que el Hombre haga pues contraviene principios espirituales, entonces la carne toma ocasión de esto para precisamente tener una falsa sensación de bienestar tras contravenir dicha ley.
Y no basta ya la buena intención, pues se requiere la fe en el Señor Jesús que perfeccione esta buena voluntad -que solo se quedaría en deseo- en hechos que convenzan que el bien y hacer lo bueno delante de Dios es lo conducente.
Y pues concluye el apóstol diciendo: “sino el mal que no quiero, eso hago”, porque el alma la primera vez tendrá miedo, estará insegura, pero conforme repita las acciones que conocemos como pecado, perderá ese sentido instintivo de alerta llamado conciencia y conocerá el placer de hacer el mal. La fe en nuestro Señor Jesús somete y destruye este círculo vicioso de dar rienda suelta al placer de potenciar la percepción de los cinco sentidos, pues existe el dominio propio y la prudencia para tal efecto.
Amados, en Jesucristo tenemos total libertad de acción en prácticamente cualquier actividad, pues el pecado está condenado en la carne; solamente no tomemos a la ligera este fenómeno espiritual y siendo guardados y guiados en el Espíritu Santo podremos experimentar la dicha de vivir, de conocer el gusto y gozo de nuestros cinco sentidos naturales, pero sin llegar al extremo vicioso pernicioso -el pecado-.
Que el amor, la gracia y paz de nuestro Señor Jesús esté con ustedes en su espíritu, amén.
Kommentare