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Editorial 439 - La disciplina

Bendiciones de lo Alto sean dadas a ustedes, amados hermanos. Que la paz, sabiduría y gracia del Señor Jesucristo sea en ustedes, queridos creyentes y fraternos de la fe.

En las escuelas donde trabajo existe un serio problema de indisciplina por parte del alumnado. No es de extrañar siendo niños; sin embargo, entre los adultos es más notorio este antivalor. ¿Por qué? Porque los niños son humanos en formación y los adultos se supone tienen ya criterio y sentido común forjados. Entonces, en general el humano adolece este flagelo debido a que rompe con todo intento de mutuo respeto, aprecio y lealtad.

La anterior lo comento en el aspecto académico.

Tristemente, en el ámbito espiritual es todavía mucho más notoria esta falta de observación de este deber espiritual. Olvidamos, queridos hermanos, que la disciplina es requerida por nuestro Padre para que la mutua comunicación se fortalezca a niveles insospechados. También no meditamos en que Dios, lo que pide al hombre es lo que Él en su amor y solemne Voluntad da al género humano porque le place.

¿Dios practica la disciplina? ¡Claro! Él es el Dios de la Disciplina. Él se conduce con rectitud, Él cumple Sus compromisos y promesas y Él no tiene a quién someterse, pero busca ser uno con su Creación en amor, fe, esperanza y lealtad. ¿Quién puede argumentar lo contrario?

Él prometió redimir al Hombre y lo hizo. Él prometió una vida eterna y así lo hará. Por si fuera poco, también nuestro Señor Jesucristo es Señor de la Disciplina. Él no discutió ni una coma del mandato divino en ser sacrificado en rescate de muchos y cumplió cabalmente toda actividad y encomendada con toda la devoción de amor al Padre. Eso es disciplina. Acatar toda instrucción con pundonor, recato y respeto a quien da la encomienda.

Por esto ahora el Espíritu Santo nos insta a ser disciplinados -así como el Padre y el Hijo lo son- en el cumplimiento de la Voluntad del Padre: Oír y obedecer al Hijo. Eso nos toca a nosotros. Mas no se hace porque no se quiere. Amados, no seamos reacios a obedecer, no seamos fríos para creer y no seamos de doble ánimo para enseñar. Todavía hay tiempo para recomponer y aspirar a mejor recompensa en la Eternidad con nuestro Dios y Padre por gracia de nuestro Salvador y Señor Jesucristo.

Que el amor, paz y gracia de nuestro Señor Jesucristo sea en todos ustedes amados hermanos, amén.

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