Que la paz, el amor y la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea en todos ustedes amados hermanos.
Muchas veces el género humano, en su faceta de ser insensato e irreverente se cuestiona y cuestiona: “¿por qué hay que obedecer a Dios?” Aunque la pregunta en sí misma es válida, la forma y fondo muestran una clara postura antagonista contra el Hacedor.
La obediencia es, en esencia un valor espiritual porque evita el prejuzgar, es un estado donde la mente, el alma y el corazón de un ente está dispuesto a servir a un ser superior sin ningún tipo de reparo o problema, sin juzgar o poner en tela de juicio la capacidad real del ser superior.
Esto lo podemos aplicar en la vida cotidiana toda vez que tenemos que obedecer a padres y tutores en la infancia por obvias razones; a los maestros en las diferentes academias; a las autoridades en los ambientes político, cívico y legal.
Todos estos entes presentan una superioridad con respecto a los individuos debido a que gozan de, entre otras cosas: mayor conocimiento, sabiduría, experiencia, talento, fuerza, poder, dominio, influencia y visión que el ente que debe obedecer para ser enseñado, instruido, edificado, capacitado, examinado y probado con el propósito de, eventualmente, aspire en alguna vez ser superior a otros y enseñar esto mismo a sus futuros entes quienes deben someterse por designio del proceso que llamamos vida.
Lo entendemos en el modo secular perfectamente, pero ¿por qué no se entiende de la misma manera en lo espiritual con respecto a Dios y a Jesucristo? ¿Por qué se le cuestiona a Dios como no se le hace al hombre? Por la insensatez de creer que porque no es visible, puede ser obviado.
Pero Dios todo ve, oye y sabe. La obediencia entonces dirige a un estado de mejora llamado completitud, pero en el estado espiritual, perfección. ¿Entonces, SÍ podemos ser perfectos? ¡Claro! Siendo obedientes a nuestro Dios y Padre al seguir cabalmente todas las instrucciones dejadas por nuestro Señor Jesucristo, se llega a este estado espiritual. Sin embargo, la Humanidad tiene su propia definición de perfección y quiere que Dios, el Ser perfecto, se someta a esta. ¡Pues no!
La obediencia previene el prejuzgar y Dios no prejuzga, sino juzga: la Humanidad solo prejuzga, porque nunca tendrá todos los elementos de lo que llamamos verdad para establecer UN SOLO JUICIO de valor.
Por eso, el camino excelente es el de la obediencia que lleva a la perfección, pues permite conocer la verdad y la capacidad de poder usar la verdad.
Procuremos ser obedientes en todo para nuestro Señor Jesucristo, de este modo seremos agradables al Padre y allanará nuestro camino para lograr la tan ansiada perfección, elíxir de los fatuos e ignorantes quienes por holgazanes tergiversan el mensaje de Cristo y tomar falsos atajos.
Que el amor, la gracia y la sabiduría de lo Alto sea en todos ustedes, amados hermanos, pues es de nuestro amado Señor Jesucristo, amén.
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