Que el amor, la gracia y la sabiduría de nuestro Señor Jesucristo sea en ustedes amados hermanos, amén.
Creyentes y lectores nuestros: todo mundo lee hasta al cansancio, grita y pregona el versículo de Juan 3:16. Lo hacen de un modo de arenga política pues, aunque según muchos de ellos dicen servir a Dios y la palabra en sí misma es suficiente para penetrar en la conciencia de los lectores, luego los aspavientos de tales voceros (algunos poco preparados en el ministerio de evangelistas) provocan el desánimo de creer la palabra de Dios.
Pero no nos hemos puesto a meditar un momento en el amor del Padre que tiene a Su creación, en especial el género humano. Envió a nuestro Señor Jesucristo como cordero; además, como hermano mayor de los coherederos de la gracia. Este amor trasciende nuestra esencia y sustancia, pues somos como niños inquietos, correlones y ansiosos en hacer muchas cosas.
El hermano en Cristo quien escribe ha convivido con niños recientemente.
Sabemos que estas criaturitas son hermosas, sin embargo, también son un azote: traviesos, inquietos, con mucha energía, desobedientes, distraídos, sencillos, gritones y llenos de imaginación que a un adulto pueden colmarle la paciencia si no es apto para atenderlos.
Así nosotros somos con el Padre en la vida espiritual y en el crecimiento en Cristo, como niños.
Unos son traviesos; otros, inquietos; algunos, con mucha energía; estos, desobedientes; aquellos, distraídos y así por el estilo. Y el Padre nos tiene dispersos por toda la Tierra y Él añora que crezcamos, pues no desea que siempre seamos niños, sino que, lleguemos a ser varones y mujeres que Él necesita para repoblar su cielo nuevo y tierra nueva.
Pero, ¿qué hacen muchos? No crecen o se resisten a crecer. Pretenden ser toda esta vida -al menos, inconscientemente- ser niños espirituales y esto no se puede, por no decir que no es correcto. Aunque Él nos ama y nos cuida, tenemos que ser congruentes y crecer para ser útiles en el ministerio y cumplir con nuestro destino en esta Tierra: atraer más almas para Él mediante un correcto testimonio, andar por el Espíritu y practicar la fe y el amor.
Ser niños es ser nobles y sin malicia, no ser indoctos y volubles. El amor del Padre es tal que tolera esa reticencia de crecer, más al debido tiempo habrá que sufrir el cambio de esencia en nuestro interior. En ese sentido también debemos imitar al Señor Jesús: él solo vivió 13 años de niñez y de ahí fue formando su mensaje de vida hasta completar su misión en esta vida. Demostremos amor sincero al Padre al no permitir que nos quedemos estancados en esta estatura poco útil.
Que la paz, gracia y sabiduría del Señor Jesucristo sea en todos ustedes, queridos lectores, amén.
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