Que el amor, la fe y la gracia de nuestro Señor Jesús esté con ustedes, amados, en su interior, amén.
El quebranto es necesario para que la carne no construya una falsa fortaleza, pues la humildad es el verdadero edificio donde el “yo” debe resguardarse. No puede pues el hombre hallar morada en la soberbia y el quebranto es la dinamita que previene este acontecer espiritual nefasto.
Desde el principio de los tiempos, después de la caída del Hombre, este ser ha procurado levantarse de su desgracia mediante desarrollos parciales como la tecnología, la recopilación de conocimientos, la riqueza, la fuerza y poder, el deseo de ser como Dios, azuzados por el adversario y en contubernio con la carne.
Pero se dispuso esta herramienta de purificación toda vez que verdaderos fieles y siervos vieron la inutilidad de ser alguien aquí, sin la aprobación de Dios.
Incluso, nuestro Señor Jesucristo nos enseñó sobre el quebranto al tomar él forma humana, despojarse de su divinidad y sufrir como pecador sin serlo, el flagelo de la muerte, aunque de manera temporal.
La humildad de saber y reconocer nuestros límites, la sapiencia y aceptación de solicitar y recibir la ayuda del Padre a través de la comunión mediante la oración y tener la valentía de seguir los pasos de nuestro Maestro en sacrificio de renunciación y santidad es lo que genera el quebranto.
Pero muchos interpretan esta palabra como desgracia, desdicha, infortunio, cosa mala y por tanto, indeseable, cuando es la perspectiva del mundo.
En el aspecto espiritual, el quebranto significa humildad, discreción, aprendizaje, sobriedad y poder de observación.
El mismo Espíritu Santo, al redargüirnos del mal hecho o dicho, nos pone en una situación de quebranto para no repetir este mal testimonio. En conclusión, amados hermanos, si se hallan en quebranto recuerden que, para nosotros -los que confiamos y confesamos a Cristo como el Hijo de Dios- motivo, razón y circunstancia hay de ellos y con humildad y paciencia seremos revelados.
Que la paz, gracia y sabiduría de nuestro Señor Jesucristo sea en todos ustedes, en su espíritu, amén.
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