Saludos, amados hermanos de nuestro Señor Jesucristo. Deseamos que en su corazón rebose su salud, paz, amor y gracia, así como en su espíritu, amén.
Amados: se acerca el día en que este ministerio habrá de terminar para reestructurarse en otra manera más dinámica, así como el apóstol Pablo tomó su tiempo entre viajes de misiones de evangelización, de llevar en estos días la palabra de vida.
Verán hermanos, por medio del Espíritu uno de nuestros colaboradores meditaba y nos hizo llegar este pensamiento: que la función de la iglesia es prepararse para su boda y casamiento con el Novio, que el objetivo de los creyentes que la conforman es no negar su nombre y aspirar a ser perfectos por obra del Espíritu Santo y que encuentren a sus congéneres esparcidos todavía en los diferentes rincones del planeta en las diferentes épocas vividas y por vivir.
Otra misión desapercibida es que debemos completar el mandamiento de predicar y anunciar el evangelio a toda criatura. Este quehacer es irrenunciable, pero ¿lo hacemos de modo correcto? ¿qué se anuncia? ¿a quién se predica? ¿a dónde se invita? ¿quién anuncia? ¿cómo se predica? ¿cuál contenido espiritual -o terrenal- se comparte?
Cuando venga el Señor Jesús es porque este mandamiento ya se habría cumplido al haberse completado el número de los redimidos con la consecuente falta de fe. Por eso viene por la última generación, porque ella tiene la oportunidad de recibir al Señor Jesús y no todos sean subidos a su presencia, sino que se quedarán a dar su valor agregado de testimonio y ofrenda de su vida.
Amados: no se olviden de anunciar con hechos y dichos inspirados por el Espíritu porque eso se verá visto por nuestro Padre en favor de Su Hijo. No dejemos de anunciar el evangelio como le gusta a nuestro Dios y muestra a nuestro Señor y Maestro, el Hijo del Dios viviente. Haciendo esto servimos, creemos, obedecemos.
Que el amor, la gracia y la sabiduría de nuestro Señor Jesús sea en ustedes, amén.
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