Amados: que el amor, la gracia y la paz de nuestro Señor Jesucristo sean plenos en ustedes, apreciables lectores, amén.
A veces se tiene el firme anhelo de servir a nuestro Dios y Padre de nuestro amado Salvador, Jesucristo. Esto ocurre en varias ocasiones en todos los creyentes de todas las edades espirituales de cada época. Lo anterior, humanamente puedo decir que es plausible, maravilloso, bonito y de gozo oír tales declaraciones.
Sin embargo, en el aspecto espiritual no ocurre así. Quien elige y desde antes de la fundación del mundo es precisamente el Padre, porque Él prepara a esa alma que habrá de trabajar duro, habrá de padecer y sufrir, por tanto, requiere mayor entereza, fortaleza y dominio propio que la mayoría de los creyentes, quienes tenemos que empezar desde cero para ir creciendo gradualmente, pero ellos -los servidores de Dios- lo hacen más rápido para atender la obra a la que fueron llamados.
En cuanto a nuestro Señor Jesucristo, también es lo mismo en sus ministerios, él elige y llama, como lo hizo con sus discípulos, como Pablo así lo hace hasta ahora. En cuanto al Espíritu Santo en la dádiva de sus dones y frutos, también los otorga según considera apropiado, pero aquí, quien tenga suficiente fe y vocación para tener algo extra, bien puede pedirlo.
En consecuencia, quienes manifiestan estas palabras deben ser prudentes y considerar esto: ¿Por qué lo estoy declarando? ¿Es una emoción del alma? ¿Es algún dicho que dije por decir sin pensar? ¿en realidad quiero servir a Dios? ¿Consciente estoy de lo que es servir al Señor? ¿Quiero dejar todo para seguirlo? Porque a la verdad, con no negar su nombre, congregarse en el nombre de Jesucristo, bautizarse en el nombre del Señor Jesucristo y edificarse en el nuevo pacto ya se sirve en obediencia, se hacen sacrificios de alabanza con los hechos de amor fraternal, fe, santidad, humildad, renunciación y servicio entre los hermanos, misericordia mayormente a los de la fe.
Todo lo anterior ya es servicio al Dios y Padre nuestro que en su conjunto se le llama vida espiritual en Cristo o vivir en Cristo. La obediencia es el primer acto de servicio, entonces, si usted cree que tras hacer esto considera que hay más tiempo y espacio en usted para hacer las otras obras, entonces sí, declárelo con fe, con humildad y no con alta voz ante todos que lo oigan. Pues lo único importante es que el Dios de las obras y el Señor de los ministerios los escuchen y no los oídos en derredor suyo.
De otra forma, el silencio prudencial es lo que aconsejo por el Espíritu Santo para evitar que la soberbia destruya lo que ya lleva hecho. Dios no necesita egos, solo voluntades dispuestas. No agradece pregoneros ignorantes, tan solo fieles preparados y templados con el fuego del Espíritu Santo. No consciente a los amadores de fama y renombre, pues a esos aborrece y rechaza, sino a los que se humillan a sí mismos para encontrar gracia y enaltecimiento de parte de Dios.
Escrituras hay de sobra que nos ilustran al respecto. Invito pues, con humildad a que seamos sobrios en nuestro pensar y en nuestro decir, para ser agradables a nuestro Padre.
Que el amor, la gracia, la paz y la sabiduría de nuestro Señor Jesucristo sean en ustedes amados lectores, amén.
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