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Editorial 462 - La política y sus enredos

Amados: que el amor, gracia, poder y paz de nuestro Señor Jesucristo sobreabunde en todos ustedes, amén.

Es bien sabido que a veces algunos creyentes son tentados en participar en proyectos políticos para, según ellos, dar testimonio de Dios o evangelizar al gremio de este círculo social.

Lo cierto es que la política es tan mala y perversa como cualquier otro conocimiento humano y tan sólo suponer que Dios o Cristo necesiten esto para avanzar en su evangelización es un verdadero despropósito. De hecho, la política es la tergiversación demoníaca del “habitar los hermanos juntos" y muchos de sus principios se basan en la Biblia, aunque en la letra y no en el poder espiritual.

Si algún creyente desea estar en esos círculos, bien puede hacerlo, solo debe considerar guardar su alma, pues muchos acuerdos en este tipo de vida se hacen mediante juramentos, compromisos de por vida, dichos y acciones que no son probos delante del Señor. Es un mundo muy difícil y solamente aquellos a quien el mismo Dios ha preparado para Sus propósitos podrán vencer a esta organización pecaminosa.

Recordemos lo que dijo el Señor Jesucristo: “dad a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios” donde además de dinero e impuesto, es también la riqueza del tiempo. Alguien dispuesto en la política de tiempo completo no puede trascender en el quehacer espiritual del evangelio y quien se ocupe de los asuntos del Reino no podrá tener su participación activa en la política.

Lo que se aconseja por el Espíritu es que el ejercicio continuo de la santidad, la oración y la ciencia espiritual son necesarios para poder salir avante en estos aspectos, pues ensuciarse es muy fácil, extraviarse es nada complicado y hundirse muy factible por parte de los actores en este rubro social que no se fortalecen en la fe, el amor y el conocimiento.

Ser ejemplo de nuestro Señor Jesucristo en este aspecto implica una batalla espiritual muy notable, poderosa, que desgasta, pero da su fruto a quienes resisten y gozosos confiesen el nombre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, Maestro, como el Hijo de Dios.

Que el amor, la paz y la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea en ustedes amados hermanos, amén.

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